Por último, si se mira el pro Rabirio perduellionis desde el supuesto de que todo ello ocurrió entre el 6 y el 9 de diciembre, la única objeción impresionante es la lentitud de los litigios romanos. Pero si aceptamos el formato, descrito en Tito Livio, que se utilizó en el juicio de Horacio, entonces el juicio en sí ante los dos jueces habría sido un asunto muy breve, y la apelación de Rabirio ante las Centurias habría tenido lugar inmediatamente después.
Lo que sí sabemos es que había una fuerte reacción en contra entre el pueblo, incluso entre la primera clase, porque el Senado había ejecutado oficialmente a ciudadanos romanos sin celebrar previamente un juicio y sin que se les proclamara legalmente enemigos públicos. ¿No sería la época inmediatamente después de tales ejecuciones la única ocasión que las Centurias -tradicional y obstinadamente contrarias a condenar a hombres que eran juzgados por perduellio- pudieran haberse visto movidas a condenar a un hombre por matar a romanos sin juicio previo treinta y siete años atrás? Para mí, el hecho de que las Centurias estuvieran dispuestas a condenar a Rabirio es el argumento fundamental para creer que el juicio tuvo lugar justo después de la ejecución sumaria de los cinco conspiradores.
Por otra parte, el juicio de Rabirio, tal como tenemos noticia de él en las fuentes antiguas, parece trivial y caprichoso; tanto es así que los eruditos, tanto antiguos como modernos, se rascan la cabeza mientras intentan concederle la importancia que al parecer tuvo. Por otra parte, si trasladamos su celebración a los días que siguen inmediatamente al 5 de diciembre, todo cobra de repente perfecto sentido.
También resulta difícil creer que no hubiera ocurrido nada más aparte de las amenazas de Publio Clodio para sumir a Cicerón en semejantes sudores por el miedo a las consecuencias de aquellas ejecuciones. El Clodio del tribunato de la plebe, las bandas callejeras y la violencia en el Foro estaban aún por llegar; y tampoco en el 60 a. J.C. se tenía por cierto que Clodio fuera a ser capaz alguna vez de poner en práctica sus amenazas, pues sus intentos por cambiarse de la categoría de patricio a plebeyo habían fracasado. Al parecer no podían tener éxito sin la connivencia de César. Yo creo que algo muy anterior y mucho más desagradable predisponía a Cicerón a temer las amenazas de Clodio… o de cualquier otro. Pongamos a Rabirio después del 5 de diciembre y el terror de Cicerón resulta mucho más razonable. Además es en la época de su consulado cuando surge el odio de Cicerón hacia César. ¿Acaso un discurso en que se pedía clemencia habría bastado para provocar un odio que duró hasta la muerte de Cicerón? ¿Habría bastado el juicio de Rabirio si se hubiera celebrado antes de la conspiración de Catilina?
Que Cicerón esté muy callado acerca del juicio de Rabirio en sus escritos posteriores quizás no sea sorprendente, pero él, desde luego, tiende a eludir los asuntos que apaguen su lustre. En fecha tan tardía como el 58 a. J.C. todavía había muchos en Roma que deploraban la ejecución de ciudadanos sin juicio, y atribuían la culpa de ello a Cicerón más que a Catón. De ahí que Cicerón huyera al exilio antes de que la plebe pudiera procesarlo.
Y ahí lo tienen. Por atractiva que sea mi hipótesis en lo que se refiere a la lógica de los acontecimientos y a la sicología de los personajes involucrados, no soy tan tonta como para insistir en que estoy en lo cierto. Lo único que diré es que dentro de la esfera de lo que estoy intentando hacer, el juicio de Rabirio tal como lo he representado tiene perfecto sentido. A lo que todo se reduce es a si uno está preparado o no lo está para aceptar la cronología de Cicerón en aquella carta a Ático en junio del 60 a. J.C. Sus discursos consulares fueron publicados en el orden que él perfiló, supongo, porque todos los escritores posteriores lo siguen. Pero, ¿era ése el orden cronológico correcto, o Cicerón prefirió enterrar a Rabirio y asegurarse así de que las Catilinarias coronasen su carrera como cónsul y pater patriae?
A los puristas del latín les pido disculpas por utilizar la palabra boni como adjetivo y adverbio además de como sustantivo. Mantenerlo sólo como nombre habría aumentado inmensamente la torpeza de un estilo de prosa en inglés. Por el mismo motivo puede que haya otras infracciones de la gramática latina.
Por necesidad hay unas cuantas discrepancias cronológicas y de identidad sin mayor importancia, tales como la conversación entre Cicerón y Clodio mientras acompañan a un candidato electoral.
Y ahora unas palabras acerca de los dibujos.
He logrado conseguir cinco dibujos de mujeres, pero ninguno de ellos está autentificado. Durante la República a las mujeres no se las santificaba mediante retratos de bustos; los pocos que hubo no se pueden identificar porque ni perfiles en monedas ni descripciones en las fuentes antiguas han llegado hasta nosotros. A Aurelia y a Julia las he tomado a ambas de la estatua de cuerpo entero de una arpía de los jardines de Villa Albani; la he utilizado porque la estructura ósea del cráneo se parece asombrosamente a la de César. Confieso abiertamente que no me habría tomado la molestia con Julia de no haber sido porque algunos de mis lectores más románticos se morirán por saber cómo era, y yo preferiría que fuera propiamente romana en cuanto a la nariz, la boca y el peinado. Pompeya Sila está sacada de un busto de apariencia maravillosamente vacía que lo más probable es que date de los primeros tiempos del Imperio. Terencia es un busto de una matrona romana que se encuentra en la Ny Carlsberg Glypotek, en Copenhague. La más curiosa es Servilia. Los bustos de Bruto revelan todos una flaccidez muscular en el lado derecho del rostro; el busto que utilicé para dibujar a Servilia tiene idéntica flaccidez facial en el lado derecho.
César se me está haciendo más fácil, pues ahora puedo insertar algunas de las arrugas en el rostro maduro. Un parecido autentificado, desde luego. El joven Bruto está tomado de un busto del Museo de Nápoles que se parece tanto a un busto reconocido como auténtico de Bruto en edad madura conservado en Madrid que poca duda cabe en cuanto a quién es el joven del otro busto. Publio Clodio es una versión «rejuvenecida» de un busto que se dice que representa a un Claudio de los últimos tiempos de la República. Tanto a Catulo como a Bíbulo los he sacado de bustos sin identificar y son retratos de los tiempos republicanos. El de Catón es un parecido auténtico, pero está tomado de un busto de mármol de Castelgandolfo y no del famoso bronce hallado en el norte de África; es difícil en extremo dibujar copiando del bronce. Utilicé el busto de Cicerón del Museo Capitol porque tiene el aspecto de encontrarse en la cima de su fama, y sirve de maravilloso contraste con otro busto de Cicerón que utilizaré en un volumen posterior. El de Pompeyo es también de la edad adecuada, y es un retrato más atractivo que el famoso de Copenhague.
Dos comentarios más.
No he intentado representar el cabello de estas personas de una manera realista. En cambio les he dado forma de manera que el tipo de cabello, el corte y el peinado sean fáciles de distinguir.
El segundo comentario se refiere a los cuellos. Muy pocos de los bustos existentes conservan el cuello. Como la mayoría de las personas que dibujan bien, yo sólo sé hacerlo si copio del natural. Si el cuello no está, tengo unas dificultades terribles. Así que pido disculpas por algunos de los horribles cuellos que he dibujado.