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—¿Quieres crear una entrada a un cosmos sintético? —dijo Jack.

—Básicamente, sí.

—¿Podéis hacerlo?

—En teoría podemos. Sobre el papel. Creamos una pauta de tensión que rompe la pared del continuo. Después empujamos nuestro electrón que se mueve hacia atrás por la brecha.

—Pero, ¿cómo podéis observarlo?

—No podemos —dije— Ahí es donde nos encontramos atascados.

—Por supuesto —murmuró Jack—. En cuanto introduces cualquier cosa que no sea ese electrón dentro del universo, ya no se halla libre de materia, y entonces obtienes la aniquilación que no deseas. Pero entonces… no tienes ningún medio de observar tu propio experimento.

—Llámalo el Principio de Incertidumbre de Garfield —dije, con voz abatida—. El acto de observar el experimento destruye inmediatamente el experimento. ¿Ves por qué estamos atascados?

—¿Habéis hecho algún esfuerzo por abrir la entrada a este universo adyacente vuestro?

—Todavía no. No queremos afrontar los gastos hasta no estar seguros de que podemos hacer algo con él. Además, tenemos que efectuar unas cuantas comprobaciones más antes de que nos atrevamos a intentarlo. No se desgarra el espacio-tiempo para hacerle aberturas hasta no haber previsto todas las consecuencias posibles de eso.

Se acercó a mí y me dio un suave puñetazo en el hombro.

—Leo, ¿no has deseado nunca haberte convertido en barbero, en vez de lo que eres?

—No. Pero por momentos desearía que la física fuera un poco más sencilla.

—Para eso bien podrías haberte hecho barbero.

Nos reímos. Fuimos hacia el solario, donde estaba tendida Shirley, leyendo. Era una clara y límpida tarde de enero, con el cielo de un azul metálico, grandes nubes que parecían losas suspendidas sobre las cimas de las montañas, y un sol grande y cálido. Me encontraba muy a gusto y tranquilo. En mis dos semanas aquí había conseguido externalizar el problema con mi trabajo, por lo que casi parecía ser de alguna otra persona. Si lograba situarme a una distancia suficiente de él, quizá pudiera encontrar algún nuevo y atrevido camino para abrirme paso a través de los obstáculos en cuanto hubiera vuelto a Irvine.

El problema era que ya no lograba pensar siguiendo caminos nuevos y atrevidos. Pensaba mediante astutas combinaciones de los viejos, y eso no era suficiente. Necesitaba que alguien de afuera examinase mi dilema y me mostrara, en un rápido relámpago intuitivo, en qué forma se podía llegar a la solución. Necesitaba a Jack. Pero Jack se había apartado de la física; había escogido desconectar su soberbia mente.

Una vez en el solano, Shirley rodó sobre sí misma, sentándose, y nos sonrió. Su cuerpo relucía con perlitas de transpiración.

—¿Qué os hace salir de casa?

—La desesperación —dije yo—. Las paredes estaban empezando a caérsenos encima.

—Entonces tomad asiento y calentaos un poco. —Apretó un botón que apagó la radio. Ni tan siquiera me había dado cuenta de que estaba encendida hasta que el sonido murió—. He estado escuchando las últimas noticias sobre el hombre del futuro —dijo Shirley.

—¿Quién es ése? —pregunté.

—Vornan-19. ¡Viene a los Estados Unidos!

—Creo que no sé nada de…

Jack le lanzó una tensa mirada a Shirley: la primera vez que yo le había visto reprobarle algo. Mi interés se despertó al instante. ¿Sería todo aquello algo que me estaban ocultando?

—No son más que tonterías —dijo Jack—. Shirley no tendría que haberte molestado comentando de ello.

—¿Quieres decirme de qué estáis hablando?

—Es la respuesta viviente a los Apocaliptistas —dijo Shirley—. Afirma haber llegado del año 2999, como una especie de turista, ya sabes. Apareció en Roma, totalmente desnudo, en las Escalinatas Españolas, y cuando intentaron arrestarle, dejó inconsciente a un policía tocándole con la punta de los dedos. Desde entonces ha estado causando toda clase de líos.

—Un estúpido fraude —dijo Jack—. Obviamente, algún idiota se ha cansado de fingir que el mundo va a terminar el próximo mes de enero y ha decidido fingir que era un visitante que viene del futuro, a mil años de distancia. Y la gente le está creyendo. Es culpa de los tiempos que vivimos. Cuando la histeria es una forma de vida, sigues a cualquier lunático que aparezca.

—Pero… supón que sí es un viajero del tiempo… —dijo Shirley.

—Si lo es, me gustaría conocerle —dije yo—. Podría ser capaz de responder a unas cuantas de mis preguntas sobre el fenómeno de la inversión temporal —reí, pero un instante después dejé de reír. No tenía nada de divertido. Me envaré un poco y dije—: Tienes razón, Jack. No es más que un charlatán. ¿Por qué estamos perdiendo todo este tiempo hablando de él?

—Porque existe una posibilidad de que sea auténtico, Leo —Shirley se puso en pie y sacudió el largo cabello dorado, que caía en ondulaciones sobre sus hombros—. En las entrevistas parece muy extraño. Habla del futuro igual que si hubiera estado allí. Oh, puede que sea un tipo inteligente y nada más, pero es divertido. Es un hombre al que me gustaría conocer.

—¿Cuándo apareció?

—El día de Navidad —dijo Shirley.

—¿Mientras yo estaba aquí? ¿Y no lo mencionasteis para nada?

Shirley se encogió de hombros.

—Pensamos que estabas siguiendo los noticiarios y que no te parecía un tema interesante.

—No me he acercado a una pantalla desde que llegué.

—Pues entonces deberías ponerte un poco al día —dijo ella.

Jack parecía disgustado. No era nada normal ver esta discrepancia entre ellos, y había parecido notablemente irritado cuando Shirley había expresado su deseo de conocer al viajero del tiempo. Extraño, pensé. Con su interés en los Apocaliptistas, ¿por qué mostrar tales prejuicios ante la última manifestación de irracionalidad?

Mi estado de ánimo hacia el hombre del futuro era más bien de neutralidad. Por supuesto que todo aquello de viajar por el tiempo me divertía; había estado dejándome la piel para demostrar su imposibilidad práctica, y era bastante improbable que aceptara alegremente la afirmación de que se había conseguido realizarlo. Sin duda, ésa era la razón de que Jack hubiera intentado mantenerme protegido de esta noticia en particular, creyendo que no necesitaba ninguna parodia distorsionada de mi propio trabajo para recordarme los problemas de los cuales había salido huyendo justo antes de Navidad. Pero yo estaba consiguiendo librarme de mi depresión; la inversión del tiempo ya no producía en mí aquella desesperación. Me apetecía descubrir algo más sobre aquel fraude. Además, el hombre parecía haber encantado a Shirley mediante la televisión, y cualquier cosa que encantara a Shirley me resultaba interesante.

Una de las cadenas pasó un documental sobre Vornan-19 esa noche, ocupando una hora de gran audiencia normalmente reservada a uno de los espectáculos caleidoscópicos. Aquello revelaba por sí solo la profundidad y la extensión del interés público en la historia. El documental iba dirigido a los Robinson Crusoe como yo, que no se habían tomado la molestia de seguir los acontecimientos hasta aquel punto, con lo cual pude ponerme al día de una sola vez.