Después nos separamos. Parecía convenientemente satisfecha; parte de la representación, supuse yo. Me indicó el lavabo y puso en marcha el limpiador molecular para que pudiera purificarme de las huellas de la lujuria. Seguía quedándonos tiempo, y ella dijo:
—Sólo para saberlo: ¿no te gustaría a ti conocer a Vornan-19? ¿Sólo para convencerte de que es realmente lo que dice ser?
Discutí la pregunta conmigo mismo. Y luego, con voz grave, dije:
—Bueno, sí, creo que me gustaría. Pero supongo que nunca le conoceré.
—Resulta emocionante pensar que está aquí mismo, en el edificio, ¿verdad? ¡Vaya, si podría estar incluso en la puerta de al lado! Podría venir aquí luego… si quiere otra ronda. —Cruzó la habitación, vino hacia mí y me rodeó con sus brazos. Sus ojos, grandes y brillantes, se clavaron en los míos—. No tendría que estar hablando tanto de él. No sé cómo he empezado. Se supone que no debemos mencionar a otros hombres cuando… Oye, ¿te hice feliz?
—Mucho, Esther. Me gustaría poder demostrarte…
—No se permiten propinas —se apresuró a decir, mientras que yo buscaba torpemente mi tarjeta de crédito—. Pero cuando salgas, el ordenador puede pedirte un informe sobre mí. Escogen uno de cada diez clientes para un muestreo. Espero que tendrás algo bueno que decir sobre mí.
—Ya sabes que sí.
Se puso de puntillas y me dio un beso suave y desapasionado en los labios.
—Me gustas —dijo—. De veras. No es sólo una frase del repertorio. Si vuelves aquí alguna vez, espero que preguntarás por mí.
—Si vuelvo alguna vez, desde luego que lo haré —dije, y hablaba en serio—. Es una promesa solemne.
Me ayudó a vestirme. Después se esfumó a través de su puerta, desapareciendo en las profundidades del edificio para ejecutar algún rito de purificación antes de encargarse de su próxima cita. La pantalla volvió a cobrar vida, notificándome que mi cuenta de crédito recibiría la factura según la tarifa habitual y pidiéndome que saliera por la puerta de atrás de mi cubículo. Salí a la cinta deslizante y me encontré llevado a través de una región de nebulosa y perfumada belleza, una galería abovedada cuyo lejano techo estaba festoneado por tiras de cinta iridiscente; tan mágico era este reino que apenas si me fijé en nada hasta no descubrir que estaba bajando de nuevo, deslizándome en un vestíbulo tan grande como aquél por donde había entrado, pero en el lado opuesto del edificio.
Vornan. ¿Dónde estaba Vornan?
Emergí a la débil luz de una tarde invernal, sintiéndome levemente ridículo. La visita me había resultado educativa y divertida, pero no podía afirmarse que hubiera servido demasiado al propósito de mantener vigilada a la impredecible persona que se nos había confiado. Me detuve en la gran plaza, preguntándome si debería volver adentro y buscar a Vornan. ¿Era posible pedirle al ordenador información sobre un cliente? Mientras vacilaba, una voz a mi espalda dijo:
— ¿Leo?
Era Kralick, sentado en una limusina gris verdosa, de cuyo techo salían proyectados los romos hocicos de una antena de comunicaciones. Fui hacia el coche.
—Vornan sigue dentro —dije—. No sé qué…
—Todo va bien. Entre.
Entré en el coche mientras el hombre del Gobierno me mantenía abierta la portezuela. Para mi incomodidad, descubrí que Aster Mikkelsen estaba en el asiento trasero, la cabeza inclinada sobre alguna especie de gráficos. Me dirigió una breve sonrisa y volvió a lo que estaba analizando, fuera lo que fuese. Me turbó un poco salir directamente del burdel para hallarme en compañía de la pura Aster.
—Tengo contacto total con nuestro amigo —dijo Kralick—. Quizá le interese saber que ahora anda por su cuarta mujer y no muestra señales de que se le esté acabando la gasolina. ¿Le gustaría echar una mirada?
—No, gracias —le dije, mientras él empezaba a conectar la pantalla—. No soy muy aficionado a eso. ¿Ha creado algún problema ahí dentro?
