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—Con todo, me gustaría intentar sacárselo. Acuérdate de eso.

Prometí que lo haría, pero veía pocas posibilidades de conseguirlo. Durante el desayuno logramos abordar temas de conversación menos problemáticos. Después Jack desapareció para terminar algo que estaba escribiendo, y Shirley y yo fuimos al solario. Dijo que estaba preocupada por Jack; estaba tan terriblemente obsesionado por lo que el futuro pudiera pensar de él… No sabía cómo conseguir que se relajase y lo olvidara.

—Compréndelo, no es nada nuevo. Ha estado ocurriendo desde que le conocí, desde que estaba contigo en la Universidad. Pero cuando apareció Vornan, se ha vuelto cincuenta veces peor. Ahora cree realmente que su manuscrito va a cambiar toda la historia del futuro. La semana pasada dijo que ojalá los Apocaliptistas tuvieran razón. Quiere que el mundo estalle en pedazos el próximo enero. Está enfermo, Leo.

—Ya veo. Pero es una enfermedad que no intentará curar.

En voz muy baja, acercándose de tal forma que podría haber pegado mis labios a los suyos, me dijo:

—¿Estabas ocultándole algo? Cuéntame la verdad. ¿Qué dijo Vornan sobre la energía?

—Nada. Lo juro.

—Y tú crees realmente que él es…

—La mayor parte del tiempo. No estoy convencido. Ya sabes, tengo reservas científicas al respecto.

—¿Y aparte de ellas?

—Le creo —dije.

Nos quedamos callados. Dejé que mis ojos recorrieran el promontorio de su columna vertebral hasta el florecer de sus caderas. Cuentas de transpiración relucían sobre sus nalgas bronceadas, vueltas hacia arriba. Tenía los pies estirados, y sus dedos se juntaban en un pequeño gesto de tensión.

—Jack quiere ver a Vornan —dijo.

—Losé.

—Yo también. Deja que lo confiese, Leo: le deseo.

—La mayor parte de las mujeres le desean.

—Nunca le he sido infiel a Jack. Pero con Vornan lo sería. Primero se lo diría a Jack, por supuesto. Pero me siento atraída hacia él. Sólo con verle por televisión quiero tocarle, sentirle junto a mí, dentro de mí. ¿Te escandalizo, Leo?

—No seas tonta.

—Lo que me consuela es saber que nunca tendré la oportunidad. Debe haber un millón de mujeres delante mío en la cola. Leo, ¿te has dado cuenta de la histeria que está concentrándose alrededor de este hombre? Es casi un culto. Está acabando con el Apocaliptismo prácticamente de la noche a la mañana. El otoño pasado todos pensaban que el mundo estaba a punto de terminar, y ahora todo el mundo piensa que vamos a vernos repletos de turistas llegados del futuro. Miro los rostros de las personas que hay en las pantallas, los que siguen a Vornan por todas partes, lanzando vítores, arrodillándose… Es como un mesías. ¿Hay algo que te suene a racional en lo que digo?

—Todo. No estoy ciego, Shirley. Lo he visto de cerca.

—Me asusta.

—A mí también.

—Y cuando dices que te parece auténtico… tú, el viejo y escéptico Leo Garfield… eso aún da más miedo. —Shirley me hizo oír una vez más su estridente risita—. Viviendo aquí, al borde de la nada, a veces pienso que todo el mundo está loco, salvo Jack y yo.

—Y últimamente has estado teniendo tus dudas respecto a Jack.

—Bueno, sí… —su mano cubrió la mía—. ¿Por qué estará respondiendo de esta forma la gente a Vornan?

—Porque antes nunca ha existido nadie como él.

—No es la primera figura carismática que aparece.

—Es la primera que utiliza ese tipo de historia —dije—. Y la primera en la época de las comunicaciones modernas. El mundo entero puede verle en tres dimensiones y colores naturales durante todo el tiempo. Sabe llegar a ellos. Sus ojos… su sonrisa… Ese hombre tiene poder, Shirley. Tú lo sientes a través de la pantalla. Yo lo siento de cerca.

—¿Qué acabará pasando?

—Acabará volviendo al año 2999 —dije con voz jovial—, y escribirá un libro que se venderá mucho sobre sus antepasados primitivos.

