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– ¿Y quién cuidará de los lares y de sus altares?

– El pretor urbano y los ediles.

– ¡Ellos ya están demasiado ocupados!

– Estoy de acuerdo, papá, estoy de acuerdo de todo corazón -le dijo César-. Incluso intenté decirle eso a mi primo, pero no me hizo caso.

– ¿No puedes ayudarnos, César? ¿Sinceramente?

– Votaré en contra e intentaré persuadir a tantos como pueda para que hagan lo mismo que yo. Aunque parezca extraño, hay bastantes miembros de los boni que también se oponen a esa ley; los colegios de encrucijada son una tradición muy antigua, por lo que abolirlos es una ofensa a la mos maiorum; Catón grita mucho a ese respecto. Sin embargo, se aprobará, papá.

– Tendremos que cerrar nuestras puertas.

– Oh, no necesariamente -le dijo César sonriendo.

– ¡Sabía que no me abandonarías! ¿Qué vamos a hacer?

– Oficialmente perderás el puesto, pero eso sólo te supone una desventaja económica. Te sugiero que instales un bar y llames al lugar taberna, y que trabajes en ella en calidad de propietario.

– No puedo hacer eso, César. El viejo Roscio, que es el vecino de al lado, se quejaría al pretor urbano en un periquete: le hemos comprado el vino a él desde que yo era niño.

– Pues ofrécele a Roscio la concesión del bar. Si cierras el local, papá, a él se le acabará el negocio.

– Podrían hacer eso todos los colegios?

– ¿En toda Roma, quieres decir?

– Sí.

– No veo por qué no. Sin embargo, debido a ciertas actividades que no voy a nombrar, el tuyo es un colegio rico. Los cónsules están convencidos de que los colegios se verán obligados a cerrar sus puertas porque tendrán que pagar alquileres de planta baja. Como tendrás que pagarle tú a mi madre, papá. Ella es una mujer de negocios, insistirá en que pagues. En tu caso quizás consigas un poco de descuento, pero… ¿y los otros? -César se encogió de hombros-. Dudo que la cantidad de vino que se consuma sirva para pagar los gastos.

Lucio Decumio se quedó pensando con el entrecejo fruncido.

– Los cónsules están al corriente de cómo nos ganamos la vida en realidad, César?

– Si yo no se lo he dicho, ¡y no se lo he dicho!, no sé quién iba a hacerlo.

– Entonces no hay problema! -dijo alegremente Lucio Decumio-. La mayor parte de nosotros nos dedicamos al mismo negocio de protección.

– Resopló lleno de satisfacción-. Y además seguiremos ocupándonos de los colegios de encrucijada. No podemos dejar que los lares se alboroten, ¿verdad? Convocaré una reunión de todos los custodios… ¡Todavía les venceremos, Pavo!

– ¡Así se habla, papá!

Y allá se fue Lucio Decumio, radiante de contento.

Aquel año el otoño trajo lluvias torrenciales en los Apeninos, y el Tíber inundó su valle a lo largo de doscientas millas. Hacía varias generaciones que la ciudad de Roma no padecía un desastre como aquél. Sólo las siete colinas sobresalían de las aguas: el Foro Romano, Velabrum, el Circo Máximo, el Foro Boarium y el Holitorium, toda la vía Sacra por fuera de las murallas Servias y las fábricas del Vicus Fabricii estaban inundadas. Las alcantarillas rebosaban; los edificios que carecían de cimientos firmes se derrumbaron; las escasamente pobladas cimas del Quirinal, Viminal y Aventino se convirtieron en extensos campos de refugiados; y las enfermedades respiratorias hacían estragos. El increíblemente antiguo puente de madera sobrevivió milagrosamente, quizás porque estaba situado más abajo en el río, mientras que el puente Fabricio, situado entre la isla del Tíber y el circo Flaminio, se derrumbó. Como cuando esto ocurrió el año ya estaba demasiado avanzado para presentarse a tribuno de la plebe para el año siguiente, Lucio Fabricio, que en la actualidad era el miembro prometedor de su familia, anunció que se presentaría al cargo de tribuno de la plebe al año siguiente. El cuidado de los puentes y carreteras que conducían a Roma recaía en los tribunos de la plebe, ¡y Fabricio no estaba dispuesto a permitir que ningún otro hombre reconstruyera el que era el puente de su familia! Era el puente Fabricio, y puente Fabricio seguiría siendo.

