—¿Nunca se te había ocurrido pensarlo antes?
—Nunca, Leo. Nunca. Yo era ese chico flacucho del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ¿recuerdas? No me preocupaba la tecnología aplicada. Shirley me cambió por completo. Empecé a hacer cálculos, y después llamé a la biblioteca e hice que el ordenador me pasara unos cuantos textos de ingeniería, y Shirley me dio una pequeña conferencia sobre economía elemental. Entonces lo comprendí. Sí, maldita sea, comprendí que alguien podía coger mis ecuaciones e imaginar una forma de liberar una energía ilimitada. Era E=mC2 una vez más. Sentí pánico. No podía asumir la responsabilidad de darle la vuelta al mundo. Mi primer impulso fue acudir a ti y preguntarte lo que pensabas que debía hacer.
—¿Por qué no viniste?
Se encogió de hombros.
—Era la solución más fáciclass="underline" dejar que la responsabilidad cayera sobre ti. De todas formas, comprendí que probablemente ya habías visto el problema y que me habrías dicho algo al respecto…, a no ser que tuvieras la sensación de que era yo quien debía resolver la parte moral sin ayuda. Por eso pedí aquel año sabático y me pasé el tiempo jugueteando con el acelerador mientras pensaba en todo aquello. Pensé en Oppenheimer, Fermi y el resto de los tipos que construyeron la bomba atómica, y me pregunté qué habría hecho en su lugar. Trabajaban en tiempo de guerra, para ayudar a la humanidad contra un enemigo realmente asqueroso, e incluso ellos habían tenido sus dudas… Yo, en cambio, no estaba haciendo nada que fuera a salvar a la humanidad de un peligro claro y actual. Sencillamente, estaba haciendo una pequeña investigación innecesaria que destrozaría la estructura monetaria del mundo. Empecé a verme como un enemigo de la humanidad.
—Con una auténtica conversión de la energía —dije en voz baja—, no habría más hambre, ni codicia, ni monopolios…
—Y también habría un período de cincuenta años de trastornos, mientras el nuevo orden de cosas iba cobrando forma. Y el nombre de Jack Bryant quedaría maldito. Leo, no podía hacerlo. No era capaz de cargar con la responsabilidad. Al final de ese tercer año decidí abandonarlo todo. Me aparté de mi trabajo y vine aquí. He cometido un crimen contra el conocimiento para evitar el cometer un crimen peor.
—¿Y te sientes culpable por ello?
—Por supuesto que sí. Tengo la sensación de que durante la úhima década mi vida ha sido una penitencia por haber salido huyendo. Leo, ¿has pensado alguna vez en el libro que estoy escribiendo?
—Muchas veces.
—Es una especie de ensayo autobiográfico: una apología pro vita sua. En él explico cuál era mi trabajo en la Universidad, cómo llegué a comprender su auténtica naturaleza, por qué detuve mi trabajo y cuál ha sido mi actitud personal hacia mi retirada de él. Podrías decir que el libro es un examen de las responsabilidades morales de la ciencia. Como apéndice incluyo el texto completo de mi tesis.
—¿Tal y como era el día en que dejaste de trabajar?
—No —dijo Jack—. El texto completo. Ya te he dicho que las respuestas eran visibles cuando lo dejé. Terminé mi trabajo hace cinco años. Todo está en el manuscrito. Con mil millones de dólares y un laboratorio decentemente equipado cualquier empresa razonablemente avispada podría traducir mis ecuaciones y convertirlas en un sistema de energía totalmente funcional, del tamaño de una nuez, que sería capaz de funcionar eternamente a base de arena.
En ese mismo instante me pareció que el eje de la Tierra había oscilado ligeramente.
—¿Por qué has esperado tanto tiempo para sacar a relucir el tema? —dije, después de que hubo pasado un largo momento.
—Ese ridículo programa de la otra noche me dio el empujón final. Ese hombre que dice venir del año 2999, con su estúpida charla sobre una civilización descentralizada en la que cada hombre es autosuficiente porque posee la conversión plena de la energía. Fue como tener una visión del futuro… un futuro que yo he ayudado a moldear.
— Seguramente no creerás que…
—No lo sé, Leo. Es una estupidez imaginar a un hombre que aparece entre nosotros viniendo de mil años en el futuro. Estaba tan convencido como tú de que ese hombre era un completo fraude… hasta que empezó a describir todo aquello de la descentralización.
—Jack, la idea de la liberación total de la energía atómica lleva circulando mucho tiempo. Ese tipo es lo bastante listo como para haberse percatado de ella y utilizarla. Eso no quiere decir necesariamente que venga en realidad del futuro y que tus ecuaciones hayan acabado siendo usadas. Perdóname, Jack, pero creo que estás sobreestimando lo que hay en ti de único. Has tomado una idea del estanque de los sueños futuristas y la has convertido en realidad, sí, pero nadie lo sabe salvo tú y Shirley, y no debes permitir que el disparo a ciegas de ese tipo te engañe y…
—Pero, Leo, supón que fuera cierto…
—Si realmente estás preocupado por ello, ¿por qué no quemas tu manuscrito? —le sugerí.
Pareció tan sorprendido como si le hubiera propuesto una automutilación.
—No puedo hacer eso.
—Protegerías a la humanidad contra esos disturbios todavía no causados, por los cuales pareces sentirte culpable.
—El manuscrito se encuentra en un lugar seguro, Leo.
—¿Dónde?
—Debajo de la casa. He construido una bóveda para él y he colocado una trampa en el reactor de la casa. Si alguien intenta entrar en la bóveda de una forma que no sea la correcta, los seguros del reactor saltarán y la casa saldrá volando en pedazos hacia el cielo. No necesito destruir lo que he escrito. Nunca caerá en manos equivocadas.
—Con todo, das por sentado que ha caído en tales manos en algún momento de los próximos mil años; de tal forma que para cuando nazca Vornan-19 el mundo estará viviendo ya de tu sistema de energía. ¿Correcto?
—No lo sé, Leo. Todo este asunto es una locura. Creo que yo mismo me estoy volviendo loco.
—Bien, aceptemos como hipótesis que Vornan-19 es auténtico, y que tal sistema de energía es usado en el año 2999, ¿sí? De acuerdo, pero no sabemos que sea el sistema diseñado por ti. Supón que le prendes fuego a tu manuscrito. El acto de hacerlo cambiaría el futuro de tal forma, que la economía descrita por Vornan-19 jamás llegaría a existir. Es posible que él mismo se esfumara de la existencia en cuanto tu libro entrara en el incinerador. Y de esa forma, sabrías que el futuro ha sido salvado del terrible destino que tú has creado para él.
—No, Leo. Incluso si quemara el manuscrito, yo seguiría estando aquí. Podría recrear las ecuaciones de memoria. La amenaza está en mi cerebro. Quemar el libro no probaría nada.
—Hay drogas para eliminar los recuerdos…
Se estremeció.
—No puedo confiar en ellas.
Le miré, horrorizado. Con una sensación parecida a la de caer bruscamente por una trampilla, establecí contacto por primera vez con la paranoia de Jack, y el saludable, bronceado, extrovertido y hablador muchacho de aquellos años del desierto se desvaneció para siempre. ¡Pensar que había acabado llegando a esto! Torturado por la posibilidad de que un fraude astuto, pero nada plausible, representara a un auténtico embajador de un futuro lejano, ¡al que había dado forma la propia creación que Jack había suprimido!