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—El evangelio según san Vornan —murmuró Heyman con expresión sombría.

Después obtuve unas noticias bastante confusas de Kolff. Había pasado las cintas con lo dicho por Vornan a través del ordenador del departamento, en Columbia, con unos resultados no demasiado claros. El ordenador estaba atónito ante la estructura del lenguaje, y lo había convertido todo en fonemas sin llegar a ninguna conclusión. Sus análisis indicaban la posibilidad de que Kolff estuviera en lo correcto al pensar que eran las palabras de un lenguaje muy evolucionado, y también la posibilidad de que Vornan se hubiera limitado sencillamente a producir ruidos aleatorios, dando de vez en cuando con alguna combinación de sonidos que parecía representar una versión futurista de una palabra contemporánea. Kolff daba la impresión de estar bastante deprimido. En su primera oleada de entusiasmo había transmitido su evaluación sobre lo dicho por Vornan a los medios de comunicación, y eso había ayudado a que se avivara la histeria global; pero ahora no estaba del todo seguro de haber hecho la interpretación correcta.

—Si estoy equivocado, me habré destruido a mí mismo, Leo —dijo—. He apoyado con todo mi prestigio lo que tal vez sea una ridiculez, y de ser así, ya no tengo más prestigio.

Estaba temblando. Parecía haber perdido diez kilos en los pocos días transcurridos desde la última vez que le había visto; de su rostro colgaban bolsas de piel flácida.

—¿Por qué no comprobar de nuevo los datos? —dije—. Haz que Vornan repita lo que grabó antes para ti. Luego pásale las dos cintas al ordenador y comprueba la función de correlación. Si en la última ocasión estaba improvisando un parloteo sin sentido, no será capaz de duplicarlo.

—Amigo mío, ésa fue mi primera idea.

—¿Y?

—No quiere volver a hablarme en su lenguaje. Ha perdido el interés en mis investigaciones. Se niega a pronunciar ni una sola sílaba.

—Eso me parece bastante sospechoso.

—Sí —dijo tristemente Kolff—. Por supuesto que es sospechoso. Le he dicho que haciendo algo tan sencillo puede destruir para siempre todas las dudas respecto a su origen y él se ha negado. Le he dicho que negándose a hacerlo está invitándonos a que le consideremos un impostor, y contesta que no le importa. ¿Está engañándonos, es un embustero… o es que realmente no le importa? ¡Leo, estoy destruido!

—Lloyd, tú percibiste una pauta lingüística, ¿no?

—Desde luego que sí. Pero puede que fuera tan sólo una ilusión… una coincidencia de valores sónicos.

Meneó la cabeza igual que una morsa herida, murmuró algo en persa o en pushtu y se alejó arrastrando los pies, el cuerpo encorvado. Y comprendí que Vornan había eliminado diabólicamente uno de los argumentos principales para aceptarle como algo auténtico. Deliberadamente. Caprichosamente. Estaba jugando con nosotros… con todos nosotros.

Esa noche se nos sirvió la cena en el hotel. No se podía ni soñar en que saliéramos, no con miles de personas en las calles a nuestro alrededor. Una de las cadenas de noticias pasó un documental sobre el recorrido hecho por Vornan a lo largo del país, y lo vimos. Vornan lo vio con nosotros, aunque en el pasado no había dado muestras de gran interés sobre lo que los medios de comunicación tenían que decir en cuanto a él. En cierto modo, deseé que no lo viera. El documental se concentraba sobre el impacto que había tenido en las emociones de la masa, y mostraba cosas que yo no había sospechado: adolescentes de Illinois retorciéndose en un éxtasis inducido por las drogas ante una foto tridimensional de nuestro visitante. Africanos encendiendo inmensas hogueras ceremoniales en cuyo grasiento humo azulado se decía que cobraba forma la imagen de Vornan. Una mujer de Indiana que había guardado las cintas de cada programa televisivo concerniente al hombre del futuro, y que vendía copias de ellas montadas en relicarios especiales. Vimos cómo se estaba desarrollando un movimiento de masas hacia el oeste; hordas de amantes de las curiosidades se estaban derramando a través del continente con la esperanza de pillar a Vornan en sus desplazamientos.

