O quizá no lo sabía. Quizá Luet no lo sabía.
Quizá, cuando decía que los tres perecerían si continuaban su descenso, quería decir que los mataría para impedir su fuga. Tal vez aún fuera un secreto.
—Regresad por donde vinisteis —dijo Elemak—. Convenid en ello, y no habrá castigos. Aún falta para el amanecer, y no es preciso que nadie se entere de lo sucedido aparte de nosotros cinco.
—Sí —dijo Obring—. Eso haré. Lo lamento, gracias.
Es tan débil, pensó Vas.
Obring pasó junto a Elemak y echó a andar cuesta arriba. Sevet lo siguió en silencio.
—Vamos, Luet —dijo Elemak—. Esta noche has hecho un buen trabajo aquí. No me molestaré en preguntar a la vidente de las aguas cómo supo que debía estar aquí antes que ellos. Sólo diré que si no los hubieras demorado, se habrían producido muertes esta noche.
Vas se preguntó si los otros aún podrían oírles. ¿O Elemak sólo hablaba de las muertes que él mismo habría causado, dando a entender que los habría alcanzado y castigado por tratar de escapar?
Luet siguió a los demás montaña arriba. Vas y Elemak quedaron solos.
—¿Cuál era tu plan? —preguntó Elemak—. ¿Empujarlos cuando bajaran al saliente? Conque lo sabía.
—Si le hubieras causado daño a cualquiera de ambos, te habría destrozado.
—¿De veras? —preguntó Vas.
Elemak le aferró la garganta, aplastándolo contra la pared de roca. Vas cogió el brazo de Elemak, y luego la mano, tratando de apartarle los dedos. No podía respirar, y le dolía. Elemak no sólo fingía, no sólo hacía alarde de su fuerza, sino que se proponía matarle, y Vas sintió pánico. Cuando estaba por arañar los ojos de Elemak —cualquier cosa con tal de zafarse—, su rival le estrujó los genitales con la otra mano. El dolor era indescriptible, pero no podía gritar ni jadear porque tenía cerrado el gaznate. Tuvo una arcada, y la bilis estomacal se abrió paso por su cerrada garganta; sintió el sabor en la boca. Esto es la muerte, pensó.
Elemak estrujó una vez más la garganta y los testículos de Vas, como para demostrarle que aún no había utilizado toda su fuerza, y lo soltó.
Vas jadeó y gimió. Los genitales le palpitaban de dolor, la garganta le ardía mientras aspiraba el aire entrecortadamente.
—No hice esto frente a los demás porque quiero que seas útil —dijo Elemak—. No quiero maltratarte ni humillarte frente a los demás, pero quiero que recuerdes esto. Cuando empieces a tramar tu próximo asesinato, recuerda que Luet te está observando, que el Alma Suprema te está observando y, sobre todo, que yo te estoy observando. A partir de hoy no te quitaré los ojos de encima, amigo Vasya. Si veo el menor indicio de que planeas nuevos actos de sabotaje u homicidio, no esperaré a ver qué sucede. Te sorprenderé en medio de la noche y te romperé el cuello. Sabes que puedo hacerlo. Sabes que no puedes detenerme. Mientras yo viva, no tomarás venganza contra Sevet ni Obring. Ni contra mí. No te pediré un juramento, porque tu palabra es orina de tu boca. Sólo espero que obedezcas, porque eres un cobarde escurridizo que está aterrado de dolor, y nunca más te levantarás contra mí porque recordarás cómo te sientes ahora, en este momento.
Vas oyó todo esto y supo que Elemak tenía razón, que nunca se alzaría contra él, porque no soportaría sentir de nuevo el miedo y el dolor que acababa de padecer, que aún padecía.
Pero te odiaré, Elemak. Y algún día, algún día, cuando estés viejo, débil e indefenso, ajustaré cuentas contigo. Mataré a Sevet y Obring y no podrás detenerme. Ni siquiera te enterarás de que lo hice. Y un día iré a verte y diré: Lo hice a pesar de ti. Y te enfurecerás conmigo y yo me echaré a reír, porque estarás indefenso, y en tu indefensión te haré sentir lo que me hiciste sentir, el dolor, el miedo, el pánico de no poder respirar ni siquiera para gritar de dolor. Ya lo creo que lo sentirás. Y mientras agonizas, te contaré el resto de mi venganza: que mataré a todos tus hijos, y a tu esposa, y a todos los seres que amas, y no podrás detenerme. Entonces morirás, y sólo entonces quedaré satisfecho, sabiendo que sufriste la muerte más horrenda que pueda imaginarse.
