—Aquí fuera hace un calor maravilloso, Leo —dijo—. Quítate las ropas y únete a mí.
No supe qué hacer. No le había hablado a Vornan del tranquilo y despreocupado nudismo de mis anteriores visitas a esta casa; y hasta el momento se habían observado cuidadosamente todas las normas de la decencia. Pero, naturalmente, Vornan no tenía tabúes sobre la desnudez; y ahora que había hecho el primer movimiento, Shirley se apresuró a imitarle. Apareció en el solario, vio a Vornan desnudo y que yo todavía vestía el pijama, sonrió y dijo:
—Sí, me parece estupendo. Tenía intención de sugerirlo ayer mismo; aquí no nos sentimos incomodados por nuestros cuerpos.
Y habiendo hecho esa declaración de liberalismo, se quitó la delgada túnica que había estado llevando y se tendió para gozar del sol. Vornan observó con una distante curiosidad que me sorprendió bastante, mientras Shirley revelaba su flexible y magníficamente dotado cuerpo. Parecía interesado, pero sólo en una forma teórica. Éste no era el visitante con hambre de lobo que yo conocía. Sin embargo, en Shirley se notaban las señales de una profunda incomodidad interior. El rubor llegaba casi hasta la base de su cuello. Sus movimientos eran exageradamente despreocupados. Sus ojos fueron con una expresión de culpabilidad hacia la ingle de Vornan durante un segundo, y luego se apartaron rápidamente. Sus pezones la traicionaron, alzándose en repentina excitación. Ella lo sabía, y se apresuró a rodar sobre sí misma para quedar tendida de espaldas, pero no antes de que yo me hubiera fijado en lo sucedido. Cuando Shirley, Jack y yo habíamos tomado baños de sol juntos, todo había sido tan inocente como en el Edén; pero el tensarse de aquellos dos pedacitos de tejido eréctil proclamaron sin ninguna clase de rodeos cuáles eran sus sentimientos al encontrarse desnuda frente a Vornan.
Jack apareció un poco después. Se hizo cargo de la situación con un rápido vistazo y un brillo de diversión en el rostro: Shirley acostada con las nalgas hacia arriba, Vornan sin nada encima y dormitando, yo recorriendo el solano de un lado a otro con paso inquieto.
—Un día precioso —dijo, un poco demasiado entusiásticamente. Llevaba pantalones cortos y no se los quitó—. ¿Hago el desayuno, Shirl?
Ni Shirley ni Vornan se molestaron en vestirse durante toda la mañana. Ella parecía decidida a lograr la misma informalidad que había distinguido mis visitas a ese lugar; y tras sus primeros instantes de confusión lo cierto es que consiguió calmarse y llegar a una aceptación más natural de la situación. Lo raro es que Vornan daba la impresión de ser totalmente indiferente a su cuerpo. Eso me resultó claro mucho antes de que Shirley lo comprendiera. Sus leves coqueterías, sus movimientos tan diestros como sutiles, doblando un hermoso muslo o hinchando su caja torácica para hacer que asomaran sus pechos…, todo eso le pasaba totalmente desapercibido a Vornan. Dado que, evidentemente, venía de una cultura donde la desnudez entre quienes eran casi desconocidos no tenía nada de notable, eso no resultaba demasiado extraño… salvo por el hecho de que la actitud de Vornan hacia las mujeres había sido considerablemente parecida a la de un predador durante los últimos meses, y era misterioso que de pronto mostrara una tan conspicua falta de respuesta a la belleza de Shirley.
Yo también acabé desnudándome. ¿Porqué no? Era cómodo, y estaba de moda. Pero descubrí que no podía relajarme.
En el pasado no había sido consciente de que tomar un baño de sol con Shirley generase ninguna tensión obvia dentro de mí. Pero ahora había momentos en los que a través de mi cuerpo rugía tal torrente de anhelo que llegaba a marearme, y me era preciso agarrarme a la barandilla del solario y apartar la mirada.