El ojo de la cámara bajó hacia las turbas que habíamos visto tan a menudo, mostrándonos los rígidos rostros de los fanáticos. Aquellas personas deseaban una revelación de Vornan; querían profecías; querían la guía divina. Allí por donde iba, la emoción y el nerviosismo parpadeaban igual que los relámpagos en una tormenta de verano. Me di cuenta de que si Kolff llegaba a permitir alguna vez que ese cubo con lo dicho por Vornan circulara públicamente, provocaría una nueva manifestación de glosolalia… un salvaje estallido del hablar en lenguas divinas en cuanto el parloteo sagrado se convirtiera, una vez más, en el camino hacia la salvación.

Estaba asustado. En los instantes más calmados del documental, miraba de soslayo a Vornan y le vi mover la cabeza asintiendo con satisfacción, supremamente complacido con toda la agitación que estaba causando. Parecía disfrutar con el poder que la publicidad y la curiosidad habían colocado en sus manos. No importaba lo que le viniera en gana decir: sería recibido con un gran interés, discutido y vuelto a discutir, y rápidamente cristalizaría hasta convertirse en un artículo de fe aceptado por millones de personas. Sólo a muy pocos hombres en la historia les ha sido dado tener semejante poder, y ninguno de los predecesores carismáticos de Vornan había tenido acceso a los canales de comunicación mundiales.

Me aterrorizaba. Hasta ahora Vornan había parecido no sentir la más mínima preocupación por la respuesta del mundo a su presencia, tan distante y altivo como lo había estado el día en que subió desnudo las Escalinatas Españolas, mientras un policía de Roma le gritaba que se detuviese. Pero ahora empezaba a surgir una corriente de alimentación en dos sentidos. Estaba viendo los documentales sobre su propia persona: ¿disfrutaba con la confusión que había engendrado? ¿Estaba planeando conscientemente nuevos trastornos? Cuando actuaba con despreocupada inocencia, ya creaba la suficiente cantidad de caos; motivado por una malicia deliberada, podía aplastar la civilización. Al principio yo me había burlado de él, y luego me había resultado divertido. Ahora le tenía miedo.

Nuestra reunión se dispersó bastante pronto. Vi a Fields hablando en tono apremiante con Aster; ella meneó la cabeza, se encogió de hombros y se alejó de él, dejándole con el ceño fruncido. Vornan fue hacia Fields y le tocó suavemente el hombro. No tengo ni idea de qué le dijo Vornan, pero la expresión de Fields se hizo aún más sombría después. Salió de la habitación, intentando dar un portazo con una puerta construida a prueba de portazos. Kolff y Helen se fueron juntos. Yo me quedé un rato, sin ninguna razón en particular para ello. Mi habitación estaba junto a la de Aster, y fuimos juntos por el pasillo. Nos quedamos unos momentos hablando delante de su puerta. Yo tenía la extraña impresión de que iba a invitarme a que entrara para pasar la noche; parecía más animada de lo habitual, con las pestañas agitándose y sus delicadas fosas nasales aleteando.

—¿Sabes cuánto tiempo vamos a continuar con esta gira? —me preguntó. Le dije que no lo sabía. Comentó que estaba pensando en volver a su laboratorio, pero luego, con cierta tristeza, me hizo otra confesión—: Me marcharía ahora mismo de no ser porque todo esto empieza a interesarme mucho, aunque no quiera. Estoy interesada en Vornan. Leo, ¿te has dado cuenta de que está cambiando?

—¿En qué aspecto?

—Se está haciendo más consciente de lo que ocurre a su alrededor. Al principio estaba tan distanciado de todo, era tan distinto… ¿Recuerdas cuando me pidió que me duchara con él?

—No puedo olvidarlo.

—De haber sido otro hombre me habría negado, por supuesto. Pero Vornan lo dijo de una forma tan directa… igual que lo haría un niño. Supe que no había nada oculto en su petición. Pero ahora… ahora da la impresión de que quiere utilizar a la gente. Ya no se limita a ver las cosas, a ser un turista. Está manipulando a todo el mundo. Muy sutilmente.