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—¿Debo entender que en su era el concepto de corporación es algo desconocido? —preguntó Norton, hablando muy despacio—. ¿Que se ha extinguido el motivo del beneficio? ¿Que el mismísimo dinero se ha desvanecido y ya no se utiliza?

—Mi respuesta tendría que ser sí —dijo Vornan con voz amable—. Al menos, tal y como comprendo yo esos términos, no tenemos nada equivalente a ellos.

—¿Ha ocurrido eso en Norteamérica? —preguntó Norton con incredulidad.

—No tenemos exactamente ninguna Norteamérica —dijo Vornan—. Vengo de la Centralidad. Los términos no son congruentes y, de hecho, me resulta difícil compararlos incluso aproximadamente…

—¿Norteamérica ha desaparecido? ¿Cómo es posible eso? ¿Cuándo sucedió?

—Oh, supongo que durante el Tiempo del Barrido. Entonces cambiaron gran cantidad de cosas. Fue hace mucho. No recuerdo ninguna Norteamérica.

F. Richard Heyman vio una oportunidad de arrancarle un poco de historia al enloquecedoramente elusivo Vornan. Giró en redondo y dijo:

—Acerca de ese Tiempo del Barrido que ha mencionado ocasionalmente, me gustaría saber…

Fue interrumpido por un geiser de indignación procedente de Samuel Norton.

—¿Norteamérica desaparecida? ¿El capitalismo extinguido? ¡No puede ser! Le digo que…

Uno de los ayudantes del gerente se apresuró a ponerse a su lado y le murmuró algo con aire apremiante. El gran hombre asintió. Aceptó una cápsula de color violeta que le ofrecía su otro ayudante y colocó el hocico ultrasónico de ésta sobre su muñeca. Se produjo un rápido zumbar y la administración de lo que supongo sería alguna clase de droga tranquilizante. Norton respiró profundamente e hizo un visible esfuerzo por recobrar el dominio de sí mismo.

Más calmadamente, el jefe de la Bolsa le dijo a Vornan:

—No me importa confesarle que todo esto me resulta difícil de creer. ¿Un mundo sin Norteamérica en él? ¿Un mundo que no utiliza el dinero? Por favor, respóndame a esto: ¿es que todo el planeta se ha vuelto comunista en la época de la que viene usted?

A esto siguió lo que se suele llamar un silencio cargado de malos presagios, durante el que cámaras y grabadoras estuvieron muy ocupadas capturando expresiones faciales tensas, incrédulas, irritadas o inquietas. Presentí un desastre inminente. Y, por fin, Vornan dijo:

—Es otro término que no comprendo. Me disculpo por mi extrema ignorancia. Temo que mi mundo es muy distinto al suyo. Sin embargo… —en este punto utilizó su deslumbrante sonrisa, arrancándole así el aguijón a sus palabras— …es su mundo y no el mío lo que hemos venido aquí a examinar. Por favor, dígame de qué sirve esta Bolsa suya.

Pero Norton se mostró incapaz de olvidar su obsesión por conocer los rasgos del mundo de Vornan-19.

—Dentro de un instante. Si primero me dice usted cómo adquieren los bienes… una cosa o dos sobre su sistema económico…

—Cada uno de nosotros tiene todo aquello que una persona pueda necesitar. Nuestras necesidades están cubiertas. Y ahora, esta idea de la propiedad corporativa…

Norton se apartó de él, desesperado. Ante nosotros se extendían panoramas de un futuro inimaginable: un mundo sin economía, un mundo en el cual ningún deseo dejaba de satisfacerse. ¿Era posible? ¿O era todo ello el encogimiento de hombros de los detalles supersimplificados de un estafador, que no se tomaba la molestia de fingir ante nosotros? Ya fuera una cosa o la otra, yo estaba fascinado. Pero Norton era incapaz de seguir. Aturdido, le hizo una seña a otro hombre de la Bolsa; éste dio un paso hacia delante y, con voz jovial, nos dijo:

