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Probablemente sabrás que Mitrídates está muerto, pero te contaré cómo ocurrió en realidad. Llegó a Panticapaeum, en el Bósforo cimerio, y empezó a reclutar otro ejército. Había tenido la precaución de llevar consigo a muchísimas hijas, y las utilizó como cebo para conseguir la leva de escitas; se las ofreció como esposas a los reyes y a los príncipes escitas.

Tienes que admirar la persistencia del viejo, César. ¿ Sabes lo que pensaba hacer? ¡Reunir un cuarto de millón de hombres y ponerse en marcha para caer sobre Italia y Roma! Iba a rodear la parte de arriba de Euxino y a bajar por las tierras de los roxolanos hasta la desembocadura del Danubio. Luego pensaba marchar Danubio arriba reuniendo a todas las tribus que hay a lo largo del camino e incorporándolas a sus ejércitos: dacios, besos, dardanios, los que quieras. Tengo entendido que Burebistas, de los dacios, se mostró muy entusiasta. ¡Luego iba a cruzar hasta Drave y el río Saya y entrar en Italia por los Alpes Carnicos!

Ah, se me olvidaba decirte que cuando llegó a Panticapaeum obligó a Machares a suicidarse. Son sanguinarios con su propia familia, nunca podré entender eso en los reyes orientales. Mientras él se encontraba muy atareado reuniendo un ejército, Phanagoria -la ciudad que hay al otro lado del Bósforo- se rebeló contra éL El líder de la rebelión era Farnaces, otro de sus hijos. Yo también había estado escribiendo a Farnaces. Mitrídates sofocó la rebelión, desde luego, pero cometió un grave error. Perdonó a Farnaces. Debía de estar quedándose sin hijos. Farnaces le pagó reuniendo un nuevo grupo de revolucionarios y arremetiendo contra la fortaleza de Panticapaeum. Aquello era el fin, y Mitrídates lo sabía. Así que asesinó a cuantas hijas le quedaban, a algunas esposas y concubinas e incluso a unos cuantos hijos que aún eran niños. Y luego se tomó una enorme dosis de veneno. Pero no dio resultado, ya que llevaba tantos años envenenándose a sí mismo de forma deliberada que se había inmunizado. La hazaña la llevó a cabo uno de los galos de su guarda personal. Atravesó al viejo con una espada. Lo enterré yo mismo en Sinope.

Mientras tanto me iba adentrando en Siria con intención de poner orden allí para que Roma pudiera heredar. No más reyes de Siria. Yo, por mi parte, ya estoy cansado de los potentados orientales. Siria se convertirá en una provincia romana, lo cual resulta mucho más seguro. Me gusta la idea de poner buenas tropas romanas contra el Éufrates: eso daría algo que pensar a los partos. También acabé con las luchas entre los griegos y árabes a los que Tigranes había desplazado. Los árabes son bastante mañosos, creo, así que envié a algunos de ellos de vuelta al desierto. Pero los compensé por ello. Abgaro -tengo entendido que le hizo la vida tan difícil en Antioquía al joven Publio Clodio que éste salió huyendo, aunque no he conseguido averiguar qué fue exactamente lo que Abgaro le hizo- es el rey de los esquenitas; luego yo puse a alguien con el tremendo nombre de Sampsiceramus a cargo de otro grupo, y así sucesivamente. Esta clase de cosas es realmente un trabajo con el que uno disfruta, César; proporciona muchas satisfacciones. Por aquí todo el mundo es muy poco práctico, y riñen y se pelean unos con otros incesantemente. Qué tontería. Es un lugar tan rico que uno diría que bien podían aprender a llevarse bien, pero no. Sin embargo, no puedo quejarme. ¡Eso significa que Cneo Pompeyo, de Picenum, tiene reyes entre su clientela! Me he ganado lo de Magnus, te lo aseguro.

