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»Tuvo que ser alguno de los que tomaban parte en la reunión, si bien pudiera haber entrado alguien en la casa, procedente de Dios sabe dónde. En las casas en que se celebra una reunión, lo corriente es que las puertas estén abiertas. Pudo haber un curioso que desease ver qué era lo que sucedía en el interior de la vivienda. Nada más fácil que deslizarse dentro. Corría cierto riesgo, desde luego. ¿Se avendría la chica a intentar el juego de las manzanas en compañía de una persona que no conocía? Bueno, a todo esto, Poirot, usted no me ha explicado todavía concretamente qué es lo que le ha llevado a ocuparse en este asunto. Me ha dicho que fue cosa de la señora Oliver… ¿Se trata de alguna extravagante idea suya?

—Bueno, tanto como extravagante… Es verdad que los escritores conciben a veces ideas de este tipo, son especialmente inclinados a ellas. Se trata de pensamientos muy remotamente relacionados con lo probable. Aquí lo que cuenta, sin embargo, es lo que ella oyó decir a la muchacha.

—¿A Joyce?

—Sí.

Spence se inclinó hacia delante, mirando a Poirot con fijeza.

—Se lo referiré con todos sus detalles.

Poirot procedió a contar a su amigo cuanto le dijera la señora Oliver.

—Ya —manifestó Spence al final de su discurso—. La chica dijo entonces que había presenciado un crimen… ¿No señaló cuándo ni cómo?

—No —declaró Poirot.

—¿Qué es lo que le llevó a decir eso?

—Alguna observación, creo, referente a los crímenes en los libros de la señora Oliver. Alguien señaló que en sus novelas no había suficiente sangre o que andaban escasas de cadáveres. Entonces fue cuando se produjo la intervención de Joyce.

—Habló en tono jactancioso, ¿no? Es la impresión que yo he sacado de su relato.

—A la señora Oliver le pasó lo mismo. Sí, la chica demostró ahí mucha jactancia.

—Quizá mintiese.

—Cabe muy bien la posibilidad.

—Los chicos son aficionados a las declaraciones sensacionales cuando pretenden llamar la atención sobre sus personas o producir determinado efecto. Por otra parte, es posible que fuese verdad lo que dijo. ¿Es eso lo que usted pensó?

—No sé… —contestó Poirot—. Una chica alardea de haber presenciado un crimen. Varias horas más tarde, la chica en cuestión aparece muerta. Tiene usted que admitir que existe fundamento para pensar que nos hallamos ante una causa y su efecto consiguiente… De ser así, hubo una persona que no quiso perder el tiempo.

—Eso es radical —reconoció Spence—. ¿Usted sabe exactamente cuántas personas se hallaban presentes en el momento de formular la muchacha su sorprendente declaración?

—La señora Oliver dice que habría allí de catorce a dieciséis personas, quizá más. Cinco o seis chicos y chicas y algo así como media docena de mayores, los que colaboraron con la organizadora de la fiesta. Para una información exacta, no obstante, he de confiar en usted.

—Bueno, eso será bastante fácil de averiguar —opinó Spence—. No es que tenga la información a mano pero no me costará trabajo obtenerla, gracias a la gente de esta localidad. En cuanto al cariz de la fiesta ya me lo imagino… Estarían en mayoría las mujeres, por descontado. Los padres no suelen hacer acto de presencia en las fiestas juveniles. Echan un vistazo a la casa, todo lo más, o acuden posteriormente a recoger a los suyos. El doctor Ferguson estaba allí. También el párroco… Pensemos en las madres, las tías, las asistentas sociales, las dos profesoras del centro escolar… ¡Oh! Puedo facilitarle una lista integrada, aproximadamente, por catorce chicos y chicas. El más joven tendrá menos de diez años…

—Y yo supongo que entre ellos sabrá distinguir aquellos que podríamos clasificar como probables…

—Bien. Eso no será tan fácil ahora, si lo que usted piensa es cierto.

—Quiere decir que ya no va a andar tras una personalidad perturbada en el terreno sexual, ¿no?, que en vez de eso va a intentar dar con alguien que habiendo cometido un crimen consiguió huir, no ser descubierto, con alguien que jamás esperó ser identificado y que de repente sufrió una fuerte impresión, al advertir que se hallaba en un error.

—No sé, no sé… Ya veremos —replicó Spence—. Por aquí no abundan los delincuentes. Y, desde luego, cuando se ha cometido algún delito grave, por estos contornos, la cosa no se ha distinguido precisamente por su espectacularidad.

—Delincuentes los hay en todas partes. En potencia o efectivos… Algunos de estos últimos viven a cubierto de toda clase de sospechas, por cualquier causa. Están tranquilos debido a que faltan pruebas contra ellos. Imagínese lo que supondrá para un sujeto de éstos la revelación repentina de la existencia de un testigo de su crimen.

—¿Y por qué no habló Joyce con toda claridad en el momento oportuno? He aquí algo que me agradaría mucho saber. ¿Hubo alguien que la sobornó, invitándola a guardar silencio? Este paso se me antoja demasiado peligroso, no obstante…

—No —repuso Poirot—. Yo deduzco de lo que me dijo la señora Oliver que la chica no identificó lo presenciado en su momento como un crimen.

—¡Oh! Seguramente, eso es muy improbable —opinó Spence.

—Bueno, no tiene por qué serlo —declaró Poirot—. Estaba hablando una criatura de trece años. Recordaba una escena que había presenciado en el pasado. No sabemos exactamente cuándo. Quizá data de tres o cuatro años antes. Vio algo, pero no comprendió su auténtica significación. Esto es aplicable a un puñado de cosas, mon cher. A un accidente automovilístico algo fuera de lo corriente, por ejemplo… Piense en un coche que por su disposición haga pensar en que el conductor se lanzó directamente sobre la persona que luego resultó herida o muerta. Una criatura puede no considerar que todo fue deliberado en el momento preciso. Más adelante, alguien alude a lo que esa criatura vio u oyó un año o dos antes. Entonces, avivado el recuerdo, llega a decirse: «A o B, o X, hizo aquello a propósito. Tal vez se tratara de un auténtico crimen y no de un simple accidente».

»Existen muchas otras posibilidades. Tengo que admitir que algunas de ellas me han sido sugeridas por mi amiga, la señora Oliver, a quien no le cuesta mucho trabajo hallar una docena de soluciones para un mismo problema, la mayor parte de ellas, no muy probables, pero todas ellas bastante posibles. Pensemos en unas tabletas vertidas en una taza de té puestas en manos de alguien… Algo así, por el estilo. Un empujón oportuno propinado a una persona en un sitio peligroso. Por aquí no hay escarpaduras impresionantes, lo cual es una lástima desde el punto de vista del establecimiento de las hipótesis probables. Quizá sea una historia de tipo criminal leída por la chica, la cual acaba relacionándola con un accidente. Puede que se trate de un incidente que le produjo alguna extrañeza al ocurrir. La jovencita lee la novela, o lo que sea, y entonces se dice: «Bueno, eso puede ser de esta manera o de esta otra. Yo me pregunto si ella o él, obró deliberadamente». Pues sí, amigo mío, son muchas las posibilidades.

—Y usted ha hecho acto de presencia aquí para dedicarse a estudiarlas, ¿no es así?

—Yo creo que es una empresa de gran interés para todos —afirmó Poirot.

—¡Ah! Usted y yo nos hemos visto obligados siempre a tener en cuenta a los demás, ¿eh?

—Usted, Spence, se halla en condiciones de facilitarme una información excelente. No en balde conoce a la gente de este poblado.