Shirley lanzó una hueca carcajada, y dejamos que la conversación fuera agonizando hasta terminar. Sus palabras me turbaban. No es que me sorprendiera descubrir que se veía atraída hacia Vornan; lo que me trastornaba era que estuviese dispuesta a admitirlo ante mí. Me irritaba haberme convertido en el confidente de sus pasiones. Una mujer admite sus deseos ilícitos ante el eunuco de un harén, quizá, o ante otra mujer, pero no ante un hombre del que comprende siente deseos reprimidos hacia ella. Seguramente debía saber que si no fuera por mi respeto a su matrimonio, ya habría intentado poseerla hacía mucho tiempo, y habría sido recibido de buena gana. Entonces, ¿por qué contarme tales cosas, sabiendo que debían hacerme daño? ¿Pensaba que utilizaría mi supuesta influencia para atraer a Vornan hasta su cama? ¿Que por amor hacia ella jugaría a ser un alcahuete?

Pasamos el resto del día sin hacer nada. Hacia finales de la tarde apareció Jack y dijo:

—Puede que no te interese, pero Vornan sale en la pantalla. Está siendo entrevistado en San Diego por un grupo de teólogos, filósofos y similares. ¿Quieres verlo?

Realmente no, pensé. Había venido aquí para escapar de Vornan y, sin que pudiera saber cómo, no pasaba ni un instante sin que alguien le mencionara. Pero no supe qué responder, y Shirley dijo que sí.

Jack activó la pantalla más cercana a nosotros y ahí estaba Vornan, a tamaño natural, irradiando encanto en tres dimensiones. La cámara nos dio una imagen completa del grupo que le interrogaba: cinco distinguidos expertos en escatología, a un par de los cuales reconocí. Observé las cejas caídas y la prolongada nariz de Milton Clayhorn, una de las eminencias de nuestro campus de San Diego, el hombre que, decían, había consagrado toda su carrera al objetivo de sacar a Cristo del Cristianismo. Vi los toscos rasgos y la piel manchada por la edad del doctor Naomi Gersten, tras cuyos ojos de párpados caídos acechaban seiscientos años de angustia semítica. Los otros tres parecían familiares; sospeché que habían sido cuidadosamente elegidos para representar a cada credo. Habíamos llegado con la discusión ya bien avanzada, pero, como resultó, justo a tiempo para captar la detonación de los megatones de la bomba de Vornan.

—¿…ningún movimiento religioso organizado en su era, sea el que sea? —estaba diciendo Clayhorn—. ¿Una desaparición de la iglesia, por expresarlo de esa forma?

Vornan asintió con un breve gesto de cabeza.

—Pero la idea religiosa en sí —vociferó Clayhorn— ]Eso no puede haber desaparecido! ¡Hay ciertas verdades eternas! El hombre debe establecer una relación que delinee los límites del universo y los confines de su propia alma. Él…

—Quizá podría explicarnos si entiende en lo más mínimo a qué nos referimos con la palabra religión, ¿eh? —le dijo el doctor Gersten a Vornan con su vocecilla cascada.

—Ciertamente. Una afirmación de la dependencia humana con respecto a una fuerza externa más poderosa —dijo Vornan, pareciendo muy complacido consigo mismo.

—Creo que es una formulación excelente, ¿no le parece, monseñor? —dijo un moderador de voz sedosa.

Ahora reconocía al hombre de mentón prominente con el alzacuello: Meehan, un sacerdote de la televisión, él mismo una figura de bastante carisma, quien dejó transcurrir un momento para aumentar la resonancia de sus palabras y dijo:

—Sí, a su manera está excelentemente expresado. Es refrescante saber que nuestro invitado comprende el concepto de la religión, incluso si… —el monseñor mostró una momentánea grieta en su fachada— …como dice, nuestras religiones actuales han dejado de representar un papel significativo en la vida de sus tiempos. Me aventuro a decir que quizá el señor Vornan está subestimando la fuerza de la religión en su día, y posiblemente, como muchos individuos de hoy, está proyectando su falta personal de creencias sobre la sociedad como un todo. ¿Podría obtener un comentario sobre esto?