—Empecemos por el principio. Tenemos a esta compañía que fabrica cosas. Es propiedad de un pequeño grupo de gente. Bien, hablando en términos legales hay un concepto conocido como responsabilidad colectiva, el cual significa que los propietarios de una compañía son responsables por cualquier cosa que pueda hacer su compañía y que sea incorrecta o ilegal. Para eludir tal responsabilidad, crean una entidad imaginaria llamada corporación, que soporta la responsabilidad de cualquier acción legal que pueda ser iniciada contra ellos dentro de la esfera de su negocio. Bien, dado que cada miembro del grupo poseedor tiene una parte en la propiedad de esta corporación, podemos emitir acciones, es decir, certificados representando partes proporcionales del interés por el beneficio que…

Y etcétera y etcétera. Un curso básico de economía.

Vornan estaba radiante. Dejó que el discurso siguiera avanzando hasta el punto en que aquel hombre estaba explicando que, cuando un propietario deseaba vender su acción de la compañía, le resultaba más cómodo trabajar a través de un sistema central de subastas que le ofrecería su acción a quien pujara más alto y entonces, con voz tranquila y devastadora, Vornan admitió que seguía sin poder entender del todo los conceptos de propiedad, corporaciones y beneficio, y menos aún la transferencia de valores.

Estoy seguro de que lo dijo tan sólo para irritar y hacer que siguiera la diversión. Ahora estaba desempeñando el papel del hombre venido de Utopía, pidiendo largas explicaciones sobre nuestra sociedad y luego, juguetonamente, dándole un empujón a la misma estructura básica de ésta, exhibiendo su ignorancia de todo lo que se daba por sentado en ella e implicando con eso que tales presuposiciones básicas eran transitorias e insignificantes. Entre los ofendidos, pero pétreamente reservados hombres de la Bolsa, hubo una oleada de inquietud. Jamás se les había ocurrido pensar que alguien pudiera adoptar tal actitud de inocencia fingida. Incluso un niño sabía qué era el dinero y qué hacían las corporaciones, aunque el concepto de la responsabilidad limitada pudiera seguirle siendo escurridizo.

No sentía grandes deseos de verme mezclado en aquella incómoda situación. Mis ojos iban y venían distraídamente de un lado a otro. Cuando miré hacia la gran tira amarilla del monitor, vi:

LA BOLSA ACOGE AL HOMBRE DEL AÑO 2999

Y después:

VORNAN-19 ESTÁ AHORA EN LA GALERÍA DE VISITANTES

Después la cinta amarilla empezó a hablar de transacciones de la bolsa y valores fluctuantes. Pero el daño ya estaba hecho. Toda la acción del parquet bursátil se detuvo. Cesaron las ventas y compras falsas, y mil rostros se alzaron hacia la balconada. De sus bocas brotaron potentes gritos, incoherentes, ininteligibles. Los agentes de bolsa agitaban la mano y lanzaban vítores. Y, como una sola masa, empezaron a moverse por entre los puestos que ocupaban, señalando con la mano, emitiendo misteriosos ruidos retumbantes. ¿Qué querían? ¿El índice industrial Dow Jones para enero del año 2999? ¿La imposición de manos? ¿Una fugaz visión del hombre del futuro? Vornan estaba ahora junto a la barandilla, sonriendo, alzando las manos igual que si estuviera bendiciendo al capitalismo. Los últimos ritos, quizá… la extremaunción para los dinosaurios de las finanzas.

—Están actuando de forma extraña —dijo Norton—. Esto no me gusta.

Holliday reaccionó ante la nota de alarma que había en su voz.

—Saquemos de aquí a Vornan —le murmuró a un guardia que estaba junto a mí—. Esto tiene el aspecto de ser los comienzos de un disturbio.

La cinta del monitor flotaba por el aire. Los cambistas empezaron a coger largos pedazos de cinta y se pusieron a bailar dándole vueltas, tirándola contra la balconada. Oí unos cuantos gritos por encima del ruido de fondo: querían que Vornan bajara y se reuniera con ellos. Vornan siguió reconociendo su homenaje.

El monitor declaró: