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—El no tiene por qué aceptar la apuesta —dijo Meb.

—Fija un límite de tiempo —dijo Nafai—. Digamos un mes.

—Un año. Un año en el cual harás todo lo que yo te ordene.

—Esto es repugnante —intervino Volemak—. Lo prohíbo.

—Tú ya has aceptado, Nafai —dijo Mebbekew—, si ahora te echas atrás, quedarás ante todos como una persona sin palabra.

—Cuando arroje la carne a tus pies, Meb, tú decidirás lo que soy, y por cierto no será una persona sin palabra.

Y así se convino. Aguardarían el regreso de Nafai hasta el ocaso del día siguiente.

Nafai fue hasta la tienda de la cocina y cogió lo que necesitaba: galleta, melón seco, charqui. Luego se dirigió hacia el manantial para llenar su cantimplora. Con el cuchillo al costado, no necesitaría más.

Luet fue a verle mientras él recogía el agua, sumergiendo la cantimplora para llenarla.

—¿Dónde está Chveya? —preguntó Nafai.

—Con Shuya. Quería hablar contigo. En cambio tuvimos esa… reunión.

—Yo también necesitaba hablar contigo. Pero las cosas se han salido de madre, y ahora no hay tiempo.

—Espero que haya tiempo para que te lleves esto —dijo Luet.

En la mano tenía un rollo de cáñamo.

—He oído decir que los arcos no funcionan sin cuerda —dijo Luet—. Y el Alma Suprema dijo que ésta es la mejor.

—¿Se lo preguntaste?

—El Alma Suprema pensó que te irías precipitadamente sin ella, y que luego lo lamentarías.

—Lo habría lamentado, sí. —Nafai se guardó la cuerda en el morral, besó a Luet—. Siempre cuidas de mí.

—Cuando puedo. Nafai, mientras estabas ausente, el Alma Suprema me habló. Son suma claridad.

—¿Sí?

—¿Vas estaba cerca de ti cuando te caíste?

—Sí.

—¿Tan cerca que pudo haber sido el culpable? ¿Empujándote el pie, por ejemplo?

Nafai recordó ese terrible momento en la ladera rocosa, cuando su pie derecho resbaló. Había resbalado hacia dentro, hacia el pie izquierdo. Si sólo hubiera sido la falta de fricción, ¿el pie no habría patinado hacia abajo?

—Sí —dijo Nafai—. El Alma Suprema trató de advertirme, pero…

—Pero creíste que era tu propio temor y no escuchaste.

Nafai asintió. Luet sabía cómo era la voz del Alma Suprema. Se parecía a los propios pensamientos, los propios miedos.

—Hombres —dijo Luet—. Siempre con miedo de tener miedo. ¿No sabes que el miedo es la herramienta fundamental que usa la evolución para mantener una especie con vida? Y sin embargo lo ignoras como si quisieras morir.

—Sí, bien, no puedo evitar los efectos de la testosterona. Disfrutarías mucho menos de tu matrimonio si yo careciera de ella.

Luet sonrió, pero la sonrisa fue muy breve.

—El Alma Suprema me ha dicho algo más. Vas planea…

Pero en ese momento se acercaron Obring y Kokor.

—¿Lo estás pensando dos veces, hermanito? —preguntó Kokor.

—Siempre pienso las cosas —dijo Nafai—. Algo de lo cual tú eres incapaz.

—Sólo quería desearte suerte —dijo Kokor—. Ojalá traigas más de esas raquíticas liebres para comer. Porque de lo contrario tendremos que ir a una ciudad y comer auténtica comida, y eso sería espantoso, ¿no crees?

—Detecto cierta sorna en tus palabras —dijo Nafai.

—Si creyera que tienes la menor probabilidad de sobrevivir —dijo Obring—, te quebraría el brazo.

—Si un hombre como tú pudiera quebrarme el brazo —dijo Nafai—, entonces no tendría la menor probabilidad de sobrevivir.

—Por favor —dijo Luet—, ¿no tenemos suficientes problemas?

—Nuestra dulce pacificadora —dijo Kokor—. No tienes una gran figura, pero quizás envejezcas grácilmente.

Nafai no pudo contenerse. Los insultos de Kokor eran tan pueriles que le respondió con una carcajada.

Kokor hizo una mueca.