La conducta de Jack también era extraña. La desnudez era algo totalmente natural para él en este sitio, pero estuvo con los pantalones cortos durante todo un día y medio después de que Vornan nos hubiera impulsado a desnudarnos a los demás. Su gesto era casi desafiante: trabajaba en el jardín con los pantalones puestos, podando un arbusto que necesitaba ser recortado, con el sudor bajando a chorros por su ancha espalda y manchando el elástico de sus pantalones. Finalmente Shirley le preguntó por qué estaba siendo tan tímido.
—No lo sé —fue su extraña respuesta—. No me había dado cuenta.
Pero siguió con los pantalones puestos. Vornan alzó la vista y dijo:
—No será por mí, ¿verdad?
Jack se rió. Abrió el cierre de sus pantalones y se los quitó con una contorsión, dándonos castamente la espalda. Aunque después de aquello anduvo sin ponérselos, parecía sentirse profundamente incómodo.
Jack parecía cautivado por Vornan. Tenían largas y entusiásticas conversaciones mientras tomaban una copa; Vornan escuchaba con expresión pensativa, diciendo algo de vez en cuando, mientras que Jack iba soltando un torrente interminable de palabras. No presté mucha atención a esas discusiones. Hablaban de política, del viaje por el tiempo, de la conversión energética y de muchas otras cosas, con cada conversación transformándose rápidamente en un monólogo. Me preguntaba por qué Vornan mostraba tanta paciencia, pero, naturalmente, aquí no había gran cosa que hacer. Después de cierto tiempo acabé apartándome de ellos y me limité a tumbarme bajo el sol, descansando. Me di cuenta de que estaba terriblemente cansado. Este año me había exigido un formidable gasto de energía. Dormité. Me tosté al sol. Tragué frascos enteros de bebidas frías. Y dejé que la destrucción fuera envolviendo a mis amigos más queridos sin sentir ni remotamente la pauta de los acontecimientos.
Notaba el vago descontento que estaba acumulándose en Shirley. Tenía la impresión de que era ignorada y rechazada, e incluso yo podía comprender el porqué. Deseaba a Vornan. Y Vornan, que había impuesto su voluntad a tantas docenas de mujeres, la trataba con un respeto glacial. Igual que si hubiera abrazado con retraso la moralidad burguesa, Vornan se negaba a entrar en cualquiera de los gambitos de Shirley, retrocediendo con la fracción mínima de tacto precisa. ¿Le habría dicho alguien que no era de buena educación seducir a la esposa del anfitrión? En el pasado, sin embargo, las normas de buena conducta jamás le habían preocupado. Sólo podía atribuir su milagrosa exhibición de continencia actual a su innata veta de malicia traviesa. Llevaría una mujer a su cama por puro capricho juguetón —digamos que como hizo con Aster—, pero ahora le divertía rechazar a Shirley sencillamente porque era hermosa, iba desnuda y se hallaba obviamente disponible. Pensé que era un nuevo brote del viejo y diabólico Vornan, un deliberado gesto burlón de sacar la lengua.
Shirley estaba empezando casi a desesperarse por ello. Su torpeza me ofendía en mi calidad de testigo involuntario. La veía sentarse junto a Vornan para apretar la firmeza de su pecho en su espalda cuando fingía alargar la mano hacia la copa vacía de éste; la veía invitarle descaradamente con los ojos; la veía tenderse en posturas cuidadosamente lúbricas, las mismas que en el pasado siempre evitaba de forma instintiva. Nada de todo eso dio resultado. Quizá si hubiera entrado de noche en el dormitorio de Vornan y se hubiera lanzado sobre él habría logrado lo que deseaba, pero su orgullo no le permitía llegar tan lejos.
Y por esa razón empezó a irritarse, y dejó que la frustración la volviera descuidada. Su fea y estridente risita apareció de nuevo. Las observaciones que le hacía a Jack, a Vornan o a mí revelaban una hostilidad apenas escondida. Dejaba caer las cosas, y se le derramaban las bebidas. El efecto de todo aquello sobre mí era deprimente, pues también yo había mostrado mi tacto con Shirley, no sólo durante unos pocos días, sino a lo largo de toda una década; había resistido a la tentación, me había negado el placer prohibido de tomar a la esposa de mi amigo. Nunca se me había ofrecido de la forma en que ahora se ofrecía a Vornan. No me gustaba verla así, y tampoco hallaba placer en las ironías de la situación.