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Poirot se acarició las puntas de su bigote antes de añadir:

—Y así fue cómo supe yo también quién había matado a Joyce Reynolds.

—Y resulta que, en fin de cuentas, la pobre Joyce no había sido testigo de ningún crimen…

—La señora Drake no sabía eso. Pero siempre había sospechado que alguien habíase encontrado en los jardines de Quarry House cuando entre ella y Michael Garfield dieran muerte a Olga Seminoff, alguien que podía haberlo presenciado todo.

—¿Cuándo descubrió que la testigo había sido Miranda y no Joyce?

—Tan pronto como el sentido común me obligó a aceptar el veredicto universal que proclamaba a Joyce una embustera. Miranda quedaba entonces como la criatura claramente indicada. Visitaba con frecuencia aquellos jardines porque le gustaba dedicarse a observar las costumbres de los pájaros, de las ardillas. Joyce era, según me dijo Miranda, su mejor amiga. Me explicó: «Nosotras nos lo contábamos todo». Miranda no se encontraba en la reunión, así que Joyce, presumida y embustera, pudo utilizar la historia que su amiga le contara… Declaró, sin más, que había visto cometer un crimen… Y, probablemente, quiso impresionarla a usted, madame. Se hallaba ante una conocida autora de novelas policíacas.

—Está bien… Habré de cargar yo esta vez con la culpa de todo.

—No, no es eso, madame.

—Rowena Drake —musitó la señora Oliver—. ¿Le extrañará si le digo que todavía me cuesta muchísimo trabajo creerlo?

—Reunía todas las condiciones necesarias. Siempre me he preguntado cómo hubiera podido ser lady Macbeth en la realidad, de haber existido la posibilidad de conocerla en la vida… Pues bien, yo creo haberla visto ya.

—¿Y qué me dice de Michael Garfield? No podían juntarse unos elementos más dispares para formar una pareja.

—He ahí una pareja interesante: lady Macbeth y Narciso, una combinación nada habitual.

—Lady Macbeth… —murmuró la señora Oliver, pensativa.

—Fue una hermosa mujer… Nos la presentaron eficiente, competente, una administradora nata; una buena actriz, inesperadamente. Se mostró ella así, en realidad. Debiera usted haberla oído lamentar la muerte del pequeño Leopold, sollozando largamente, con un pañuelo completamente seco entre las manos…

—Repulsiva.

—Usted recordará que quise conocer qué personas de Woodleigh Common resultaban, en su opinión, agradables o desagradables.

—Recuerdo muy bien su pregunta. ¿Estaba Michael Garfield enamorado de ella?

—A mí me parece que Michael Garfield no quiso nunca a nadie. Se amó siempre a sí mismo, si acaso. Quería entrar en posesión de una buena fortuna… Cuánto más dinero hubiese por en medio, mejor. Quizá creyera al principio que podría influir en la señora Llewellyn-Smythe hasta el extremo de lograr que hiciese un testamento a su favor… Pero la anciana no pertenecía a ese tipo de mujeres.

—¿Qué me dice acerca de la falsificación? Todavía no he comprendido del todo ese punto de la historia. ¿A dónde se iba a parar con eso?

—Todo fue muy confuso al principio. Se habló con exceso de la falsificación… Sin embargo, considerando la cuestión con detenimiento, el propósito estaba claro. No tiene usted más que pensar en lo que sucedió para comprenderlo.

»Todo el dinero de la señora Llewellyn-Smythe fue a parar a Rowena Drake. El codicilo exhibido había sido falsificado de una manera tan evidente que cualquier abogado podía verlo. Los expertos darían lugar a que fuese rechazado, manteniéndose en vigor el testamento original. Como el esposo de Rowena Drake había muerto recientemente, aquélla se convertía en la heredera universal de la anciana señora Llewellyn-Smythe.

—Pero, ¿qué hay del codicilo que la mujer de la limpieza atestiguó?

—Yo supongo que la señora Llewellyn-Smythe descubrió que Michael Garfield y Rowena Drake se hallaban unidos por otros lazos que no eran los de la amistad… Es posible que este asunto se iniciara antes de la muerte del esposo. Irritada, la anciana redactó un codicilo, como apéndice de su testamento, dejándoselo todo a la chica au pair. Probablemente, la muchacha puso a Michael al corriente de esto… Abrigaba la esperanza de convertirse en su esposa.

