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Con la caricia de Luet aún vivida en la memoria de su piel, con su voz en el oído, con sus elogios en el corazón, Nafai se sentía como uno de los Héroes de Pyiretsiss. Sobre todo como Velikodushnu, quien devoró el corazón viviente del dios Zaveest, para que la gente de Pyiretsiss pudiera vivir en paz en vez de conspirar continuamente y abatir a quienes triunfaban. En la versión que había leído Nafai, la ilustración mostraba a Velikodushnu con la cabeza hundida en el pecho abierto del dios, mientras Zaveest desgarraba la espalda del héroe con sus largas uñas. Era una de las imágenes más poderosas de su infancia, esa figura de un hombre que desdeñaba un dolor abrasador con tal de destruir el mal que destruía a su gente.

Eso era un verdadero héroe para Nafai, eso era un buen hombre, y si lograba ver a Gaballufix como un Zaveest, entonces era bueno y justo haberle dado muerte.

Pero esa idea le ayudó sólo por un instante. Luego el horror de haber matado al ebrio e indefenso Gaballufix en la calle lo embargó una vez más. Y comprendió que ese recuerdo, esa culpa, esa vergüenza, ese horror, era su propia versión de Zaveest desgarrándole la espalda mientras él devoraba el corazón del más perverso de los dioses.

No importaba. Debía dejar ese recuerdo en su sitio, en la memoria, no en la superficie de su conciencia. Soy el hombre que mató a Gaballufix, sí, pero también soy el hombre que deba fabricar un arco, matar un animal y llevarlo a casa al anochecer, pues de lo contrario el Alma Suprema tendrá que comenzar de nuevo.

Obring entró en la tienda de Vas y Sevet. Era la primera vez que estaba a solas con Sevet desde que Kokor los había pillado a ambos retozando en Basílica. No estaba a solas, en realidad, pues estaba Vas. Pero en cierto modo, el hecho de que él hubiera aprobado esta reunión tal vez significara que esa larga tensión había terminado.

—Gracias por pasar —dijo Vas.

El tono de Vas era tan irónico que Obring comprendió que debía haber hecho algo malo, y que Vas se lo estaba reprochando. Oh, tal vez había tardado demasiado en llegar allí.

—Dijiste que viniera sin Kokor, y si no te gusta me voy. Ella siempre pregunta adonde voy, lo sabes. Y luego vigila para cerciorarse de que voy allí.

Al ver la mueca de Sevet, Obring supo que disfrutaba al verlo tan sometido a Kokor. Aunque si alguien podía comprender su mal trance, era Sevet. ¿Acaso ella no estaba siempre sometida a la custodia implacable de Vas ? O tal vez no. Vas no era vengativo como Kokor. Vas ni siquiera se había enfadado esa noche, hacía más de un año. Así que tal vez Sevet no sufría tanto como Obring.

Mirando a Sevet, sin embargo, Obring no entendía cómo la había deseado tanto. Su cuerpo se había deteriorado desde los viejos tiempos. En parte era la maternidad (el vientre grueso, los pechos excesivamente abultados) pero además había cierta tosquedad en el rostro, una sombra en torno de los ojos. No era una mujer bella. Pero a fin de cuentas, Obring no se había enamorado de su cuerpo. Era por su fama, siendo una de las principales cantantes de Basílica, y también (admítelo, Obring, viejo amigo) porque era hermana de Koya. Obring había querido demostrarle a su bonita, seductora y despectiva esposa que podía conseguirse una mujer mejor. No había podido demostrarlo, por cierto, pues Sevet dormía con él por las mismas razones. Si él no hubiera sido el esposo de Kokor, Sevet ni siquiera se habría dignado desperdiciar saliva para escupirle. Ambos querían lastimar a Kokor, y lo habían logrado, y lo pagaban desde entonces.

Pero aquí estaban, juntos a invitación de Vas, y parecía que las perspectivas mejoraban, que Obring podría participar en algo dentro de ese detestable grupo tan dominado por los hijos de Volemak y Rasa.

—Creo que es hora de poner fin a esta estúpida expedición, ¿no crees? —dijo Vas.

Obring rió amargamente.

—Ya se intentó antes, y Nafai recurrió a sus trucos de magia.

