«Ahora bien, Polígono era sólo uno entre cientos de piratas de ese extremo del Mare Nostrum, y ni siquiera se trataba de un pirata importante, si es que hay que clasificarlos en categorías. Fijaos, Polígono había tenido una época tan lucrativa trabajando él solo con cuatro galeras, que no vio la utilidad de aunar fuerzas con otros piratas para formar una pequeña armada bajo el mando de un almirante competente como Lastenes o Panares… o Farnaces o Megadates, para acercarse un poco más a casa. Polígono se contentaba con pagar quinientos denarios a un espía en Mileto o en Priene a cambio de información sobre los barcos que merecía la pena abordar. ¡Y qué diligentes eran sus espías! Ningún botín importante les pasaba inadvertido. En el tesoro que tenía había muchas joyas hechas en Egipto, lo cual indica que atacaba naves entre Pelusio y Pafos también. Así que su red de espías debía de haber sido enorme. Y pagaba sólo la información que le reportaba una buena presa, naturalmente, no les pagaba de modo rutinario. Si uno mantiene a los hombres en la escasez y con la nariz afilada, al final, aparte de más barato, es también más efectivo.
«No obstante, aunque son nocivos y suponen una gran molestia, los piratas como Polígono son un asunto de escasa importancia comparados con las flotas piratas comandadas por almirantes piratas. Éstas no necesitan esperar a que pase un barco solitario, o barcos en convoyes desarmados. Estas pueden atacar flotas de barcos de transporte llenos de grano escoltados por galeras soberbiamente armadas. Y luego proceden a vender a intermediarios romanos aquello que desde un principio era de Roma, aquello que ya se había comprado y pagado. No es de extrañar que las barrigas romanas se encuentren vacías, y que la mitad de ese vacío sea producido por la falta de grano y la otra mitad porque el poco grano que hay se venda a tres o cuatro veces su precio, a pesar de la lista de precios que han llevado a cabo los ediles.
César hizo una pausa, pero nadie quiso intervenir, ni siquiera Pisón, cuyo rostro estaba enrojecido por el insulto que le habían lanzado como quien no quiere la cosa.
– No necesito insistir en un punto porque no le veo ninguna utilidad -continuó diciendo César sin alterarse-. Ha habido gobernadores provinciales nombrados por este cuerpo que se han confabulado con los piratas para proporcionarles instalaciones portuarias, comida e incluso vinos de solera en determinadas franjas de la costa que de otro modo habrían estado cerradas a la ocupación de los piratas. Todo ello salió a la luz pública durante el juicio de Cayo Verres, y aquellos de vosotros que os encontráis hoy aquí sentados y que, o bien os dedicasteis a esta práctica, o bien permitisteis que otros se dedicasen a ella, sabéis bien quiénes sois. Y si el destino de mi pobre tío Marco Aurelio Cotta ha de tener algún sentido, que os sirva de ejemplo de que el paso del tiempo no es garantía de que no se os vaya a pedir cuentas de los crímenes cometidos, reales o imaginarios.»Ni tampoco pienso insistir en otro punto tan obvio que es muy viejo y está ya muy gastado. A saber, que hasta ahora Roma, ¡y al decir Roma me refiero tanto al Senado como al pueblo!, ni siquiera ha tocado el problema de la piratería, y mucho menos ha empezado a combatirlo. No hay manera alguna de que un hombre en un insignificante lugar, ya sea ese punto Creta, las Baleares o Licia, pueda tener esperanza de poner fin a las actividades de los piratas. Atacan en un lugar, y luego lo único que ocurre es que los piratas cogen sus bártulos y se van navegando a otra parte. ¿Acaso ha logrado Metelo en Creta cortarle realmente la cabeza a algún pirata? Lastenes y Panares no son más que dos de las cabezas que posee esa monstruosa hidra, y las otras todavía permanecen sobre sus hombros y siguen navegando por los mares que rodean Creta.
