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—Pero, en nombre de Dios, ¿por qué razón?

—¿Conoce el movimiento Apocaliptista, doctor Garfield? —preguntó Kralick.

—Bueno, sí. No puedo decir que sea un experto, pero…

—De momento, Vornan-19 no ha hecho nada mucho más dañino que dejar hipnotizado a todo un local repleto de jovencitas danesas y conseguir que se caigan de culo. Los Apocaliptistas, en cambio, causan daños reales. Crean disturbios, saquean, destruyen. Son la fuerza del caos en nuestra sociedad. Estamos intentando contenerles antes de que lo hagan pedazos todo.

—Y acogiendo calurosamente a este hombre, que se ha nombrado a sí mismo embajador del futuro —dije yo—, destruyen el principal argumento que venden los Apocaliptistas, el cual consiste en que el mundo se supone va a terminar el próximo 1º de enero.

—Exactamente.

—Muy bien —dije—, ya lo había sospechado. Ahora usted me lo confirma como política oficial. Pero, ¿es correcto enfrentarse a la locura de masas con una deliberada falta de honestidad?

—Doctor Garfield —dijo Kettridge con voz lenta y solemne—, el trabajo del gobierno es mantener la estabilidad de la sociedad gobernada. Cuando es posible, nos gusta seguir los Diez Mandamientos en dicha tarea. Pero nos reservamos el derecho de luchar con una amenaza a la estructura social de cualquier forma factible, llegando hasta a la aniquilación en masa de las fuerzas hostiles, lo cual, pienso, usted considerará una acción más seria que unas cuantas falsedades, y a la cual este gobierno ha recurrido en más de una ocasión. Para ser breve: si podemos contener la locura Apocaliptista dándole un sello de aprobación a Vornan-19, vale la pena hacer un cierto compromiso con la moral.

—Además —dijo Kralick—, en realidad no sabemos que sea un fraude. Si no lo es, no estamos cometiendo ningún acto de mala fe.

—La posibilidad debe ser muy reconfortante para sus almas —dije yo…

Inmediatamente lamenté mis osadas palabras. Kralick pareció dolido y no le culpé por estarlo. No era él quien había ordenado tal política. Uno a uno, los asustados gobiernos del mundo habían decidido cortocircuitar el movimiento de los Apocaliptistas proclamando que Vornan era auténtico, y los Estados Unidos no hacían sino añadirse a la lista. La decisión había sido tomada en las alturas; Kralick y Kettridge se estaban limitando a ponerla en práctica, y yo no tenía derecho alguno a impugnar su moralidad. Como había dicho Kralick, podía acabar resultando que acoger de esa forma a Vornan fuera no tan sólo útil, sino también correcto.

Kettridge se dedicó a mover las crestas de su elaborado traje y no me miró al hablar:

—Doctor Garfield, podemos comprender que en el mundo académico la gente tienda a considerar los problemas morales de manera abstracta, pero de todas formas…

—De acuerdo —dije yo, cansado—, supongo que me equivocaba. Tenía que expresar mi opinión, eso es todo. Dejemos a un lado ese punto. Vornan-19 viene a los Estados Unidos, y vamos a desenrollar la alfombra roja para él. Soberbio. Y ahora… ¿qué quieren de mí?

—Dos cosas —dijo Kralick—. Primero, señor, usted goza de una amplia consideración como una autoridad mundial sobre la física de la inversión temporal. Nos gustaría que nos diera su opinión acerca de si es teóricamente posible que un hombre viaje hacia atrás en el tiempo, tal y como afirma haber hecho Vornan-19 y cómo podría haberse realizado eso, según usted.

—Bien —dije—, tengo que ser escéptico, porque de momento sólo hemos logrado enviar hacia atrás en el tiempo electrones individualizados. Esto los convierte en positrones, la antipartícula del electrón, idéntica en masa pero opuesta en carga, y el efecto es la aniquilación virtualmente instantánea. No veo ninguna forma práctica de evitar la conversión de la materia en antimateria durante la inversión temporal, lo cual quiere decir que para explicar el supuesto viaje en el tiempo de Vornan-19, primero debemos explicar cómo puede convertirse tanta masa y luego porqué, aun estando presumiblemente compuesto de antimateria, no desencadena el efecto de aniquilación cuando…

Kralick se aclaró cortésmente la garganta. Me callé.

