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Como para coronar lo que había sido un año extraordinario de subidas y bajadas para César, cuando se celebraron las elecciones a principios del mes quintilis obtuvo el mayor número de todos los pretores. Ni una sola Centuria dejó de nombrarlo, lo cual significaba que podía descansar tranquilo mucho antes de que el último hombre fuera elegido al terminar el escrutinio. Filipo, su amigo de la época de Mitilene, sería uno de sus colegas; y también lo sería el irascible hermano menor de Cicerón, el pequeño Quinto Cicerón. Pero, ay, Bíbulo también era pretor.

Cuando se echó a suertes para decidir a qué hombre le correspondía cada trabajo, la victoria de César fue completa. Su nombre fue el que estaba en la primera bola que salió por la abertura; sería pretor urbano, el hombre de más categoría entre los ocho pretores. Eso significaba que Bíbulo no podría fastidiarle -a él le había tocado el Tribunal de Violencia-… ¡pero él, ciertamente, sí podía fastidiar a Bíbulo!

Había llegado el momento de romperle el corazón a Domicia y abandonarla. Ella había resultado ser discreta, así que de momento Bíbulo no tenía ni idea de la relación que ella mantenía con César. Pero se enteraría en el momento en que empezase a llorar y a sollozar. Todas lo hacían. Excepto Servilia. Quizás fuera por eso por lo que era la única que había durado con él.

Cuarta parte

DESDE EL 1 DE ENERO
HASTA EL 5 DE DICIEMBRE DEL 63 A. J.C.

Marco Tulio Cicerón

Terencia

Fue una desgracia para Cicerón empezar el año como cónsul en medio de una grave depresión económica; y, como la economía no era precisamente su especialidad, se enfrentó a su cargo de aquel año con una disposición de ánimo más bien lúgubre. ¡No era aquélla la clase de consulado que le habría gustado obtener! Quería que la gente dijera de él, cuando hubiera terminado el año, que había dado a Roma la misma clase de prosperidad feliz que comúnmente se atribuía al consulado conjunto de Pompeyo y Craso, que había tenido lugar siete años antes. Con Híbrido como colega junior, era inevitable que todo el mérito fuera para él, lo cual no significaba que necesariamente tuviera que acabar en malas relaciones con Híbrido, como había ocurrido con Pompeyo y Craso.

Los problemas económicos de Roma emanaban del Este, que había estado cerrado para los hombres de negocios de Roma durante más de veinte años. Primero lo había conquistado el rey Mitrídates; luego, cuando Sila se lo arrebató, introdujo allí unas normativas financieras dignas de encomio, y de esta manera evitó que la comunidad de caballeros de Roma volvieran a lo que era normal en los viejos tiempos: ordeñar al Este hasta dejarlo seco. Sumado a esto, el problema de la piratería en alta mar no animaba a nadie a aventurarse y a emprender negocios al este de Macedonia y Grecia. En consecuencia, todos aquellos que arrendaban impuestos, prestaban dinero o comerciaban con mercancías y artículos de consumo como trigo, vino y lana dejaban su capital en casa, en Roma; un fenómeno que se incrementó cuando la guerra de Quinto Sertorio estalló en España y una serie de sequías disminuyeron las cosechas. Ambos extremos del Mare Nostrum se convirtieron en lugares peligrosos o en zonas impracticables para realizar negocios.

Todas estas cosas juntas habían logrado concentrar el capital y las inversiones dentro de Roma y de Italia durante veinte años. A los caballeros de Roma que se dedicaban a los negocios no se les presentaba ninguna oportunidad atrayente en provincias; en consecuencia, tenían poca necesidad de encontrar grandes sumas de dinero. El tipo de interés de los préstamos era bajo, los alquileres eran bajos, la inflación era elevada y los acreedores no tenían prisa por cobrar las deudas.

La desgracia de Cicerón era que estaba completamente postrado a la puerta de Pompeyo. Primero el Gran Hombre había limpiado los mares de piratas, luego había expulsado a los reyes Mitrídates y Tigranes de las zonas que antes formaban parte de la esfera de negocios de Roma. También había abolido las normativas financieras de Sila, aunque Lúculo había persistido en conservarlas; y ésta había sido la única razón por la que los caballeros habían ejercido presión para deponer a Lúculo y concederle el mando a Pompeyo. Y así, justo cuando Cicerón e Híbrido asumieron sus cargos, en el Este estaba comenzando a abrirse una auténtica variedad de oportunidades para los negocios. Donde en otro tiempo habían estado la provincia de Asia y Cilicia ahora había cuatro provincias; Pompeyo había añadido al Imperio las nuevas provincias de Bitinia-Ponto y Siria. Las estableció de la misma manera que las otras dos, dándoles a las grandes compañías de publicani con sede en Roma el derecho a recaudar los impuestos, diezmos y tributos. Los contratos privados establecidos por los censores le ahorraban al Estado la carga de recoger impuestos e impedía la proliferación de funcionarios. ¡Que se llevasen los publicani los dolores de cabeza! Lo único que quería el Tesoro era recibir la parte estipulada de los beneficios.

El capital fluyó fuera de Roma y de Italia obedeciendo al nuevo impulso de obtener el control de aquellas aventuras mercantiles en el Este. En consecuencia, los tipos de interés comenzaron a subir de un modo espectacular, los usureros exigieron de pronto el pago de las deudas, y los créditos resultaban difíciles de conseguir. En las ciudades los alquileres se elevaron exageradamente; en el campo los agricultores se vieron azotados por el pago de hipotecas. Inevitablemente, el precio del grano -incluso de aquel que suministraba el Estado- se incrementó. Enormes cantidades de dinero salían a raudales de Roma, y nadie en el gobierno sabía cómo controlar la situación.

Informado por algunos amigos, como el caballero plutócrata Tito Pomponio Ático -que no tenía intención de hacer partícipe a Cicerón de demasiados secretos comerciales-, de que aquella sangría de dinero se debía a que los extranjeros judíos residentes en Roma mandaban los ingresos a su patria, Cicerón se apresuró a promulgar una ley que prohibía a los judíos enviar más dinero a su país. Por supuesto, aquello surtió poco efecto, pero el cónsul senior no sabía qué otra cosa podía hacer… y Ático tampoco iba a tener una idea luminosa para ayudarle.

El carácter de Cicerón le impedía convertir su año de cónsul en una misión que ahora sabía que sería tan vana como, con toda seguridad, impopular, así que dedicó la atención hacia aquellas cuestiones que consideraba que encajaban bien en el campo en que él sobresalía; la situación económica se resolvería por sí misma con el tiempo, mientras que las leyes requerían un toque personal. Su año significaba que por una vez Roma tenía en el cargo a un cónsul legislador, así que él legislaría.

Primero atacó la ley que el cónsul Cayo Pisón había promulgado cuatro años antes contra los sobornos electorales en las votaciones consulares. Al ser él mismo culpable de sobornos masivos, Pisón se había visto obligado a legislar en contra de ello. Quizá de un modo no del todo carente de lógica, lo que Pisón logró que fuera aprobado presentaba goteras en casi todas las direcciones, pero cuando Cicerón puso algunos parches en los peores agujeros, la ley empezó a parecer bastante presentable.