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—Y yo no la conozco en absoluto —dijo Volemak.

—No obstante, sólo cazaré donde tú digas —dijo Nafai—. Es demasiado importante para dejarlo al azar. Todo depende de esto, Padre. Dime dónde cazar, o no tendré esperanzas.

Volemak miró a su hijo en silencio. Luet no entendía por qué Nafai hacía esto. Nunca había necesitado que Volemak le indicara dónde buscar animales. Pero intuía que era muy importante, que por algún motivo el éxito de la expedición dependía de que fuera Volemak quien decidiera dónde realizar la cacería.

—Consultaré el índice —dijo Volemak.

—Gracias, Padre —dijo Nafai, y lo siguió a la tienda.

Luet miró a los demás. ¿Cómo interpretarían esto? Su mirada se cruzó con la de Elemak. Él sonrió ambiguamente. Luet también sonrió, sin saber qué pensaba Elemak de la situación.

Fue Hushidh quien se la aclaró.

—Tu esposo es listo —susurró. Luet se volvió sorprendida, pues no había notado que Hushidh se le acercaba.

—Cuando regresó con el arco y las flechas, debilitó a Volemak. Lo debilitó ayer, de hecho, cuando insistió en continuar con la expedición. Todos los vínculos que unían a este grupo se aflojaron ayer. Lo noté al levantarme esta mañana, una fractura. El borde del caos. Y algo peor, entre Vas y Elemak… un odio espantoso que no entiendo. Pero Nafai acaba de devolverle la autoridad a su padre. Se la pudo haber arrebatado, y nos habría dividido, pero no lo hizo… se la devolvió, y veo que pronto se restablecerán nuestras viejas estructuras.

—A veces, Shuya, preferiría tener tu don en vez del mío.

—A veces el mío es más práctico y cómodo —dijo Hushidh—. Pero tú eres la vidente de las aguas.

Como Chveya le succionaba el pecho con ruidos obscenos, ávida de obtener la mayor cantidad posible antes que Luet echara a correr de nuevo, Luet no pudo tomar muy en serio su noble vocación. Respondió a Hushidh con una carcajada. Muchos que no habían oído sus cuchicheos oyeron sus risas, y se volvieron para mirarla. Parecían preguntarse qué era tan divertido en semejante mañana, cuando el destino de todos estaba en juego.

Nafai y Volemak salieron de la tienda. Volemak había recobrado el aplomo. Ahora estaba indudablemente al mando; abrazó a su hijo, señaló el sureste y dijo:

—Allá encontrarás animales, Nafai. Regresa pronto y permitiré que se cocine la carne. Que los moradores de Dorova se pregunten por qué hay una voluta de humo en la otra margen de la bahía. Cuando acudan a investigar, habremos reanudado la marcha hacia el sur.

Luet supo que muchos oían esas confiadas palabras con más angustia que esperanza, pero esa añoranza por la ciudad era una flaqueza, no un motivo de orgullo, no un deseo que debiera satisfacerse. El sabotaje de Vas habría podido obligarlos a regresar, pero sus vidas habrían perdido sentido, al menos comparadas con lo que lograrían cuando Nafai triunfara.

Si triunfaba.

Entonces Elemak le habló a Nafai.

—¿Sabes disparar esa cosa? —preguntó.

—No sé. Aún no lo he intentado. Anoche estaba demasiado oscuro. Sé que puedo disparar a gran distancia. Aún no he desarrollado bien los músculos apropiados para estirar el arco. —Sonrió—. Tendré que encontrar un animal muy estúpido, muy lento, o sordo, o ciego, o que esté a contraviento.

Nadie rió. En cambio, lo siguieron con la mirada mientras Nafai emprendía la marcha hacia el lugar que había señalado su padre.

Fue una mañana tensa en el campamento. No era la tensión de las riñas apenas contenidas —algo que ya habían experimentado con frecuencia— sino la tensión de la espera. No había nada que hacer, salvo atender a los pequeños y preguntarse si Nafai, a pesar de todo, podría conseguir carne con su arco y sus flechas. La única excepción a esa atmósfera de sombrío nerviosismo eran Shedemei y Zdorab. No porque estuvieran eufóricos. Actuaban con la discreción de costumbre, pero Luet notó que parecían más… más conscientes de su mutua presencia. No dejaban de mirarse, como si compartieran un secreto.

