– ¿Cómo está mi niña? -le preguntó César llevándola en brazos hasta uno de los tres canapés del comedor y haciéndola sentar a su lado.
– He tenido un día maravilloso, tata. ¿Han sido elegidos todos los hombres adecuados como tribunos de la plebe? Los ángulos externos de los ojos de César se plegaron en abanicos de arrugas al sonreír; aunque tenía la piel por naturaleza muy pálida, Lis muchos años de vida al aire libre en foros, tribunales y campos de entrenamiento militar le habían oscurecido la superficie expuesta a la luz, peno no las profundidades de aquellas arrugas de los ojos, que permanecían muy blancas. Aquel contraste fascinaba a Julia, a quien como más le gustaba su padre era cuando no sonreía y entornaba los ojos, pues de este modo mostraba aquellos abanicos de rayas blancas como pinturas de guerra en un bárbaro. Así que se puso de rodillas y le besó primero un abanico y luego el otro, mientras él inclinaba la cabeza hacia los labios de la niña y se derretía por dentro como no le había sucedido nunca con ninguna otra hembra, ni siquiera con Cinnilla.
– Tú sabes muy bien que las personas adecuadas nunca son elegidas tribunos de la plebe -le contestó César una vez acabado todo aquel ritual-El nuevo colegio es la acostumbrada mezcla de buenos, malos, indiferentes, siniestros e intrigantes. Pero creo que serán más activos que el grupo de este año, así que el Foro estará muy ajetreado alrededor de año nuevo. Julia estaba, desde luego, muy versada en asuntos políticos, ya que tanto su padre como su abuela procedían de grandes familias políticas; pero vivir en Subura significaba que sus compañeras de juegos -incluso Matia, la vecina de abajo- no eran del mismo tipo, sino que tenían escaso interés por las maquinaciones y permutas del Senado, por las Asambleas y los tribunales. Por ese motivo Aurelia la había enviado a la escuela de Marco Antonio Gnifón cuando cumplió seis años; Gnifón había sido el tutor privado de César, pero cuando César vistió las laena y apex del flamen Dialis a la llegada de la edad viril oficial, Gnifón se había puesto de nuevo a dirigir una escuela cuya clientela era noble. Julia había resultado ser una pupila muy brillante y aplicada, con el mismo amor a la literatura que poseía su padre, aunque en matemáticas y geografía su habilidad era menos acentuada. Tampoco tenía la pasmosa memoria de César. Una buena cosa, habían concluido, sabiamente, todos los que la amaban; las chicas despiertas e inteligentes eran excelentes, pero las chicas intelectuales y brillantes no eran más que un obstáculo, incluso para ellas mismas.