Выбрать главу

Con voz bien timbrada, la de una conferenciante distinguida y habituada a encararse al público, la señora Drake dijo:

—Señor Poirot: me complace mucho su presencia en esta casa. La señora Oliver me ha dicho que su ayuda puede sernos muy valiosa en los momentos presentes para resolver esta terrible crisis.

—Tenga usted la seguridad, señora, de que yo haré cuanto esté en mi mano para ayudarles. Se habrá dado cuenta, sin embargo, de que en este asunto no son precisamente facilidades lo que vamos a encontrar.

—Desde luego, éste es un asunto difícil —declaró la señora Drake—. Parece increíble, completamente increíble que lleguen a suceder cosas como ésta. Supongo —añadió—, que la policía goza profesionalmente de muy buena reputación. No sé si juzgará indispensable aquí la intervención de Scotland Yard. Parece arraigar la idea de que la muerte de esta pobre niña ha de tener una significación local. No es necesario que se lo haga notar, monsieur Poirot, ya que después de todo usted leerá tantos periódicos como yo, pero la verdad es que en la campiña se han dado ya muchos casos desgraciados relacionados con criaturas de escasa edad, niños y niñas. Cada vez son más frecuentes. Día tras día, el número de mentes perturbadas aumenta, aunque he de señalar que actualmente las madres no cuidan de sus hijos adecuadamente, como hacían antes. Los chicos van y vienen de sus colegios solos, por las noches, o a horas muy tempranas del día. Y los muchachos, igual que las muchachas, se comportan estúpidamente cuando, por ejemplo, alguien al volante de un coche se les ofrece para llevarlos a cualquier parte, especialmente cuando el coche es de los que llaman la atención. Se creen lo que los demás les dicen. Supongo que esto es imposible de evitar.

—Bueno, madame, pero lo que sucedió aquí es muy distinto…

—;Oh! Ya lo sé… Ése es el motivo de que haya pronunciado la palabra increíble. Todavía me cuesta trabajo creerlo… Todo había sido previamente ordenado, de acuerdo con un plan. Habíanse tomado las medidas necesarias para que todo se deslizase como sobre ruedas. Por eso se me antoja todo… increíble. Personalmente, considero que hay que buscar lo que yo llamo una significación externa. Alguien entró en la casa… No era esto difícil en aquellas circunstancias. Tenía que ser una persona perturbada mentalmente. Cabe pensar en uno de esos seres que no se encuentran en las casas de salud por la sencilla razón de que no hay sitio ya en ellas. Hay que ceder los alojamientos disponibles a los enfermos de gravedad. Uno de estos desventurados seres se asomó en cualquier momento por una de las ventanas de la casa, viendo que en ella se celebraba una reunión juvenil. El desventurado observador (si es que se puede sentir compasión por tales seres, cosa que a mí me cuesta trabajo en ocasiones), se hizo acompañar por la pobre criatura, asesinándola luego. Nadie piensa nunca que eso pueda pasar… Y, sin embargo, aquí ha pasado.

—Si tuviera usted la amabilidad de enseñarme dónde…

—Desde luego. ¿No le apetece otra taza de café?

—Gracias. No.

La señora Drake se puso en pie.

—La policía se inclina a pensar que todo ocurrió cuando lo del «Snapdragon». Hicimos eso en el comedor.

La señora Drake cruzó el vestíbulo, abriendo una puerta. Parecía en aquellos instantes un ama de casa que estuviese atendiendo a unos huéspedes. Señaló la gran mesa y las pesadas cortinas de terciopelo.

—Estábamos a oscuras aquí, por supuesto. La única iluminación de la estancia la proporcionaban las llamas de la fuente. Y ahora…

Cruzó de nuevo el vestíbulo y abrió otra puerta. Poirot vio una habitación pequeña con sillones, pinturas deportivas por las paredes y estanterías llenas de libros.

—La biblioteca —explicó la señora Drake, estremeciéndose—. El cubo se encontraba aquí. Sobre una lámina de plástico, claro…

La señora Oliver no había entrado en la estancia, quedándose en el vestíbulo.

—No puedo entrar —explicó a Poirot—. Me causa una impresión…

—Aquí ya no puede verse nada de particular —declaró la señora Drake—. Le estoy enseñando a usted dónde fue… ¿No era eso lo que me pidió?

Poirot, a quien iban dirigidas estas últimas palabras, asintió.

—Habría por aquí, mucha agua derramada…

—El cubo estaba lleno, desde luego —aseguró la señora Drake.

Miró a Poirot como si éste se hubiese esfumado de pronto.

—Y habría agua en el plástico. Naturalmente, si alguien cogió a la chica por el cuello, obligándola a permanecer unos momentos con la cabeza sumergida, derramaría mucha agua.

—¡Oh, sí! Durante el juego, el cubo tuvo que ser llenado dos o tres veces.

—Entonces cabe pensar que el autor del crimen tuvo que salir de aquí mojado también…

—Sí, claro.

—¿Nadie observó nada en este sentido?

—No, no. El inspector me hizo también esa pregunta. Hacia el final de la velada, a decir verdad, casi todos acabaron despeinados, mojados o cubiertos de harina, según. En este sentido no parecen existir pistas útiles. Bueno, es lo que pensó la policía.

—Claro —contestó Poirot—. Me imagino que la única pista útil radica en la niña en sí. Desearía que me dijese todo lo que sabe usted acerca de ella.

—¿Acerca de Joyce?

La señora Drake pareció sentirse entonces un tanto desconcertada. Era como si Joyce, en su mente, se hubiese alejado tanto ya que se quedara sorprendida con la evocación.

—La víctima constituye siempre un elemento de gran importancia —declaró Poirot—. Sepa usted que a menudo, la víctima es la causa del crimen.

—Bueno, supongo que comprendo lo que quiere decir —manifestó la señora Drake, a quien, evidentemente, se le notaba lo contrario—. ¿Volvemos al cuarto de estar?

—Y ya en él me hablará de Joyce —sugirió Poirot.

Tornaron a acomodarse en los mismos sillones.

La señora Drake se hallaba ahora un tanto perturbada.

—No sé qué quiere oír de mí, monsieur Poirot —declaró—. Seguramente, la información que usted necesita puede obtenerla consultando a la policía o a la madre de la chica. Será muy doloroso para la pobre mujer, pero…

—No me interesa el juicio de una madre que llora a su hija muerta —repuso Poirot—. A mí me parece más reveladora y directa la opinión de cualquier otra persona con un buen conocimiento de la humana naturaleza. Me atrevería a afirmar, madame, que usted ha sido una activa trabajadora en el sector social, dentro de esta comunidad. Creo que no hay nadie con mejores cualidades que usted para resumir el carácter y condiciones de la niña desaparecida.

—Bien… Resulta un poco difícil… Pasa siempre lo mismo con los chicos de esa edad… Ella tenía trece años. Doce o trece… A esa edad todos son iguales.

—Desde luego que no. Perdone, madame. Las diferencias tanto en el carácter como en sus aptitudes, de una chica a otra, varían muchísimo. ¿Era de su agrado la muchacha?

La señora Drake pareció considerar la pregunta un poco impertinente.