—No a su manera habitual. Está utilizando a un montón de chicas, eso es todo. Repasando toda la lista, probando posiciones, haciendo cabriolas igual que un chivo… —se dio la vuelta para mirarme y dijo—: Leo, ya lleva dos semanas con ese tipo. ¿Cuál es su opinión? ¿Es real o es un fraude?
—Sinceramente no lo sé, Sandy. Hay veces en las que estoy convencido de que es absolutamente auténtico. Entonces me paro a pensar, me pellizco y me digo que nadie puede ir hacia atrás en el tiempo, que es una imposibilidad científica y que en cualquier caso Vornan no es más que un charlatán.
—Un científico debería empezar con las pruebas y construir una hipótesis alrededor de ellas, algo que llevara a una conclusión, ¿no? —dijo Kralick, con cierto cansancio—. No empezar con una hipótesis y juzgar las pruebas en términos de ella.
—Cierto —concedí yo—. Pero, ¿qué considera usted como pruebas? Por mis experimentos sé algo sobre los fenómenos de la inversión del tiempo, y sé que no se puede enviar una partícula de materia ni medio segundo hacia atrás sin invertir su carga. Tengo que juzgar a Vornan con relación a eso.
—De acuerdo. Y el hombre del año 999 sabía que era imposible volar a Marte. No podemos arriesgarnos a decir lo que será posible dentro de mil años y lo que no. Y da la casualidad de que hoy hemos conseguido unas cuantas pruebas nuevas.
—¿Cuáles?
—Vornan consintió en pasar por el examen médico habitual ahí dentro —dijo Kralick—. El ordenador obtuvo una muestra de sangre suya y montones de otras cosas, y nos lo transmitió todo aquí fuera y Aster lo ha estado examinando. Dice que tiene sangre de un tipo que nunca había visto antes y que está lleno de anticuerpos extraños, desconocidos para la ciencia moderna… y que hay otras cincuenta anomalías en el examen médico de Vornan. El ordenador recogió también rastros de una actividad eléctrica desacostumbrada en su sistema nervioso, el truco que utiliza para aturdir a la gente que no le gusta. Está construido igual que una anguila eléctrica. No creo que venga de este siglo, Leo. Y no puedo explicarle lo que me cuesta decir algo semejante.
Y, desde el asiento trasero, Aster habló con su hermosa voz, parecida al sonar de una flauta:
—Parece extraño que debamos hacer unas investigaciones tan fundamentales mandándole a un burdel, ¿verdad, Leo? Pero estos hallazgos son muy raros. ¿Te gustaría ver las cintas?
—Gracias, no sería capaz de interpretarlas.
Kralick se dio la vuelta.
—Vornan ha terminado con la número cuatro. Está pidiendo una quinta.
—¿Puede hacerme un favor? Ahí dentro hay una chica llamada Esther, una pelirrojita linda y delgada. Me gustaría que arreglara las cosas con su amigo el ordenador, Sandy. Ocúpese de que Esther sea su siguiente chica.
Kralick hizo los arreglos. Vornan había pedido para su próximo romance una morena alta y curvilínea, pero el ordenador le entregó a Esther en vez de a la morena y él aceptó la sustitución, supongo que como un perdonable defecto en nuestra medieval tecnología de ordenadores. Pedí ver la transmisión por vídeo y Kralick lo conectó. Ahí tenía a Esther, los ojos muy abiertos, tímida, toda su seguridad profesional hecha pedazos al encontrarse en presencia del hombre de sus sueños. Vornan le habló como un gran señor, calmándola y tratándola con suavidad. Esther se quitó la túnica, los dos fueron hacia la cama, y entonces hice que Kralick quitara el vídeo.
Vornan estuvo con ella un rato bastante largo. Su insaciable virilidad parecía subrayar aún más lo ajeno de su origen. Yo me quedé sentado, pensativo, los ojos clavados en la nada, intentando aceptar los datos que Kralick había recogido hoy. Mi mente se negaba a dar el salto. Ni incluso ahora podía creer que Vornan-19 fuese auténtico, pese al frío que había sentido en su presencia y todo lo demás.