—Siento no haberme explicado con la suficiente claridad —dijo Kralick— No deseamos una contestación inmediata por su parte. Doctor Garfield, nos gustaría un documento exhaustivo sobre el asunto. Le proporcionaremos toda la ayuda que pueda necesitar. El Presidente aguarda con impaciencia el momento de leer sus opiniones.

—De acuerdo. ¿Y la otra cosa que deseaban?

—Nos gustaría que participara en el comité que guiará a Vornan-19 cuando llegue aquí.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Usted es una figura científica nacionalmente conocida, y asociada en la mente del público con el viaje temporal —dijo Kettridge—. ¿No es razón suficiente?

—¿Quién más estará en ese comité?

—No soy libre de revelar nombres, ni siquiera a usted —me dijo Kralick—. Pero le doy mi palabra de que todas son figuras cuya estatura en el mundo científico o académico es igual a la suya.

—Lo cual significa que ninguno de ellos ha dicho que sí todavía, y que tiene usted la esperanza de convencerlos a todos como sea —dije.

Kralick pareció dolido una vez más.

—Lo siento —dije.

—Creemos que poniéndole en un estrecho contacto con el visitante encontrará algún medio de sacarle información sobre el proceso que empleó para viajar por el tiempo —declaró Kettridge, muy serio—. Creemos que esto sería de un considerable interés para usted como científico, así como de un gran valor para la Nación.

—Sí —dije yo—. Es cierto. Me gustaría interrogarle sobre el tema.

—Y además —dijo Kralick—, ¿por qué debería sentir hostilidad hacia tal misión? Hemos escogido a un historiador de primera fila para descubrir qué pauta seguirán los acontecimientos en nuestro futuro, un psicólogo que intentará comprobar la autenticidad de la historia de Vornan, una antropóloga que buscará avances y cambios culturales… etcétera. El comité estará examinando simultáneamente la legitimidad de las credenciales de Vornan, e intentando sacarle cualquier cosa que pueda sernos de valor, dando por supuesto que es lo que dice ser. No se me ocurre ningún trabajo que pueda ser de mayor significado para la Nación y la humanidad en este momento.

Cerré los ojos durante un segundo. Sentí que se me había dado una reprimenda más que adecuada. Kralick era sincero, a su impetuosa manera, y también lo era Kettridge dentro de su estilo, persuasivo aunque algo tosco. Me necesitaban de veras. ¿Y no era acaso cierto que yo tenía mis propias razones para querer echarle un vistazo a lo que había tras la máscara de Vornan? Jack me había suplicado que lo hiciera, sin soñar jamás que me resultaría tan fácil el conseguirlo.

Entonces, ¿por qué me echaba para atrás?

Veía el porqué. Estaba relacionado con mi propio trabajo y la minúscula posibilidad de que Vornan-19 fuera un auténtico viajero del tiempo. El hombre que está intentando inventar la rueda no siente ningún gran entusiasmo por aprender los detalles de cómo funciona un coche a turbina capaz de hacer ochocientos kilómetros por hora. Aquí estaba yo, jugueteando durante la mitad de mi vida con mis electrones invertidos, y allí estaba Vornan-19, contando historias de cómo saltar siglos enteros; en lo más profundo de mi alma prefería no pensar para nada en él. Sin embargo, Kralick y Kettridge tenían razón: yo era el hombre adecuado para este comité.

Les dije que participaría.

Me expresaron profusamente su gratitud y luego parecieron perder interés en mí, como si tuvieran planeado no malgastar ninguna emoción en alguien que ya se había comprometido a participar. Kettridge desapareció y Kralick me concedió una oficina situada en alguna parte del anexo subterráneo de la Casa Blanca. Pequeñas masas de luz viva flotaban en un tanque del techo. Me dijo que tenía un acceso total a los servicios de secretariado de la casa del Ejecutivo y me mostró dónde se encontraban las entradas y salidas de datos del ordenador. Podía hacer todas las llamadas telefónicas que quisiera, me dijo, y utilizar cualquier ayuda que precisara para preparar mi toma de postura sobre el viaje temporal para el Presidente.