Jack era totalmente inconsciente del tormento de su esposa. Su fascinación con Vornan no le dejaba ninguna ocasión de observar lo que estaba sucediendo a su alrededor. En su aislamiento del desierto, no había tenido oportunidad de hacer nuevos amigos durante años enteros, y había tenido muy poco contacto con sus viejas amistades. Ahora se pegaba a Vornan exactamente igual que un chico solitario haría con algún extraño recién llegado a su manzana. Escojo este símil deliberadamente; había algo adolescente -o incluso preadolescente- en la rendición de Jack ante Vornan. Hablaba interminablemente, dibujándose a sí mismo contra el telón de fondo de su carrera en la Universidad, describiendo las razones de su retiro al desierto, incluso llevando a Vornan a ese despacho en el cual yo nunca había entrado, donde le mostró a su invitado el manuscrito secreto de su autobiografía. No importaba lo íntimo que fuese el tema, Jack hablaba libremente, igual que un niño sacando sus más preciados juguetes para exhibirlos. Estaba comprando la atención de Vornan con un esfuerzo frenético. Daba la impresión de considerar al visitante como un amigo y compañero. Yo, que siempre había pensado en Vornan como inexpresablemente ajeno y distante, que había llegado a aceptarle como auténtico principalmente porque inspiraba dentro de mí un terror tan misterioso, encontraba sorprendente ver a Jack sucumbiendo de esta forma.
Vornan parecía complacido y divertido. De vez en cuando desaparecían en el despacho durante horas enteras. Me dije que todo esto era algún plan de Jack para sacarle a Vornan la información que deseaba. ¿Acaso no resultaba muy inteligente por parte de Jack construir una relación tan intensa, para así tener acceso a la mente de Vornan?
Pero Jack no consiguió ninguna información de Vornan. Y en mi ceguera, yo no me daba cuenta de nada. ¿Cómo pude no verlo? ¿Cómo pude no darme cuenta de esa mirada aturdida y llena de ensoñación que Jack mostraba ahora casi todo el tiempo…, los momentos en que sus ojos caían y se apartaba de Shirley o de mí, las mejillas brillando con una incomodidad desconocida? Incluso cuando vi a Vornan poniendo su mano posesivamente en el hombro desnudo de Jack, seguí estando ciego.
Shirley y yo pasamos más tiempo juntos en aquellos días que en cualquier visita anterior, pues Jack y Vornan estaban siempre haciéndose compañía; sin embargo, no saqué ventaja de mi oportunidad. Hablábamos poco, pero nos quedábamos acostados el uno junto al otro, tostándonos al sol; Shirley parecía tan tensa y nerviosa que yo apenas sabía qué decirle, y por eso guardaba silencio. Arizona era presa de la ola de calor otoñal. El calor llegaba hirviendo desde México hasta nosotros, volviéndonos perezosos y soñolientos. La piel desnuda de Shirley relucía igual que el bronce más delicado. La fatiga fue abandonándome. Hubo varias ocasiones en que Shirley pareció hallarse a punto de hablar, pero las palabras murieron en su garganta. La atmósfera empezó a volverse tensa y espesa. Yo sentía flotar los problemas por el aire de una forma subliminal, igual que se siente aproximar una tormenta de verano. Pero no tenía ni idea de lo que andaba mal; estaba suspendido en un capullo de calor, y hasta el auténtico momento del desastre no comprendí la verdad de la situación.
Ocurrió cuando llevábamos doce días de visita. Ya sólo faltaba un día para que llegase noviembre, pero el calor, desacostumbrado en esa estación, aún perduraba; al mediodía el sol era como un ojo llameante cuya ardiente mirada resultaba imposible de sostener, y no pude seguir fuera de la casa. Me excusé ante Shirley —Jack y Vornan no eran visibles por parte alguna—, y volví a mi habitación. Mientras opacaba la ventana me detuve un segundo para mirar a la chica, yaciendo medio dormida en el solario, los ojos tapados con la mano, su rodilla izquierda levantada, sus pechos subiendo y bajando lentamente, su piel reluciendo a causa del sudor. Pensé que era la imagen de la relajación totaclass="underline" la mujer lánguida y hermosa dormitando sin hacer nada bajo el calor del mediodía. Y entonces vi su mano izquierda, ferozmente apretada, formando un puño tan tenso que temblaba en la muñeca y los músculos latían a lo largo de todo su brazo; y comprendí que su postura era una falsificación consciente de la tranquilidad, mantenida por pura fuerza de voluntad.
