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César dedujo que la presencia de aquellas mujeres significaba que Décimo Bruto y el joven Publícola también frecuentaban el trato de Pompeya. De Décimo Bruto quizás no había mucho que decir, aparte de que era joven, estaba aburrido y se mostraba siempre alegre, animoso y dispuesto a hacer las habituales travesuras, desde beber mucho vino e ir con demasiadas mujeres, hasta frecuentar las partidas de dados y los juegos de mesa. Pero el joven Publícola había seducido a su madrastra y había intentado asesinar a su padre el censor, por lo que había sido formalmente relegado a la penuria y al olvido. Nunca se le permitiría entrar en el Senado, pero desde el matrimonio de Publio Clodio con Fulvia, y el consiguiente acceso de Clodio a un dinero casi ilimitado, al joven Publícola empezaba a vérsele de nuevo en círculos selectos.

Fue Clodia quien primero se fijó en César. Se sentó mucho más erguida en el canapé, sacó el pecho y le dedicó una encantadora sonrisa.

César, resulta absolutamente divino verte! -ronroneó.

– Te devuelvo el cumplido, por supuesto.

– ¡Vamos, entra! -dijo Clodia dando unas palmaditas en el canapé.

– Me encantaría, pero me disponía a marcharme.

Además aquélla era una habitación llena de problemas, pensó César mientras salía por la puerta principal.

Labieno le llamaba, pero César cayó en la cuenta de que primero tendría que ir a ver a Servilia, que probablemente llevaría ya un buen rato esperándole en el apartamento que él tenía un poco más abajo en la misma calle. ¡Mujeres! Aquél era un día de mujeres, y en su mayoría las mujeres eran un fastidio. Excepto Aurelia, desde luego. ¡Ella sí que era una mujer! Lástima que no hubiera ninguna otra a la misma altura, pensó César mientras subía la escalera hacia su apartamento.

Servilia le estaba esperando, aunque era demasiado sensata como para reprocharle a César la tardanza y demasiado pragmática para esperar que se disculpase. Si el mundo pertenecía a los hombres -y así era-, resultaba indudable que pertenecía a César más que a ningún otro.

Durante un rato no intercambiaron palabra alguna. Primero vinieron algunos besos lujuriosos y lánguidos; luego una escena en la cama entre suspiros, el uno en los brazos del otro, liberados de la ropa y de todo cuidado. Servilia era tan deliciosa, tan inteligente e ilimitada en sus atenciones, tan inventiva. Y él era tan perfecto, tan receptivo, tan certero y tan poderoso en sus caricias. Así, absolutamente satisfechos el uno con el otro y fascinados por el hecho de que la familiaridad no había dado origen al tedio sino a un placer adicional, César y Servilia se olvidaron de sus respectivos mundos hasta que el nivel del agua del cronómetro bajó, lo que significaba que había transcurrido mucho tiempo.

César no quería hablar de Labieno; de Pompeya sí, de manera que mientras continuaban abrazados sobre la cama comentó:

– Mi mujer tiene extrañas compañías.

El recuerdo de aquellos meses malgastados en unos frenéticos celos todavía no se había desvanecido de la mente de Servilia, así que le encantaba oír cualquier palabra de César que indicase insatisfacción. Oh, tan sólo poco tiempo después del nacimiento de Junia Tercia, César y Servilia se reconciliaron, y ella comprendió que el matrimonio de César era una falsedad. Pero aquella mujer era una lagarta deliciosa, y contaba con la ventaja de estar siempre cerca de César; ninguna mujer de la edad de Servilia podía estar descansada y tranquila cuando su rival era casi veinte años más joven.

– ¿Extrañas compañías? -le preguntó mientras le acariciaba suave y voluptuosamente.

– Las Clodias y Fulvia.

– Eso era de esperar, no olvides los círculos en que se mueve el hermano Pompeyo.

– ¡Ah, pero hoy había alguien más en el grupo!

– ¿Quién?

– Sempronia Tuditani y Pala.

– ¡Oh! -Servilia se sentó en la cama, y el deleite de la piel de César se evaporó. Ella frunció el entrecejo, se quedó pensando unos momentos y luego dijo-: En realidad eso no debería haberme sorprendido.

– Ni a mí, sobre todo teniendo en cuenta quiénes son los amigos de Publio Clodio.

– No, no me refería a esa relación, César. Desde luego, ya sabes que mi hermana pequeña, Servililla, ha sido repudiada por Druso Nerón por infidelidad.

– Ya lo había oído.

– Lo que tú no sabes es que va a casarse con Lúculo.

César también se sentó en la cama.

– ¡Eso es cambiar un zoquete por un imbécil! Ese tipo lleva a cabo toda clase de experimentos con sustancias que distorsionan la realidad, hace ya varios años que lo viene haciendo. Creo que uno de sus esclavos manumitidos se encarga de procurarle toda clase de soporíferos y sustancias que producen el éxtasis: jarabe de amapolas, setas, brebajes hechos con hierbas, bayas, raíces…

– Servililla dice que a ella le gusta el efecto del vino, pero que le desagradan intensamente los efectos secundarios. Y al parecer esas otras sustancias no producen los mismos y dolorosos efectos secundarios.

– Servilia se encogió de hombros-. De todos modos, parece que Servililla no se queja. Cree que podrá llegar a disfrutar de todo ese dinero y buen gusto sin un marido que la vigile y le corte las alas.

– Él se divorció de Clodilla por adulterio… e incesto.

– Eso fue obra de Clodio.

– Bueno, le deseo a tu hermana la mejor de las suertes -dijo César-. Lúculo todavía sigue plantado en el Campo de Marte para exigir el triunfo que el Senado continúa negándole, así que no verá muchas cosas de Roma desde el interior de los muros.

– Pronto conseguirá el triunfo -dijo Servilia con confianza-. Mis espías me dicen que Pompeyo Magnus no quiere verse obligado a compartir el Campo de Marte con su antiguo enemigo cuando vuelva del Este cubierto de gloria.

– Soltó un bufido-. ¡Oh, qué farsante! ¡ Cualquiera que tenga un poco de sentido común puede ver que Lúculo fue el que hizo todo el trabajo! Magnus sólo tuvo que cosechar los resultados.

– Estoy de acuerdo, aunque me gusta poco Lúculo.

– César le cogió un pecho con la mano-. No es propio de ti divagar, amor mío. ¿Qué tiene esto que ver con los amigos de Pompeya?

– Lo llaman el club Clodio -dijo Servilia estirándose-. Servililla me lo ha contado. Publio Clodio, desde luego, es el presidente. El principal objetivo, y, desde luego, supongo que el único, del club Clodio es asombrar a nuestro mundo. Así es como se entretienen sus miembros. Todos ellos están aburridos, ociosos, tienen aversión al trabajo y poseen demasiado dinero. Beber, ir de putas y jugar son cosas insípidas. Los sustos y los escándalos son el único propósito del club. De ahí esas mujeres disolutas como Sempronia Tuditani y Pala, las alegaciones de incesto y el cultivo de especímenes tan sin igual como el joven Publícola. Entre los miembros varones del club se incluyen algunos hombres muy jóvenes que deberían ser un poco más cautos, como Curión Junior y tu primo Marco Antonio. He oído que uno de sus pasatiempos favoritos es fingir que son amantes. Ahora le tocó el turno a César de soltar un bufido.