La peor parte de todo resultan ser los judíos. Son un grupo verdaderamente raro. Se mostraron muy razonables hasta que Alexandra, la anciana reina, murió hace un par de años. Pero dejó dos hijos que se pusieron a pelear por la sucesión, cosa complicada además por el hecho de que para ellos la religión es tan importante como el estado. Así que uno de los hijos tiene que ser sumo sacerdote, por lo que tengo entendido. El otro hijo quería ser rey de los judíos, pero el que había de ser sumo sacerdote, Hircano, pensó que sería bonito combinar ambos cargos. Tuvieron una pequeña guerra, e Hircano fue derrotado por su hermano Aristóbulo. Luego viene un príncipe idumeo llamado Antípatro, que va y le cuchichea unas cuantas cosas a Hircano al oído y a continuación lo convence para que se alíe con el rey Aretas de los nabateos. El trato era que Hircano le entregaría doce ciudades a Aretas que estaban gobernadas por los judíos. Entonces le pusieron sitio a Aristóbulo en Jerusalén.

Envié a mi cuestor, el joven Escauro, a resolver el embrollo. Pero debí haber sido más sabio. Él decidió que era Aristóbulo quien tenía razón, y le ordenó a Aretas que volviera a Nabatea. Entonces Aristóbulo le tendió una emboscada a su hermano en Papyron o en un lugar parecido, y Aretas perdió. Yo llegué a Antioquía y me encontré con que Aristóbulo era el rey de los judíos, y Escauro no sabía qué hacer. Acto seguido me llegan regalos de ambas partes. Deberías ver el regalo que me mandó Aristóbulo; bueno, ya lo verás cuando haga mi entrada triunfal en Roma. Una cosa mágica, César, una cepa de oro puro, con racimos de uvas doradas por todas partes.

De todos modos he ordenado a ambos afectados que se reúnan conmigo en Damasco la próxima primavera. Creo que Damasco tiene un clima estupendo, así que me parece que pasaré allí el invierno y acabaré de resolveré el embrollo entre Tigranes y el rey de los partos. Al que me interesa conocer es al idumeo, Antípatro. Parece, por lo que me dicen, que es un tipo listo. Probablemente esté circuncidado. Casi todos los semitas lo están. Una práctica peculiar. Yo le tengo apego a mi prepucio, tanto literalmente como metafóricamente. ¡Mira! Eso me salió bastante bien. Será porque aún tengo conmigo a Varrón, así como a Lenaeus y a Teófanes, de Mitilene. Creo que Lúculo anda pavoneándose por ahí porque se llevó consigo a Italia esa fabulosa fruta llamada cereza, pero cuando yo regrese llevaré toda clase de plantas, incluido esa especie de limón dulce y suculento que encontré en Media: una naranja limón, ¿no te parece raro? Creo que en Italia se dará bien, le conviene el verano seco y florece en invierno.

Bueno, basta de charla. Es hora de que vaya al grano y te diga por qué te escribo. Tú eres un tipo muy sutil y listo, César, y no me ha pasado inadvertido que siempre hablas a mi favor en el Senado, y con buen efecto. Nadie más lo hizo en lo referente a los piratas. Creo que pasaré otros dos años en el Este, y supongo que iré a parar a casa por la misma época aproximadamente en que tú estés dejando el cargo de pretor, si es que vas a aprovechar la ley de Sila que permite que los patricios se presenten al cargo dos años antes.

Pero yo sigo con mi política de tener por lo menos un tribuno de la plebe en mi grupo romano hasta que yo regrese a Roma. El próximo es Tito Labieno, y sé que tú lo conoces porque los dos estuvisteis entre el personal privado de Vatia Isáurico en Cilicia hace diez o doce años. Es un hombre muy bueno, procede de Cingulum, justo en el centro de mis tierras. Y listo, además. Me dice que vosotros dos os llevabais bien. Sé que no ostentarás una magistratura, pero quizás puedas echarle una mano de vez en cuando a Tito Labieno. O a lo mejor puede echártela él a ti… considérate con libertad para pedírselo. Ya le he dicho todo esto a él. Al año siguiente, el año que serás pretor, supongo, mi hombre será el hermano más joven de Mucia, Metelo Nepote. Yo debería llegar a casa en cuanto él termine en su cargo, aunque no puedo estar seguro de ello.