(Porque, si te creen, Vas quedará invalidado como miembro de esta expedición. Y si no te creen, Vas será tu enemigo y nunca más estarás a salvo. Confía en mí. Hazlo a mi manera, y todos viviremos, todos viviremos.)
¿Seguro?
(Claro que sí.)
No tienes más capacidad que los demás para predecir el futuro. ¿Cómo puedes estar tan segura?
(Las probabilidades de éxito rondan el sesenta por ciento.)
Maravilloso. ¿Y qué hay del cuarenta por ciento restante?
(Eres una mujer muy inteligente. Improvisarás, lograrás que dé resultado.)
Ojalá tuviera tanta fe en ti como tú pareces tener en mí.
(No me tienes tanta fe porque no me conoces tanto como yo a ti.)
Tú puedes leer mis pensamientos, querida Alma Suprema, pero no puedes conocerme, porque no hay ninguna parte de ti que pueda sentir tal como yo siento, ni pensar tal como yo pienso.
(¿Te crees que no lo sé, humana jactanciosa? ¿Debes atacarme por ello? Baja la montaña. Con mucho sigilo. El sendero es visible a la luz de la luna, pero traicionero. Obring ya está despierto; has llegado a tiempo. Ahora permanece delante de ellos, a suficiente distancia como para que no te oigan ni te vean.)
Elemak había notado que Sevet y Obring sacaban más cantimploras de las provisiones. Supo de inmediato qué significaba: un plan para escapar a Dorova. Al mismo tiempo, no podía creer que esos personajes hubieran urdido un plan en conjunto. Nunca se hablaban, entre otras cosas, porque Kokor se cercioraba de que no tuvieran la oportunidad. No, alguien más debía estar liado, alguien más hábil en el engaño, de modo que Elemak no había notado su robo de otra cantimplora.
Poco antes del anochecer, Vas se había presentado como voluntario para la guardia más odiada, el penúltimo turno antes de la mañana. Obring ya había tomado la última. No se requería un genio para comprender que pensaban marcharse durante la guardia de Vas. Tontos. ¿Creían que podrían bajar la montaña y cruzar la árida playa que bordeaba la bahía con dos cantimploras de agua cada uno? No podrán lograrlo con los bebés.
No piensan llevarse los bebés.
La idea era tan aberrante que Elemak se resistía a creerla. Pero al fin tuvo que aceptarla. Su odio por Obring se redobló. Pero Vas… costaba creer que Vas hiciera semejante cosa. Ese hombre se desvivía por su hija. Incluso le había puesto su nombre. ¿Sería capaz de abandonarla tan cruelmente?
No. No, no piensa abandonarla. Obring abandonaría a su bebé, sí, Obring abandonaría a Kokor, llegado el caso… se quejaba continuamente de su matrimonio. Pero Vas no abandonaría a su hija. Tiene otro motivo. Y no se propone huir a la ciudad con Sevet y Obring. Al contrario. Se propone decirnos que Sevet y Obring huyeron a la ciudad cuando él se durmió en su guardia, y los siguió montaña abajo, con la esperanza de detenerlos, pero en cambio encontró los cadáveres, pues se habían caído de un risco…
¿Cómo sé todo esto? ¿Por qué me resulta tan claro? Elemak se hacía estas preguntas, pero no podía dudarlo.
Se anotó pues para la guardia intermedia, y al finalizar, tras despertar a Vas y regresar a su tienda, permaneció en vela, aunque se acostó con los ojos cerrados, respirando pesadamente como si durmiera, por si Vas iba a echarle un vistazo. Pero Vas no fue, y tampoco fue a la tienda de Obring. La guardia se prolongaba, y al fin Elemak, contra su voluntad, se durmió. Tal vez sólo un instante. Pero debía haberse dormido, porque se despertó sobresaltado, el corazón palpitando con alarma. Algo… un ruido. Se sentó en la oscuridad, escuchando. Oía la respiración de Edhya, y de Proya, pero nada más. Se levantó en silencio, salió de la tienda. Vas no estaba de guardia, ni nadie más. Fue a la tienda de Vas, No estaba, y tampoco Sevet… pero la niña Vasnaminanya todavía estaba allí. El corazón de Elemak se llenó de furia ante esa monstruosidad. Fuera cual fuese el plan de Vas —abandonar a su hija o matar a la madre—, era inconcebible.
