No soy un hombre muy exigente. No espero que los demás sean perfectos. Soy tolerante y cumplo con mi parte. Pero cuando alguien me trata como un gusano, como si yo no existiera, como si yo no importara, entonces no olvido, no, jamás olvido, nunca perdono, simplemente espero el momento oportuno, y entonces entienden que sí importo, y que despreciarme fue el peor error que pudieron cometer. En eso pensará Sevet cuando las piedras la golpeen y no encuentre dónde ocultarse, salvo el vacío donde caerá: Si hubiera sido fiel, ahora viviría para criar a mi hija.
—Por aquí —dijo Vas—. Aquí está el lugar donde tenemos que descender al saliente inferior.
Sevet estaba asustada, y Obring adoptó una máscara de valentía pero mostraba su miedo tanto como si se hubiera orinado encima y se hubiera puesto a lloriquear. Algo que haría muy pronto.
—No hay problema —dijo.
—Sevet primera —dijo Vas.
—¿Por qué yo? —dijo ella.
—Porque entre los dos podremos ayudarte a bajar mejor —dijo Vas. Y sobre todo porque así podré patear a Obring en la cabeza en cuanto lo haya bajado a él, y tú ya estarás atrapada en la saliente, viendo todo pero sin poder hacer nada.
Todo saldría bien. Sevet se acuclilló en el borde, disponiéndose a girar para descender. Y entonces se oyó otra voz, una voz inesperada y terrible.
—El Alma Suprema te prohíbe que bajes, Sevet.
Todos se volvieron y la vieron. Resplandecía en el claro de luna, y su túnica blanca flameaba en el viento, que soplaba con más fuerza donde ella estaba.
¿Cómo lo supo?, se preguntó Vas. ¿Cómo supo que debía venir aquí? Creí que el Alma Suprema aceptaría esto… simple justicia. Si el Alma Suprema no quería que Obring y Sevet pagaran su traición, ¿por qué no lo había detenido antes? ¿Por qué ahora, cuando estaba tan cerca? No, no permitiría que lo detuvieran. Era demasiado tarde. Habría tres cadáveres al pie del peñasco, en vez de dos. Y en vez de regresar montaña arriba, cogería tres cantimploras de agua y se dirigiría hacia Dorova. Llegaría allá y se largaría de nuevo antes que llegara cualquier acusación. Y terminaría en Seggidugu o Potokgavan, donde negaría todo. No habría testigos, y ninguna de esas personas tendría influencia, de cualquier modo. Perdería a su hija, pero eso sería un justo castigo por la muerte de Luet. Todo quedaría en tablas. No tendría ninguna deuda de venganza con el universo, y el universo no tendría ninguna deuda de venganza con él. Todo quedaría equilibrado, saldado.
—Tú me conoces, Sevet —dijo Luet—. Te hablo como vidente. Si bajas de allí, nunca más verás a tu hija, y a los ojos del Alma Suprema no hay mayor crimen que el de una madre que abandona a su hija.
—¿Como hizo tu madre con Hushidh y contigo? —dijo Vas—. Ahórranos tus mentiras sobre los crímenes y el Alma Suprema. El Alma Suprema es un ordenador instalado por un antepasado lejano para vigilarnos, y nada más… tu propio esposo lo dice, ¿o no? Mi esposa no es supersticiosa y no te creerá.
No, no, no tendría que haber hablado tanto. Tendría que haber actuado. Tendría que haber dado tres pasos para empujar a esa niña frágil. Luet no podría resistirse. Una vez que la hubiera matado, los demás obedecerían más pronto y continuarían la marcha. Hacia la ciudad, creerían. Discutir con ella era estúpido. Vas estaba actuando estúpidamente.
—El Alma Suprema os escogió a los tres para formar parte de su expedición —dijo Luet—. Ahora os digo que si bajáis allí, ninguno de vosotros vivirá para ver la luz del día.
—¿Profecía? —dijo Vas—. No sabía que era uno de tus muchos dones. —Mátala ahora, gritó por dentro, pero su cuerpo no le obedecía.
—El Alma Suprema me ha dicho que Nafai ha fabricado su arco y sus flechas, que vuelan raudas y certeras. Esta expedición continuará, y vosotros con ella. Si regresáis ahora, vuestras hijas nunca sabrán que una vez las abandonasteis. El Alma Suprema cumplirá con sus promesas, y heredaréis una tierra de abundancia, y vuestros hijos serán una gran nación.
