—No está aquí. Lo tenías contigo al caer.
—Entonces está en el fondo. Avanza hacia el sur conmigo —dijo Nafai.
Descubrió, sin embargo, que era más fácil decirlo que hacerlo. Aunque la caída no le hubiera causado lesiones graves, lo había dejado aterrorizado. Apenas podía ponerse en pie, por temor al borde, por temor a la caída.
No me caí porque perdiera el equilibrio, pensó Nafai. Me caí porque la fricción no tenía fuerza suficiente para sostenerme en ese lugar peligroso. Este saliente no es así. Aquí puedo plantarme con firmeza.
Se irguió, de espaldas a la ladera, resollando, diciéndose que debía moverse, desplazarse hacia el sur por ese reborde, doblar el recodo, porque tal vez encontrara un lugar para ascender. Pero cuanto más se lo decía, más fijaba los ojos en el espacio vacío que estaba a menos de un metro de sus pies. Si me inclino apenas, me caeré. Si tropiezo, me precipitaré barranco abajo.
No, se dijo. No puedo pensar así, o nunca serviré para nada. Hice esto muchas veces. No hay ninguna dificultad. Y sería mejor mirar la roca en vez de mirar el vacío que baja hasta el mar.
Dio media vuelta y avanzó cuidadosamente, aplastándose contra la roca más que en ocasiones anteriores. Pero su confianza aumentaba a cada paso.
Cuando dobló el recodo del peñasco, vio que el reborde terminaba, pero ahora había sólo dos metros desde esa saliente hasta la siguiente, y desde allí sería fácil trepar hasta el camino por donde Vas y él habían pasado menos de una hora atrás.
—¡Vas! —llamó. Siguió hasta llegar al sitio donde el saliente superior estaba más próximo. Casi podía extender los brazos para alzarse por su cuenta, pero no había nada de qué aferrarse, y el borde era pedregoso y frágil. Sería más seguro si Vas lo ayudaba—. ¡Vas, aquí estoy! ¡Te necesito!
Pero no oyó a Vas. Y recordó lo que había pensado cuando iniciaba ese peligroso cruce. No sigas. Vas planea matarte.
¿Una advertencia del Alma Suprema?
Absurdo.
Pero Nafai no aguardó la respuesta de Vas. Extendió los brazos hacia el saliente superior, hundió los dedos en el suelo flojo y herboso. Era resbaladizo e inseguro, pero clavó las uñas y forcejeó hasta que logró afirmarse y apoyar los hombros en el borde, y entonces fue relativamente fácil alzar una pierna y llegar a una posición segura. Rodó sobre la espalda y se quedó tendido, jadeando de alivio. No podía creer que hubiera hecho algo tan peligroso tan pronto después de una caída. Si se hubiera resbalado mientras se encaramaba al saliente, le habría costado aferrarse del saliente inferior. Había corrido un peligro mortal, pero lo había logrado.
Vas llegó.
—Ah, ya estás arriba. Mira… por aquí. Regresaremos adonde estábamos.
—Tengo que encontrar el pulsador.
—Debe estar roto e inutilizado —dijo Vas—. No está construido para semejante caída.
—No puedo regresar y decirles que no tengo el pulsador… que lo perdí. Está allá abajo, y aunque esté hecho trizas, llevaré los restos al campamento.
—¿Es mejor decirles que lo rompiste a decirles que lo perdiste? —preguntó Vas.
—Sí —dijo Nafai—. Es mejor mostrar los fragmentos, así no quedará la duda de que pude haberlo encontrado si me hubiera esforzado más. ¿No entiendes que hablamos de la provisión de carne de nuestras familias?
—Oh, entiendo. Y ahora que lo dices así, entiendo que debemos buscarlo. Mira, podemos bajar por aquí. Es un sendero bastante fácil.
—Sí, lo sé —dijo Nafai—. Baja directamente al mar.
—¿Eso crees? —preguntó Vas.
—Por allá abajo, torciendo a la izquierda. ¿Ves?
—Oh, tal vez eso funcione.
Nafai se sintió levemente avergonzado de haber descubierto el sendero que bajaba al mar mientras que Vas ni siquiera había pensado en ello.