Luet sólo comprendió a media mañana, cuando Shedemei abrazaba a la desnuda Chveya mientras ella lavaba la segunda bata y los pañales que su hija había ensuciado esa mañana.

Shedemei no podía contener la risa mientras jugaba con Chveya, y Luet comprendió que ese inesperado buen humor sin duda era porque Shedemei estaba encinta. Después de tanto tiempo, cuando todos habían llegado a la conclusión de que era estéril, Shedya tendría un bebé.

Y, Luet, siendo como era, no vaciló en hacer la pregunta sin rodeos. A fin de cuentas, estaban a solas, y ninguna mujer ocultaba secretos a la vidente, si ella quería saberlos.

—No —dijo Shedemei, sobresaltada—. Es decir… tal vez, ¿pero cómo saberlo tan pronto?

Sólo entonces Luet comprendió: Shedemei no había quedado encinta hasta ahora porque ella y Zdorab no tenían relaciones sexuales. Debían de haberse casado por conveniencia, para compartir una tienda. Siempre habían sido amigos, y ahora eran tan conscientes de su mutua presencia, y Shedemei era tan feliz, porque anoche debían haber consumado el matrimonio.

—Felicitaciones, de todos modos —dijo Luet. Shedemei se sonrojó y miró a la niña, haciéndole cosquillas.

—Tal vez sea pronto. Algunas mujeres conciben enseguida. Creo que yo concebí.

—No se lo cuentes a nadie —dijo Shedemei.

—Hushidh sabrá que algo ha cambiado —dijo Luet.

—Pues que lo sepa ella, pero nadie más.

—Lo prometo —dijo Luet.

Pero en la sonrisa de Shedemei había algo que le decía que, aunque Luet sabía parte del secreto, aún quedaban detalles sin revelar. No importa, se dijo Luet. No soy de las que tienen que saberlo todo. Lo que sucede entre tú y Zdorab no me concierne, salvo en lo que quieras decirme. No sé qué sucedió, pero sé que te ha hecho más feliz. Te veo más esperanzada que nunca en todo este viaje.

O quizá sea yo quien se siente más esperanzada que nunca, porque esta mañana hemos capeado un peligroso temporal. Y, ante todo, porque Elemak estuvo de parte del Alma Suprema. ¿Qué importa si Vas es un cobarde y un asesino en su corazón? ¿Qué importa si Obring y Sevet estaban dispuestos a abandonar a sus hijos? Si Elemak ya no era enemigo del Alma Suprema, todo podía cambiar.

Nafai regresó antes del mediodía. Nadie le vio llegar porque nadie le esperaba tan temprano. De pronto apareció cerca de las tiendas.

—¡Zdorab! —llamó.

Zdorab salió de la tienda de Volemak, donde él e Issib consultaban el índice.

—Nafai —dijo Zdorab—. Parece que has regresado.

Nafai sostenía el cuerpo desollado de una liebre en una mano, un yobz igualmente desnudo y sangriento en la otra.

—No es mucho, pero Padre dijo que prepararíamos un guisado si yo volvía temprano. Enciende el fuego, Zdorab. Tenemos grasa y proteínas para meternos en el vientre esta noche.

No todos se alegraron de saber que la expedición continuaría, pero todos recibieron con gusto la carne cocida, el sabroso guisado, y el final de la incertidumbre. Volemak desbordaba de alegría cuando cenaron esa noche. Luet se preguntaba si no le resultaría más fácil ceder el manto de la autoridad, entregarlo a uno de sus hijos. Pero no era posible. Por pesada que fuera la carga de la autoridad, era más leve que el peso insoportable de perderla. Mientras comían, notó que Nafai apestaba después del trajín de ese día. No era exactamente un olor nuevo, pues aquí nadie podía atenerse a las pautas de higiene de Basílica, pero era desagradable.

—Hiedes —le susurró, mientras los demás escuchaban a Mebbekew, quien recitaba un antiguo poema obsceno que había aprendido en sus tiempos de actor.

—Admito que necesito un baño —dijo Nafai.

—Esta noche te daré uno —dijo Luet.

—Esperaba que dijeras eso —respondió Nafai—. Cuando te veo bañar a Veya me pongo celoso.