Lo encontraré, pensó Elemak, y cuando lo encuentre pagará por esto. Sabía que había idiotas en este viaje, idiotas, mentecatos y pusilánimes, pero no sabía que hubiera alguien tan cruel. Nunca pensé que Vas fuera capaz de esto. Nunca conocí a Vas, por lo que parece. Y nunca le conoceré, pues apenas lo encuentre morirá.
Fue fácil guiarlos montaña abajo. Ambos confiaban plenamente en él. Era la recompensa por un año de fingir que no le importaba que lo hubieran traicionado. Si les hubiera mostrado la menor chispa de cólera, al margen de cierta frialdad hacia Obring, ese hombre no lo habría seguido como un marrano yendo al matadero. Pero Obring confiaba en él, y también Sevet, a su manera taciturna.
El sendero era accidentado, y más de una vez tuvo que ayudarles en pasajes escabrosos. Pero en el claro de luna podían ver el peligro, y cuando aparecían problemas él los ayudaba a cruzar. Cogiendo la mano de Sevet y guiándola en una cuesta, o entre dos rocas. Susurrando: «¿Ves la rama que debes aferrar, Obring?» Y Obring respondía afirmativamente, con una inclinación de la cabeza: Puedo verla, puedo aferraría, Vas, porque soy un hombre. Vaya broma. Vaya broma a costa de Obring, tan patéticamente orgulloso de estar incluido en este gran plan. Cómo lloraré cuando bajemos para recobrar los cuerpos. Cómo llorarán los demás por mí mientras abrazo a mi hijita, hablándole de su madre perdida, diciéndole que ahora es huérfana. Huérfana, pero con el nombre del padre. Y la criaré de tal modo que no quede en ella el menor rastro de esa madre traidora. Será una mujer de honor que nunca traicionará a un buen hombre que le habría perdonado todo, menos que entregara su cuerpo al esposo de su propia hermana, ese advenedizo despreciable y viscoso. Le dejaste vaciar en ti su tacita de hojalata, mi querida Sevet, y pagarás por ello.
—Aquí está el lugar donde Nafai y yo intentamos cruzar —susurró—. ¿Veis el cruce en esa roca que brilla a la luz de la luna?
Obring cabeceó.
—Pero el verdadero camino está en el reborde que le salvó la vida —dijo Vas—. Hay un lugar difícil, una caída de dos metros, pero luego es fácil desplazarse por la ladera del peñasco, y luego llegaremos a la parte fácil, la que desciende a la playa.
Dejaron atrás el lugar donde Vas había observado en silencio la lucha de Nafai. Cuando resultó evidente que Nafai lograría trepar a pesar de todo, había respondido a su llamada y había ido a ayudarle. Ahora les ayudaría a bajar al reborde. Sólo que no bajaría para acompañarlos. En cambio, patearía a Obring en la cabeza y lo empujaría al vacío. Entonces Sevet comprendería. Sevet sabría por qué la había llevado ahí. Y por fin le suplicaría perdón. Rogaría, gemiría, lloraría.
Y él respondería cogiendo la piedra más pesada que encontrara y se la arrojaría, obligándola a correr a lo largo del saliente. La guiaría hasta el lugar angosto, y seguiría arrojando piedras hasta que ella tropezara o perdiera el equilibrio. Sevet caería y gritaría, y él oiría el grito y lo guardaría para siempre en su corazón.
Luego bajaría por el verdadero sendero hasta el fondo, y encontraría sus cuerpos destrozados en el lugar donde había caído el pulsador. Si uno de ellos aún estaba con vida, nada le costaría desnucarlo. Nadie se sorprendería de descubrir que se habían desnucado al caer. Pero dudaba que sobrevivieran. Era una larga caída, y el pulsador se había hecho trizas. El idiota de Nafai también se habría hecho trizas si no se hubiera aferrado de ese invisible saliente. En fin, Nafai era sólo un fastidio. No le importaba mucho que él sobreviviera mientras los pulsadores estuvieran destruidos y tuvieran que regresar a la civilización. Y ahora, antes de regresar, contaba con la oportunidad de vengarse sin que sospecharan de él. «Deben haber oído que yo los seguía, porque iban con demasiada prisa, considerando que era de noche.
Y entonces vi que enfilaban hacia ese saliente. Sabía que era peligrosa, y los llamé, pero creo que no entendieron que yo trataba de advertirles. O tal vez no les importó. ¡Dios sabe cuánto la amaba! ¡La madre de mi hija!» Incluso derramaré una lágrima por ambos, y me creerán. ¿Qué remedio les queda? Todos saben que hace tiempo que perdoné y olvidé su adulterio.