»¡Lo que hace falta no es sólo la voluntad de triunfar, no es sólo el deseo de triunfar, no es sólo la ambición de triunfar! -gritó César subiendo el tono de la voz-. Lo que hace falta es un esfuerzo supremo en todos los lugares de una vez, una operación dirigida por una sola mano, una sola mente, una sola voluntad. Y mano, mente y voluntad han de pertenecer a un hombre cuya destreza en la organización sea también conocida y esté tan sometida a prueba que nosotros, el Senado y el pueblo de Roma, podamos confiarle a él la tarea con la seguridad de que por una vez nuestro dinero, nuestros hombres y nuestro material no sean desperdiciados.
– Tomó aliento-. Aulo Gabinio ha sugerido un hombre. Un hombre que es consular y cuya carrera indica que puede hacer el trabajo como hay que hacerlo. ¡Pero yo lo haré mejor todavía que Aulo Gabinio, y sí nombraré a ese hombre! ¡Propongo que este cuerpo otorgue mando contra los piratas con imperium ilimitado en todos los aspectos a Cneo Pompeyo Magnus!
– ¡Tres hurras para César! -gritó Gabinio saltando encima del banco tribunicio con las dos manos puestas por encima de la cabeza-. ¡Yo también digo lo mismo! ¡Otorgad el mando en esta guerra contra la piratería a nuestro general más notable, a Cneo Pompeyo Magnus!
Toda la atención, con Pisón al frente, se volvió de César a Gabinio; Pisón saltó del estrado curul, agarró salvajemente a Gabinio y tiró de él hacia abajo. Pero el cuerpo de Pisón le sirvió a Gabinio de protección, así que se agachó, esquivó un puñetazo que se le acercaba con fuerza, se remangó la toga alrededor de los muslos por segunda vez en dos días y se precipitó hacia las puertas con medio Senado persiguiéndole.
César se abrió camino entre los taburetes volcados hacia donde estaba sentado Cicerón, pensativo y con la barbilla apoyada en la palma de una mano; puso en pie el taburete volcado que había junto a Cicerón y se sentó a su lado.
– Magistral -le dijo Cicerón.
– Ha sido muy amable por parte de Gabinio desviar las iras de mi cabeza hacia la suya -le indicó César mientras suspiraba y estiraba las piernas.
– Es más difícil lincharte a ti. Tienen una barrera levantada en el interior de la cabeza porque eres un patricio juliano. Y en cuanto a Gabinio, él es, ¿cómo lo expresó Hortensio?, un secuaz lameculos. A lo que hay que añadir, aunque se sobreentiende que es picentino y pompeyano, por lo cual se le puede linchar impunemente. Además él estaba más cerca de Pisón que tú, y no se ha ganado eso -añadió Cicerón señalando la corona de hojas de roble que llevaba César-. Creo que quizás haya muchas ocasiones en que media Roma quiera lincharte a ti, César, pero sería un grupo interesante el que lo consiguiera. Y, desde luego, no estaría dirigido por gente de la calaña de Pisón.
Los ruidos de gritos y de violencia del exterior fueron subiendo de tono; a continuación Pisón volvió a entrar en la cámara con varios miembros de los profesionales de la plebe detrás de él. Catulo, que entró a continuación, se escondió detrás de una de las puertas abiertas, y Hortensio detrás de la otra. Pisón cayó en manos de los atacantes, que volvieron a arrastrarlo, con la cabeza sangrando, al exterior.
– Vaya, parece que va en serio -observó Cicerón con un frío interés-. Quizás linchen a Pisón.
– Espero que así sea -dijo César sin inmutarse.
Cicerón soltó una risita.
– Bueno, si tú no te mueves para ayudar, no veo por qué habría de hacerlo yo.
– Oh, Gabinio los convencerá para que no lo hagan, y así quedará de maravilla. Además, esto está más tranquilo aquí arriba.
– Precisamente ése es el motivo por el que trasladé aquí mi esqueleto.
– ¿Deduzco que estás a favor de que Magnus obtenga ese mando gigantesco? -inquirió César.