—Algunos sólo hemos aguardado el momento oportuno —dijo Vas—. Pero ésta es nuestra última oportunidad, en cierto modo. Dorova está a la vista. No necesitamos que Elemak nos guíe hasta allá. Ayer encontré un sendero para bajar de la montaña. No es fácil, pero podemos lograrlo.

—¿Podemos? ¿Quiénes?

—Tú, Sevet y yo.

Obring miró a la chiquilla, Vasnya, que estaba dormida.

—¿Llevando una niña? ¿En medio de la noche?

—Hay luna y conozco el camino —dijo Vas—. Y no llevaremos la niña.

—No llevaremos…

—No te hagas el tonto conmigo, Obring. Piensa un poco. Nuestro propósito no es apañarnos del grupo, sino conseguir que todos desistan de la expedición. No hacemos esto por nosotros, sino por ellos, para salvarlos de su propia imbecilidad… de los planes absurdos del Alma Suprema. Iremos a Dorova para que nos sigan. No podríamos llevar a las niñas, porque nos retrasarían y el viaje podría dañarlas. Así que las dejaremos aquí. Luego tendrán que traer a Vasnya para Sevet y para mí, y a ti tendrán que llevarte a Kokor y Krassya. Sólo que ellos cogerán el camino más largo, así que las niñas estarán a salvo.

—Eso tiene… bastante sentido —dijo Obring.

—Qué amable de tu parte —dijo Vas.

—Entonces, si Nafai regresa sin carne, ¿te marchas esa misma noche?

—¿Eres tan tonto como para creer realmente que respetarán su acuerdo? —preguntó Vas—. No, encontrarán otra excusa para continuar… arriesgando a nuestros hijos, alejándonos cada vez más de toda esperanza de una vida decente. No, Briya, amigo mío, no esperamos nada. Actuaremos antes que Nafai y el Alma Suprema tengan la oportunidad de jugarnos otra mala pasada.

—¿Cuándo partimos? ¿Después de la cena?

—Lo notarían, nos seguirían y nos detendrían de inmediato —dijo Vas—. Esta noche, pues, pediré la penúltima guardia, y tú pedirás la última. Al rato de montar guardia, despertaré a Sevet y rasparé tu tienda. Kokor creerá que te levantas para la guardia y seguirá durmiendo. Esta noche hay buena luna… habremos avanzado varias horas antes que los demás se despierten.

Obring asintió.

—Parece atinado. —Miró a Sevet, cuya expresión era tan impenetrable como siempre. Él quería resquebrajar un poco esa máscara, así que añadió—: ¿Pero no te dolerán los pechos si abandonas al bebé cuando estás amamantando?

—Hushidh produce leche para cuatro bebés —dijo Sevet—. Ella nació para eso.

Sus palabras no eran tiernas, pero al menos había hablado.

—Contad conmigo —dijo Obring. Entonces recapacitó. Una duda sobre los motivos de Vas.

—¿Por qué yo?

—Porque no eres uno de ellos —dijo Vas—. No te interesa el Alma Suprema, odias esta vida, y no sientes una estúpida lealtad familiar. ¿A quién más podría acudir? Si Sevet y yo lo hiciéramos solos, decidirían quedarse con nuestra hija y seguir adelante. Necesitábamos a alguien más, escindir otra familia, ¿y quién más había aparte de ti? Las únicas personas aisladas son Zdorab y Shedemei, que no tienen hijos y no nos sirven para nada, y Hushidh y Luet, que están más embobadas que nadie con el Alma Suprema. Claro, está Dol, pero está tan prendada de Mebbekew, vete a saber por qué. Además es tan cobarde y perezosa que no querría venir y no la aceptaríamos aunque quisiera. Sólo quedas tú, Obring, y créeme, te lo pido sólo porque me repugnas un poco menos que Dolya.

Bien, ese motivo resultaba perfectamente creíble.

—Contad conmigo, entonces —dijo Obring.

Shedemei esperó hasta ver que Zdorab se dirigía a la tienda de Volemak. Le pediría el índice, por cierto. Dado que esos días no se permitía cocinar, tenía más tiempo libre para estudiar.

Se excusó ante el grupo que lavaba la ropa, pidiendo a Hushidh que recogiera sus prendas y las de Zdorab cuando estuvieran secas. Cuando Zdorab entró en la tienda, con el índice bajo el brazo, Shedemei lo estaba esperando.