Esperaba, sin embargo, que cuando al fin se acostara con una mujer hubiera alguna parte de su cerebro, alguna glándula de su cuerpo, que despertara y dijera: Ah, así es como se hace.
Entonces los días de su aislamiento terminarían, y su cuerpo conocería su lugar adecuado en el plan de la naturaleza. Pero lo cierto era que la naturaleza no tenía ningún plan. Sólo una serie de accidentes. Una especie «funcionaba» si una cantidad suficiente de sus integrantes se reproducía con la frecuencia necesaria, así que no importaba si un porcentaje insignificante —mi porcentaje, pensó amargamente Zdorab— es irrelevante desde el punto de vista reproductivo. La naturaleza no era una fiesta de cumpleaños; no le importaba invitar a todos. El cuerpo de Zdorab sería re-ciclado en los engranajes de la vida, aunque sus genes no se hubieran reproducido.
Y aun así, aun así… Aunque su cuerpo no había hallado gran alegría en el de Shedemei (y el de ella se había extenuado en su esfuerzo por complacerlo a él), había alegría en otro nivel. Porque había entregado su don. La fricción y estimulación de los nervios habían triunfado al fin, activando el reflejo que depositaba un millón de seres humanos potenciales en la matriz que los mantendría con vida un par de días, en su carrera hacia la otra mitad, la gran madre, el Huevo Infinito. A ellos no les importaba si Zdorab había deseado a Shedemei o simplemente cumplido con un deber mientras fantaseaba desesperadamente sobre otro amante de un sexo sin voluntad reproductiva. La vida de esas criaturas se vivía en otro plano, un plano donde se hilaba esa gran red de la vida que Shedemei adoraba tanto.
Al fin quedé atrapado en esa red, por motivos que ningún gen podría planear; al nacer fui engrasado para escurrirme de esa red, pero igual quedé atrapado, elegí ser atrapado, y nadie puede decir que la mía no sea la mejor paternidad, pues actué por puro amor, y no por mero instinto. Más aún, actué contra mi instinto. Y eso tiene su mérito. Un héroe de la cópula, un alarde de virilidad que asombraría a los demás. Cualquiera puede guiar su bote hacia la costa con viento favorable; yo he llegado a la costa maniobrando entre vientos contrarios, remando contra la marea.
Que esas criaturillas lleguen al huevo. Shedemei dijo que era buena época para que surgiera la competencia por la supervivencia. Que uno de esos bastoncillos, fuerte y tenaz, alcance su microscópica meta, penetre esa pared celular y una el ácido helicoide desoxirribonucleico al de ella y engendre un bebé en nuestro primer intento, así no tendré que afrontar todo esto de nuevo. Pero si es preciso, lo haré por Shedemei.
Cogió la mano de Shedemei. Ella no despertó, pero su mano se cerró suavemente sobre la de Zdorab.
Luet no podía dormir. No podía dejar dé pensar en Nafai, ni de preocuparse. El Alma Suprema la tranquilizaba en vano: él lo está haciendo bien, todo saldrá bien. Hacía tiempo que había anochecido, que Chveya dormía después de alimentarse, cuando Luet se durmió.
Pero no fue un sueño tranquilo.
Soñó que Nafai resbalaba por bordes rocosos, trepaba por riscos abruptos, a veces empuñando un arco, a veces un pulsador, y en el sueño el risco era cada vez más abrupto, hasta que se combaba hacia atrás, y Nafai se aferraba como un insecto y al fin no aguantaba más y se caía…
Luet despertaba, comprendía que había sido un sueño, cambiaba de lugar la transpirada almohada y procuraba dormirse de nuevo.
Hasta que tuvo un sueño donde Nafai no moría, sino que se encontraba en una habitación reluciente de plata, cromo, platino, hielo. En el sueño él estaba tendido sobre un bloque de hielo y el calor de su cuerpo se disolvía, y Nafai se hundía hasta quedar totalmente dentro del hielo, que se cerraba sobre él y se endurecía. Se preguntó qué era ese sueño. Y luego: Si sé que es un sueño, ¿significa que estoy despierta? Y si estoy despierta, ¿por qué no cesa el sueño?