—¿Cuándo hubo promesas para mí? —dijo Obring—. Para los hijos de Volemak, sí, pero no para mí. Para mí no hay más que órdenes y gritos porque no hago las cosas a gusto del rey Elemak.
—Deja de lloriquear —dijo Vas—. ¿No ves que trata de embaucarnos?
—El Alma Suprema me envió a este lugar para salvar vuestra vida —dijo Luet.
—Pamplinas —dijo Vas—. Y tú lo sabes. Mi vida no ha peligrado un solo instante.
—Y yo te digo, Vas, que si hubieras llevado a cabo tu plan, tu vida no habría durado cinco minutos más.
—¿Y cómo sucedería ese milagro? —preguntó Vas. Entonces oyó a sus espaldas la voz de Elemak, y supo que lo había perdido todo.
—Yo te habría matado —dijo Elemak—. Con mis propias manos.
Vas giró sobre sus talones, colérico. Esta vez no pudo contener la rabia. ¿Por qué contenerla? Ya podía darse por muerto, con Elemak allí. ¿Por qué no demostrar su desprecio abiertamente?
—¿Conque sí, eh? —gritó—. ¿Crees que puedes vencerme? ¡Nunca has podido vencerme! ¡He burlado tus propósitos a cada paso! Y nunca lo supiste, nunca lo sospechaste. Idiota, te pavoneas y alardeas de que sólo tú sabes guiar nuestra caravana… sólo yo logré lo que tú no pudiste, obligarnos a regresar.
—¿Regresar? No fuiste tú quien… —Elemak hizo una pausa, y Vas notó que comprendía. Ahora Elya sabía quién había destruido los pulsadores—. Sí, como el cobarde escurridizo que eres, nos pusiste a todos en peligro, hiciste peligrar a mi esposa y a mi hijo, y no te pillamos porque jamás se nos habría ocurrido que uno de nosotros pudiera ser tan ruin y repulsivo como para…
—Ya basta —dijo Luet—. No habléis más, o habrá acusaciones que deberán encararse abiertamente, cuando todavía se pueden manejar en silencio.
Vas comprendió de inmediato. Luet no quería que Elemak dijera sin rodeos que Vas había destruido los pulsadores, y menos frente a Obring y Sevet, o tendría que haber un castigo. Y ella no quería que lo castigaran. No quería que lo mataran. Luet era la vidente de las aguas, hablaba en nombre del Alma Suprema, y eso significaba que el Alma Suprema quería que él viviera.
(Así es.)
El pensamiento fue tan nítido como un voz dentro de su cabeza.
(Quiero que vivas. Quiero que Luet viva. Quiero que Sevet y Obring vivan. No me obligues a escoger quién de vosotros debe morir.)
—Subid la cuesta —dijo Elemak—. Los tres.
—No quiero regresar —dijo Obring—. Aquí no hay nada para mí. Mi lugar está en la ciudad.
—Si —dijo Elemak—, en una ciudad donde la pereza, la inutilidad, la cobardía y la estupidez se puedan ocultar detrás de ropas finas y un par de bromas, donde la gente crea que realmente eres un hombre. Pero no te preocupes, habrá tiempo de sobra para eso. Cuando Nafai fracase y regresemos a la ciudad…
—Pero ella dice que Nafai ha fabricado el arco —dijo Obring.
Elemak miró a Luet y en sus ojos creyó ver una confirmación.
—Fabricar un arco no es lo mismo que saber usarlo —dijo—. Si él trae carne al campamento, entonces sabré que el Alma Suprema lo acompaña de veras, y que es más poderoso de lo que yo pensaba. Pero no sucederá así, vidente de las aguas. Tu esposo pondrá empeño, pero fracasará, no por falta de habilidad sino porque es imposible. Y cuando él fracase, viraremos hacia el norte y regresaremos a la ciudad. No era preciso que hicieras esto.
Vas escuchó y comprendió el verdadero mensaje. Al margen de que Elemak creyera o no en el fracaso de Nafai, hablaba de tal modo que Sevet y Obring pensarían que aquí sólo se había producido un intento de fuga a la ciudad. No se proponía decirles que Vas tenía la intención de matarlos.