Pero no hay prisa, Elemak. Soñaré con esto todas las noches. Nunca olvidaré. Tú olvidarás. Hasta el día en que te haga recordar, no importa cuántos años pasen.
Cuando Vas pudo caminar, Elemak lo obligó a levantarse y lo llevó a empellones al sendero que conducía al campamento.
Al alba todos estaban en su lugar, y sólo los participantes conocían la escena que se había desarrollado bajo el claro de luna, montaña abajo.
Apenas había despuntado el sol cuando Nafai llegó caminando por el prado. Luet estaba despierta —con gran esfuerzo— alimentando a Chveya mientras Zdorab repartía galletas empapadas en un líquido azucarado para el desayuno. Le vio correr hacia ellos con la primera luz del sol en el cabello. Recordó cómo lo había visto en su extraño sueño, chispeando con la luz de su invisible armadura de metal. Se preguntó qué significaba eso. Y se dijo que no tenía importancia.
—¿Por qué has regresado? —exclamó Issib, quien sostenía a Dalia sobre las rodillas mientras Hushidh orinaba o hacía cualquier otra cosa.
Por respuesta, Nafai alzó el arco en una mano, cinco flechas en la otra.
Luet se levantó de un brinco y corrió hacia él sin soltar a la niña, aunque Chveya perdió contacto con el pezón y se puso a protestar ante esos barquinazos que le impedían comer. Luet no prestó atención a los berridos del bebé. Besó a su esposo, lo aferró con la mano libre.
—Tienes el arco —dijo.
—¿Qué es un arco? —dijo Nafai—. El Alma Suprema me enseñó a fabricarlo. Yo no tuve que poner mi habilidad. Pero lo que tú has logrado…
—¿Entonces lo sabes?
—El Alma Suprema me lo mostró en su sueño. Desperté cuando terminó, y regresé de inmediato.
—Conque sabes que no diremos nada sobre ello.
—Sí —dijo—. Salvo entre nosotros. Salvo para que yo pueda decirte que eres una mujer magnífica, la persona más fuerte y valerosa que conozco.
Le encantaba que él dijera esas palabras, aunque sabía que no eran ciertas. No se había sentido valiente, sino aterrada de que Vas la matara junto con los demás. Había sentido tanto alivio al ver a Elemak que casi rompió a llorar. Pronto le contaría todo eso. Pero por ahora le agradaba oír esas palabras afectuosas y halagadoras, y sentir el brazo de Nafai en torno mientras caminaban juntos hacia el campamento.
—Veo que tienes el arco, pero no carne —dijo Issib cuando se acercaron.
—¿Entonces has desistido? —preguntó Mebbekew, esperanzado.
—Tengo tiempo hasta el ocaso —dijo Nafai.
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó Elemak.
Todos habían salido de las tiendas, y se reunían para mirar.
—Vine porque tener el arco no es nada. El Alma Suprema pudo enseñarle eso a cualquiera de nosotros. Ahora necesito que Padre me diga dónde encontrar presas.
Volemak se sorprendió.
—¿Y cómo he de saberlo, Nyef? No soy cazador.
—Tengo que saber dónde hay presas tan mansas que me permitan acercarme mucho —dijo Nafai—. Y dónde son tan abundantes como para encontrar más cuando yerre en mis primeros intentos.
—Pues llévate a Vas como rastreador —dijo Volemak.
—No —intervino Elemak—. No, Nafai tiene razón. Esta mañana ni Vas ni Obring lo acompañarán como rastreadores.
Luet sabía muy bien por qué Elemak insistía en eso, pero Volemak aún estaba estupefacto.
—Pues que Elemak te diga dónde conseguir esas presas.
—Elemak no conoce esta comarca mejor que yo —dijo Nafai.