Dejé la habitación a oscuras y me tendí en la cama. El frío aire del interior de la casa me revivió. Quizá me quedé dormido. Mis ojos se abrieron cuando oí un ruido delante de mi puerta: alguien estaba allí. Me senté en la cama.
Shirley entró corriendo en mi habitación. Parecía enloquecida: los ojos llenos de horror, los labios tensos, los pechos sacudidos por el jadeo. Tenía el rostro escarlata. Vi con una curiosa claridad cómo su piel estaba cubierta por brillantes perlas de sudor, y había un riachuelo resplandeciente en el valle de su seno.
—Leo… —dijo con una voz seca y ahogada—. ¡Oh, Dios, Leo!
—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
Cruzó la habitación, tambaleándose, y se derrumbó hacia delante, sus rodillas chocando con mi colchón. Parecía hallarse casi en un estado de shock. Sus mandíbulas se movían, pero ni una sola palabra salió de sus labios.
—¡Shirley!
—Sí —murmuró ella—. Sí. Jack… Vornan… ¡Oh, Leo, tenía razón respecto a ellos! No quería creerlo, pero tenía razón. ¡Les vi! ¡Les vi!
—¿De qué estás hablando?
—Era hora de comer —dijo, tragando saliva e intentando calmarse—. Me desperté en el solario y fui a buscarles. Estaban en el despacho de Jack, como de costumbre. No respondieron cuando llamé a la puerta, y yo la abrí, y entonces vi por qué no habían respondido. Estaban ocupados. Entre ellos. Entre… ellos. Brazos y piernas, todo revuelto, juntos. Lo vi. Me quedé allí puede que medio minuto viéndolos. ¡Oh, Leo, Leo, Leo!
Su voz subió de tono hasta convertirse en un penetrante alarido. Se lanzó hacia adelante, desesperada, sollozando, hecha pedazos. Cuando iba a caer sobre mí la cogí en brazos. Las pesadas esferas de sus pechos se apretaron con puntas de llama contra mi fría piel. En mi mente vi la escena que me había descrito. Ahora todo me parecía sorprendentemente obvio, y me quedé atónito ante mi propia estupidez, ante la falta de escrúpulos de Vornan y la inocencia de Jack. Me estremecí mientras imaginaba a Vornan envolviendo su cuerpo igual que algún gigantesco predador invertebrado, y después no hubo más tiempo para seguir pensando.
Shirley estaba en mis brazos, temblando, desnuda, el cuerpo pegajoso por el sudor, llorando. La consolé y ella se agarró a mí, buscando tan sólo una isla de estabilidad en un mundo repentinamente vacilante; y el abrazo de consuelo que le ofrecí se convirtió muy deprisa en algo totalmente distinto. No pude controlarme… y ella no se resistió, pero acogió mi invasión más bien como un mero alivio o por pura venganza, y por fin mi cuerpo penetró el suyo y caímos sobre la almohada, unidos y jadeantes.
DIECISIETE
Hice que Kralick nos sacara a mí y a Vornan de allí unas horas después. No le expliqué nada a nadie. Me limité a decir que era necesario que nos marcháramos. No hubo despedidas. Nos vestimos, hicimos las maletas y conduje llevando a Vornan hasta Tucson, donde nos recogieron los hombres de Kralick.
Si miro hacia atrás, me doy cuenta de hasta qué punto huí presa del pánico. Quizá debería haberme quedado con ellos. Quizá debería haber intentado ayudarles a que reconstruyeran sus vidas. Pero en ese caótico instante, tuve la sensación de que debía huir. La atmósfera de culpabilidad era demasiado asfixiante; la textura de vergüenzas entretejidas era demasiado gruesa. Lo que había tenido lugar entre Vornan y Jack -y lo que había ocurrido entre Shirley y yo- se encontraba inextricablemente mezclado a esa catástrofe; así como, si se piensa bien, lo estaba lo que no había ocurrido entre Shirley y Vornan. Y había sido yo quien llevó la serpiente a ellos. En el instante de la crisis, había perdido cualquier ventaja moral que hubiese podido tener, rindiéndome a mi impulso y huyendo después. Yo era el culpable. Yo era el responsable.