—Ríe cuanto quieras. Pero yo puedo recobrar mi fortuna con el canto, y Madre todavía tiene una propiedad en Basílica que yo puedo heredar. ¿Qué tiene tu padre para ti? ¿Y qué clase de hogar establecerá tu pequeña esposa huérfana en Basílica?

Luet enfrentó a Kokor. Nafai notó por primera vez que eran de la misma talla, lo cual significaba que Luet había crecido durante el último año. Es sólo una niña, pensó.

—Koya —dijo Luet—, olvidas con quién hablas. Creerás que Nafai es sólo tu hermano menor. En el futuro, sin embargo, espero que recuerdes que es el esposo de la vidente.

Kokor replicó con altanería.

—¿Y eso qué importa aquí?

—No importa nada… aquí. Pero si regresáramos a Basílica, querida Koya, no sé hasta dónde llegaría tu carrera si se supiera que eres enemiga de la vidente de las aguas.

Kokor palideció.

—No te atreverías.

—No —dijo Luet—. No me atrevería, pues nunca usé mi influencia de esa manera. Además no regresaremos a Basílica.

Nafai nunca había visto a Luet tan imperiosa. A fin de cuentas, era un basilicano que sentía reverencia por el título de vidente; era fácil olvidar que la mujer con quien compartía el lecho todas las noches era la misma cuyos sueños, cuyas palabras, se susurraban de casa en casa en Basílica. Una vez ella había ido a verle con gran riesgo, abandonando la ciudad en medio de la noche para despertarlo y advertirle que su padre corría peligro, y esa noche ella no dio indicios de conocer su elevado papel en la ciudad. Y una vez, cuando Nafai era perseguido por los hombres de Gaballufix, ella lo había llevado a las aguas del Lago de las Mujeres, donde ningún hombre podía entrar y salir con vida. Ni siquiera entonces, cuando se enfrentaba a quienes eran capaces de matarlo, había adoptado ese tono, sino que había hablado con serenidad.

Nafai comprendió. Luet no adoptaba ese aire de altiva majestad porque ella fuera así, sino porque así habría actuado Kokor, si hubiera tenido tan sólo una pizca de poder. Luet le hablaba a la hermanastra de Nafai en un idioma que ella entendía. Y el mensaje fue recibido. Kokor cogió la manga de Obring y ambos se marcharon.

—Eres muy buena para eso —dijo Nafai—. No veo el momento de que uses esa voz con Chveya, la primera vez que intente extralimitarse.

—Me propongo criar a Chveya de tal modo que sea una mujer con quien nunca sea necesario usar esa voz.

—Ni siquiera sabía que tenías esa voz. Luet sonrió.

—Yo tampoco. Lo besó de nuevo.

—Me decías algo sobre Vas.

—Algo que Hushidh vio pero no comprendió. El Alma Suprema me lo ha explicado. Vas no ha olvidado que Sevet lo traicionó con Obring y lo humilló públicamente.

—¿No?

—El Alma Suprema dice que piensa asesinarlos. Nafai resopló con desdén.

—¿Vas? Es la viva imagen de la calma. Madre dice que nunca había visto a nadie que se tomara tan bien una mala situación.

—Supongo que él está postergando su venganza —dijo Luet—. Tenemos suficientes pruebas para sugerir que Vas no es tan calmo ni servicial como parece.

—No, parece que no. Meb y Dol, Obring y Kokor, gimen y berrean y desean regresar a la ciudad. Pero Vas no dice nada, parece resignarse, y luego se empeña en destruir los pulsadores para obligarnos a regresar.

—Debes admitir que es listo.

—Y si de paso me liquida, bien, así son las cosas. Eso me hace pensar… si Gaballufix hubiera sido tan sutil como Vas, ahora sería rey de Basílica.

—No, Nafai. Estaría muerto.

—¿Por qué?

—Porque el Alma Suprema te habría pedido que lo mataras para obtener el índice. Nafai la miró sin comprender.

—¿Tú me echas eso en cara? Ella sacudió la cabeza.

—Te lo recuerdo para que no olvides tu propia fortaleza. Eres más implacable y más listo que Vas, cuando sabes que sirves al plan del Alma Suprema. Ahora márchate, Nafai. Te quedan algunas horas de luz diurna. Triunfarás.