—Yo pensé que a quien quería ella era a Ferrier…

—Ése fue un cuento que me refirió Michael. No tuvo confirmación. La historia, desde luego, no resultaba creíble.

—Y entonces, si él sabía que existía un codicilo auténtico, ¿por qué no se casó con Olga? De esta manera, se hubiera apoderado del dinero en su totalidad también. Era otra ruta…

—Es que él dudaba de que la chica, realmente, llegase a heredar la fortuna de la anciana. En el lenguaje legal se emplean con frecuencia palabras como «coaccionó»… La señora Llewellyn-Smythe era una mujer de muchos años, una enferma además. Todos sus testamentos anteriores habían favorecido a sus deudos y amigos… Eran testamentos lógicos, sensatos, de los que los tribunales dan por válidos e indiscutibles casi siempre. Aquella chica extranjera conocía a su señora desde hacía un año solamente… ¿Qué podía esperar normalmente? Aquel codicilo, pese a su autenticidad, podía ser desestimado. Además, dudo de que Olga se hubiese avenido a realizar la operación de compra de una isla griega o de cualquier otra nacionalidad… Lo más seguro es que no hubiese querido ni oír hablar de ello. No tenía amigos influyentes; carecía de relaciones en la esfera de los negocios. Michael la atraía profundamente. Éste le iba bien por otras razones a Olga: casándose con Garfield podría seguir viviendo en Inglaterra, que era lo que la joven ansiaba.

—Y en cuanto a Rowena Drake…

—Rowena Drake estuvo casada durante bastantes años con un inválido. De mediana edad ya, seguía siendo una mujer apasionada cuando en la órbita de su cotidiana existencia hizo acto de presencia un hombre de singular atractivo. Las mujeres se enamoraban de él fácilmente. Ahora bien, al joven en cuestión le interesaba, más que la mujer, el ejercicio de sus facultades como creador de belleza. Por tal motivo ansiaba entrar en posesión de dinero, de mucho dinero. En cuanto al amor… Se amaba a sí mismo, ¿no era ya bastante? Era un Narciso. Hace muchos años oí una vieja canción francesa… Poirot recitó en voz baja:

Regarde, Narcisse

Regarde dans l’eau

Regarde, Narcisse, que tu est beau

Il n’y a rien au monde

Que la Beauté

Et la Jeunesse…

Hélas! Et la Jeunesse…

Regarde, Narcisse

Regarde dans l’eau…[*]

—No puedo creerlo… Simplemente, que no puedo creer que haya alguien capaz de llegar hasta el asesinato incluso sólo para planear un jardín en una isla griega —manifestó Ariadne Oliver con un gesto de escepticismo.

—¿No? Usted es que no acierta a imaginarse cómo funcionaba su cerebro. Daría por descontado, quizá, que iba a enfrentarse con una roca pelada y gigantesca, pero de forma especial, como para dar pie a ciertas posibilidades. Haría falta tierra, cargamentos de tierra fértil, para cubrir las rocas, para rellenar los huecos de éstas… Después, harían falta las plantas, las semillas, los matorrales, los árboles. Probablemente, Garfield supo por alguna revista de la existencia de un armador multimillonario que convirtió una isla en un jardín pensando en su amada. Así se le ocurriría quizá la idea. No obstante, su jardín no iba a ser para ninguna mujer sino para él mismo.

—Aún así todo eso se me antoja una locura.

—Y lo es, realmente. Yo no creo que él llegara a decirse que no estaba justificado. Pensaba en aquello como en algo necesario para la creación de más belleza. La idea de crear le enloquecía. Sentíase complacido con lo de Quarry Wood, pero le seducía la perspectiva de otros jardines más grandiosos… Se enfrentaba con una empresa de más alientos: llenar de detalles bellos toda una isla. Y luego, estaba Rowena Drake, enamorada de él. Rowena representaba para el hombre la fuente del dinero necesario para su obra. Sí, es posible que perdiese la cabeza. Los dioses vuelven locos primeramente a aquellos que desean destruir.