No cesó. En cambio Luet vio que Nafai, en vez de estar atrapado en el hielo, se hundía cada vez más. La espalda, las nalgas, los tobillos, las pantorrillas, los codos, los dedos y la nuca se curvaban en el fondo del bloque de hielo, y Luet se preguntó cómo se sostenía ese hielo en el aire. ¿Por qué no sostenía también a Nafai? Su cuerpo descendía cada vez más, y luego caía un metro hasta el suelo. Abría los ojos, como si hubiera estado dormido mientras atravesaba el hielo. Rodaba para salir de abajo del hielo, y se erguía bajo la luz. Su cuerpo ya no era como antes. La tez resplandecía bajo la luz, como si lo hubieran cubierto con una finísima pátina del mismo metal de que estaban hechas las paredes. Como un blindaje. Como una nueva piel. Chispeaba de tal modo… Luet comprendió que no reflejaba la luz, sino que la irradiaba. Extraía su poder de las carnes de Nafai, y cuando él pensaba en una parte de sí mismo, para mover una extremidad, o incluso con sólo mirarla, emitía un fulgor tenue.
Míralo, pensó Luet. Se ha convertido en un dios, no sólo un héroe. Resplandece como el Alma Suprema. Es el cuerpo del Alma Suprema.
Pero eso no tiene sentido. El Alma Suprema es un ordenador, y no necesita carne y hueso. Al contrario. Atrapada en un cuerpo humano perdería su vasta memoria, la capacidad de pensar con la velocidad de la luz.
No obstante, el cuerpo de Nafai chispeaba al moverse, y Luet supo que él vestía el cuerpo del Alma Suprema, aunque para ella no tuviera sentido.
En el sueño Nafai se le acercó y la abrazó, y cuando estuvieron unidos, Luet sintió que la chispeante armadura crecía para incluirla, de modo que ella también irradiaba luz. Su piel se sentía viva, como si cada nervio estuviera conectado a la delgada pátina de metal que la rodeaba como sudor. Y comprendió: Cada punto chispeante es un punto de contacto entre un nervio y esta capa de luz. Se apartó de Nafai, pero conservó la nueva piel, aunque ella no había atravesado el hielo que le daba ese lustre. Ésta es la piel que me cubre ahora, pensó; pero también pensó: Yo también visto el cuerpo del Alma Suprema, y estoy viva por primera vez.
¿Qué significa este sueño?
Pero como hacía la pregunta en un sueño, sólo obtuvo una respuesta onírica. Vio que el Nafai del sueño y la Luet del sueño hacían el amor con tal pasión que ella olvidó que era un sueño y se sumió en ese éxtasis. Y cuando terminaron de amarse, Luet vio que el vientre de su yo onírico crecía, y un bebé rutilante asomaba entre sus piernas y se deslizaba hacia los brazos de Nafai; también el bebé estaba cubierto con esa nueva piel, radiante de luz. Ah, el niño era bello, bellísimo.
(Despierta.)
Luet oyó una voz nítida y fuerte.
(Despierta.)
Se irguió, tratando de ver quién le hablaba, de reconocer la voz que se demoraba en su recuerdo.
(Levántate.)
No era una voz. Era el Alma Suprema. ¿Pero por qué el Alma Suprema interrumpía el sueño, cuando sin duda ella misma lo había enviado?
(Levántate en silencio, vidente, y camina en el claro de luna hasta el lugar donde Vas planea matar a su esposa y a su rival. Debes aguardarlos en el reborde que salvó la vida de Nafai.)
Pero yo no tengo fuerzas para detenerlo, si lleva la muerte en el corazón.
(Bastará con tu presencia. Pero debes ir allí, y de inmediato, pues ahora está de guardia y se cree que él y Sevet son los únicos que están despiertos… pronto llamará a Obring, y entonces será demasiado tarde, pues no llegarás a la montaña sin que te vean.)
La aturdida Luet salió de la tienda, medio dormida.
¿Por qué debo ir a la montaña?, preguntó confundida. ¿Por qué no decir a Obring y Sevet que Vas planeta hacerles daño?