Y César recibió una carta de Cneo Pompeyo Magnus, conquistador del Este:

Bien, César, qué campaña. Los dos reyes han caído y todo parece marchar bien. No comprendo por qué Lúculo tardó tanto tiempo. Fíjate, él no podía controlar a sus tropas, y sin embargo yo tengo a todos los hombres que sirvieron bajo su mando y nunca se quejan de nada. Marco Silio te manda recuerdos; un buen hombre, por cierto. Qué lugar tan extraño es el Ponto. Ahora comprendo por qué el rey Mitrídates siempre tenía que utilizar mercenarios y gente del norte en su ejército. Hay gente en el Ponto tan primitiva que vive en los árboles. También fabrican cierta clase de licor nauseabundo hecho con ramas de todas clases, aunque no sé cómo logran bebérselo y continuar con vida. Algunos de mis hombres iban de marcha por el bosque en el este del Ponto y se encontraron en el suelo grandes recipientes de dicha sustancia. ¡Ya conoces a los soldados! Se lo engulleron todo y se lo pasaron en grande. Hasta que de repente todos cayeron de bruces, muertos. ¡Aquello los mató!

El botín es increíble. He conquistado todas esas fortalezas, de las que se dice que son inexpugnables, que él construyó por toda Armenia Parva y por el este del Ponto, desde luego. No ha resultado muy difícil Oh, quizás no sepas de quién te estoy hablando. Me refiero a Mitrídates. Sí, bueno, los tesoros que había logrado amasar llenaban cada una de esas fortalezas -setenta y tantas en total- a rebosar. Me llevará años transportarlo todo a Roma; tengo un ejército de empleados haciendo inventario. Calculo que con ello doblaré lo que hay actualmente en el Tesoro y luego doblaré los ingresos que Roma obtenga de los tributos de ahora en adelante.

Llevé a Mitrídates a la batalla en un lugar del Ponto al que he puesto el nombre de Nicópolis -antes ya le había puesto Pompeyópolis a otra ciudad- y lo derrotamos de forma contundente. Huyó a Sinoria, donde echó mano a seis mil talentos de oro y salió corriendo Éufrates abajo para ir a reunirse con Ti granes, que tampoco lo estaba pasando muy bien que digamos. Fraates, de los partos, invadió Armenia mientras yo estaba poniendo en orden a Mitrídates, y asedió Artasata. Ti granes le venció, y los partos se volvieron a su casa. Pero eso acabó con Ti granes. ¡No estaba en condiciones de mantenerme a mí a raya, te lo aseguro! Así que solicitó la paz por su cuenta, y no dejó entrar en Armenia a Mitrídates. Entonces éste se fue hacia el norte, en dirección a Cimmeria. Lo que él no sabía era que yo había estado manteniendo correspondencia con el hijo que él había instalado en Cimmeria como sátrapa, que se llamaba Machares.

Así que dejé que Ti granes se quedara con Armenia, pero como región tributaria de Roma, y me apoderé de todo lo que queda al oeste del Éufrates junto con Sophene y Corduene. Le obligué a pagarme los seis mil talentos de oro que Mitrídates se había llevado, y le pedí doscientos cuarenta sestercios para cada uno de mis hombres.

¿ Qué crees, que no me preocupaba Mitrídates? La respuesta es no. Mitrídates tiene bien cumplidos los sesenta años. Bien cumplidos, César. Táctica de Fabio. Dejé que el viejo corriera, ya no me parecía que fuera un peligro para mí Y además yo tenía a Machares. Así que mientras Mitrídates corría, yo marchaba. De lo que le echo la culpa a Varrón, que no tiene en el cuerpo ni un hueso que no sienta curiosidad. Se moría por mojarse los dedos de los pies en el mar Caspio, y yo pensé: «Bueno, ¿por qué no?» Así que allá fuimos, en dirección nordeste.

No hubo mucho botín, pero sí demasiadas serpientes, enormes arañas malignas y escorpiones gigantescos. Resulta curioso ver cómo nuestros hombres son capaces de luchar contra toda clase de enemigos humanos sin inmutarse y luego chillan como mujeres cuando ven bichos que se arrastran por el suelo. Me mandaron una delegación para suplicarme que nos diéramos media vuelta cuando estábamos tan sólo a unas millas del mar Caspio. Y me di la vuelta. No me quedó más remedio que hacerlo. A mí también me hacen chillar los bichos que se arrastran. Y lo mismo le sucede a Varrón, quien por esta vez se quedó muy contento de mantener secos los dedos de los pies.