En vez de bajar al mar, sin embargo, bajaron hasta el matorral donde debía haber caído el pulsador. No tuvieron que buscar mucho para encontrarlo. Estaba partido en dos, justo por la mitad. Varios componentes internos estaban desperdigados entre las matas, y sin duda muchos otros que no encontraron. Sería imposible repararlo.
Aun así, Nafai juntó los fragmentos, grandes y pequeños, en la funda que había hecho para el arma, y la ciñó con fuerza. Cuando iniciaron el ascenso, Nafai sugirió que Vas fuera delante, pues él recordaría mejor el camino, y Vas aceptó de inmediato. Nafai ni siquiera insinuó que no quería que Vas fuera detrás, donde no podría vigilarlo.
Alma Suprema, ¿fue una advertencia tuya?
No obtuvo ninguna respuesta del Alma Suprema, al menos ninguna respuesta directa a su pregunta. En cambio detectó una clara exhortación a hablar con Luet en cuanto regresara al campamento. Y como eso era lo que hubiera hecho de cualquier modo, sobre todo después de semejante experiencia, tan cercana a la muerte, supuso que era su propio pensamiento, y que el Alma Suprema no le había dicho nada.
7. EL ARCO
La pérdida del pulsador fue un golpe tan fuerte que ni Volemak ni Elemak procuraron aplacar los ánimos. Los fragmentos del pulsador estaban desparramados sobre un paño; cerca estaban los dos pulsadores estropeados que Elemak había rescatado del agua. Zdorab estaba sentado al lado, con el índice en el regazo, leyendo los números de las partes rotas. Todos los demás aguardaban de pie, nerviosos y enfurruñados, mientras él intentaba averiguar si se podía armar un pulsador entero con los componentes.
—Es inútil —dijo Zdorab—, aunque tuviéramos todos los componentes, el índice dice que no tenemos las herramientas necesarias, ni modo de fabricarlas a menos que pasemos cincuenta años alcanzando el nivel tecnológico adecuado.
—Qué plan tan brillante tenía el Alma Suprema —dijo Elemak—. Mantener a toda la humanidad en un bajo nivel de tecnología, tan bajo que aunque podemos fabricar pulsadores, no entendemos cómo funcionan y no podemos repararlos si se rompen.
—No fue el plan del Alma Suprema —dijo Issib.
—¿Qué importancia tiene? —dijo Mebbekew—. Ahora moriremos aquí.
Dol rompió a llorar, y esta vez sus lágrimas parecían auténticas.
—Lo lamento —dijo Nafai.
—Sí, nos alegra mucho que sientas remordimientos —dijo Elemak—. ¿Qué hacías en un lugar tan peligroso, de todos modos? Tenías el único pulsador restante, ¿y qué haces con él?
—Allí estaba el animal —dijo Nafai.
—Si tu presa hubiera saltado del peñasco, ¿la habrías seguido? —preguntó Volemak.
Nafai sintió consternación al ver que Padre sumaba sus reproches a los de Elemak. Y Elemak aún no había terminado.
—Lo diré sin rodeos, querido hermanito. Si pudieras haber escogido entre la salvación de tu persona o el pulsador, habría sido mejor para todos que se salvara el pulsador.
La injusticia del comentario era insoportable.
—No fui yo quien perdió los tres primeros.
—Pero cuando perdimos los tres primeros, aún nos quedaba uno, así que no era tan grave —dijo Padre—. Sabías perfectamente que era el último pulsador, y sin embargo corriste semejante riesgo.
—Suficiente —dijo Rasa—. Todos convenimos, Nafai incluido, en que fue un grave error arriesgar el pulsador de ese modo. Pero ya lo hemos perdido, no hay remedio, y nos encontramos en esta comarca extraña sin manera de conseguir carne. Tal vez alguno de vosotros haya pensado en lo que haremos ahora, además de acumular culpas sobre los hombros de Nafai.
Gracias, Madre, dijo Nafai en silencio.
—¿No es obvio? —dijo Vas—. La expedición ha concluido.
—No, no es obvio —respondió bruscamente Volemak—. El Alma Suprema se propone salvar a Armonía de la destrucción que sufrió la Tierra hace cuarenta millones de años. ¿Vamos a desistir porque hemos perdido un arma?