»Dado que todo se maneja mediante ordenador, quizá se pregunte qué está sucediendo ahí abajo. Lo que ve representa una deliciosa tradición de la Bolsa: aunque ya no resulta estrictamente necesario, mantenemos una cierta cantidad de agentes que compran y venden valores para sus propias cuentas, exactamente igual que en los viejos tiempos. Están realizando el proceso existente antes del ordenador. Permítanme que siga el curso de una transacción individualizada para ustedes…
Hablando con voz clara y precisa nos mostró qué significaba todo aquel loco corretear de abajo. Me sorprendió comprender que todo aquello se hacía puramente como una charada; las transacciones no eran reales y al final de cada día todas las cuentas eran canceladas. En realidad era el ordenador quien lo manejaba todo. El ruido, los papeles arrojados al suelo, las complicadas gesticulaciones…, todo aquello eran reconstrucciones de un pasado arcaico ejecutadas por hombres cuyas vidas habían perdido su propósito. Era fascinante y deprimente: un ritual del dinero, un irse deteniendo del reloj capitalista. Me enteré de que los viejos agentes de bolsa que no querían jubilarse tomaban parte en esta diversión de cada día, mientras que junto a ellos el monstruoso pozo del ordenador que les había robado su utilidad como hombres una década antes relucía igual que el erecto símbolo de su impotencia.
Nuestra guía siguió hablando y hablando, contándonos cosas sobre el monitor de la bolsa y los índices Dow Jones, descifrando los símbolos crípticos que pasaban con la lentitud de un sueño por la pantalla, hablando de pequeños accionistas, de requisitos de margen y de otras muchas cosas extrañas y maravillosas. Como climax de su número, activó una salida de datos del ordenador y nos permitió echarle una breve mirada al hirviente manicomio que había dentro del cerebro principal, donde las transacciones tenían lugar a velocidades improbables y miles de millones de dólares cambiaban de manos en instantes.
Todo aquello era impresionante, y me impresionó. Yo, que nunca había jugado en la bolsa, sentí el apremiante anhelo de llamar a mi agente, si podía encontrar alguno, y ser conectado a los grandes bancos de datos. ¡Venda cien GFX! ¡Compre doscientas CCC! ¡Baja un punto! ¡Sube dos puntos! Éste era el núcleo de la vida; ésta era la esencia del ser. El ritmo enloquecido de todo aquello me dominó por completo. Deseaba correr hacia el pozo del ordenador, abrir mis brazos al máximo y rodear con ellos su reluciente masa vertical. Imaginaba sus líneas de datos extendiéndose por todo el mundo, llegando incluso a los hermanos socialistas reformados de Moscú, trazando las hebras de una comunión de dólares de una ciudad a otra, y extendiéndose quizá hasta la Luna, hasta nuestras futuras bases en otros planetas, hasta las mismas estrellas… ¡el capitalismo triunfante!
La guía se esfumó. Norton, el Presidente de la Bolsa, se plantó nuevamente ante nosotros con una agradable sonrisa en su amable rostro, y dijo:
—Y ahora, si puedo ayudarles en algún problema más…
—Sí —dijo Vornan apaciblemente—. Por favor, ¿cuál es el propósito de una bolsa de valores?
El ejecutivo enrojeció y mostró señales de aturdimiento. ¿Después de toda esta detallada explicación, que el distinguido invitado preguntara para qué servía todo el asunto? Hasta nosotros mismos pusimos cara de incomodidad. Ninguno de nosotros había pensado que Vornan hubiera venido aquí ignorando los fines y la utilidad básica de esta institución. ¿Cómo había permitido que se le llevara a la Bolsa sin saber lo que iba a ver? ¿Por qué no había preguntado antes? Una vez más me di cuenta de que, si era auténtico, Vornan debía vernos como monitos graciosos cuyos planes y acciones eran algo digno de verse sólo por lo divertidos que resultaban; no estaba tan interesado en visitar algo llamado una Bolsa como lo estaba en el hecho de que nuestro Gobierno deseara tan ardientemente que visitara ese algo.
—Bueno —dijo el hombre de la Bolsa—, señor Vornan, tengo entendido que en el tiempo del que usted… del que usted viene no existe el mercado de valores, ¿verdad?
—No que yo sepa.
—¿Quizá bajo algún otro nombre?
—No se me ocurre ningún equivalente.
Consternación.
—Pero, entonces… ¿cómo se las arreglan para transferir unidades de propiedad corporativa?
Inexpresividad. Una sonrisa tímida, posiblemente burlona, por parte de Vornan-19.
—¿Tienen propiedades corporativas, no?
—Perdón —dijo Vornan—, he estudiado cuidadosamente su idioma antes de emprender mi viaje, pero hay tantas lagunas en mi conocimiento… Quizá si pudiera explicarme algunos de sus términos básicos…
La tranquila dignidad del Presidente empezó a esfumarse. Ahora Norton tenía las mejillas cubiertas de manchitas rojas y sus ojos relucían igual que los de un animal atrapado en una jaula. Había visto algo de esa misma expresión en el rostro de Wesley Bruton cuando se enteró por Vornan de que su magnífica villa, construida para perdurar a través de las eras igual que el Partenón y el Taj Mahal, se había esfumado y había sido olvidada en el año 2999 y que de haber sobrevivido sólo habría sido conservada como una curiosidad, una manifestación de barroca estupidez. El hombre de la Bolsa no podía comprender la incomprensión de Vornan y eso le puso muy nervioso.
—Una corporaciones… bueno, una compañía —explicó Norton—. Es decir, un grupo de individuos que se unen para hacer algo por un beneficio. Para manufacturar un producto, para prestar un servicio, para…
—Un beneficio —dijo Vornan—. ¿Qué es un beneficio?
Norton se mordió el labio y se limpió la frente cubierta de sudor. Tras cierta vacilación, dijo:
—Un beneficio es obtener un ingreso superior al coste. Un valor añadido, como suele decirse. El objetivo básico de la corporación es conseguir un beneficio que pueda ser dividido entre sus propietarios. Para ello debe ser eficiente en la producción, de tal forma que los costes fijos de funcionamiento sean superados y el coste de manufactura por unidad sea más bajo que el precio del producto ofrecido en el mercado. Bien, la razón por la cual la gente establece corporaciones en vez de relaciones simples de asociación es…
—No le sigo —dijo Vornan—. Términos más sencillos, por favor. El objeto de esta corporación es el beneficio para ser dividido entre los propietarios, ¿no? Pero, ¿qué es un propietario?
—Estaba llegando a eso. En términos legales…
—¿Y qué utilidad tiene ese beneficio para que los propietarios lo deseen?
Tuve la sensación de que tras todo aquello se ocultaba una trampa. Preocupado, miré a Kolff, a Helen, a Heyman. Pero ninguno de ellos parecía inquieto. Holliday, nuestro hombre del gobierno, tenía el ceño algo fruncido, pero quizá pensaba que las preguntas de Vornan-19 eran más inocentes de lo que me parecían a mí.
Las fosas nasales del hombre de la Bolsa aletearon ominosamente. Daba la impresión de estar conteniendo su ira con un gran esfuerzo. Uno de los periodistas, percibiendo el disgusto y la incomodidad de Norton, se acercó para casi meterle la cámara en la cara. Norton la miró con expresión feroz.