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—Hoy estuviste magnífico —-dijo ella.

—Sólo tallé unas ramas mientras el Alma Suprema me vertía conocimientos en la cabeza. Y luego maté animales demasiado estúpidos para correr.

—Sí, todo eso… magnífico. Y algo más. Lo que hiciste con tu padre.

—Era lo correcto. Nada más. No como lo que hiciste tú. En realidad, eres tú quien merece mimos esta noche.

—Lo sé, pero antes debo bañarte. No tiene gracia que me mime alguien que apesta.

Por toda respuesta, él la abrazó, hundiéndole la nariz en la axila. Ella le hizo cosquillas para liberarse.

Rasa, mirándolos a través del fuego, pensó: Tan niños. Tan jóvenes, tan juguetones. Me alegra que todavía puedan ser así. Algún día, cuando adquieran responsabilidades de adultos, perderán esa cualidad. Será reemplazada por un juego más lento y apacible. Pero por ahora pueden olvidar las cuitas y recordar que es bueno estar vivo. En el desierto o en la ciudad, en una casa o en una tienda, eso es lo que significa la felicidad, a fin de cuentas.

8. ABUNDANCIA

A la mañana siguiente cargaron los camellos y viajaron hacia el sur. Nadie lo mencionaba, pero todos comprendían que estaban poniendo distancia entre ellos y la Bahía de Dorova. Todavía no era fácil abrirse paso por el Valle de los Fuegos, y varias veces tuvieron que desandar camino, aunque ahora Elemak cabalgaba delante, a menudo con Vas, explorando senderos que condujeran a sitios útiles. Por la mañana Volemak le decía lo que había aconsejado el índice, y Elemak marcaba un sendero que conducía a los ascensos y descensos más transitables de meseta en meseta.

Al cabo de unos días encontraron otra fuente de agua potable, y la llamaron Strelay, porque pudieron aprovechar su estancia allí para fabricar flechas. Nafai fue el primero en salir y encontró ejemplares de todas las especies de árboles que el Alma Suprema indicaba como adecuados para fabricar buenos arcos; pronto juntaron gran cantidad de ramas. Con algunas fabricaron arcos enseguida, para practicar y para satisfacer sus necesidades inmediatas de carne; en cuanto al resto, las llevarían consigo, para que la madera se estacionara y conservara su flexibilidad. También fabricaron cientos de flechas, y practicaron tiro al blanco, tanto hombres como mujeres, porque, como dijo Elemak, «puede llegar el momento en que nuestra vida dependa de la destreza de nuestras esposas con el arco».

Aquellos que habían sido buenos tiradores con el pulsador también fueron buenos con el arco, después de cierta práctica, pero el verdadero desafío consistía en estirar la cuerda con firmeza para acertar en blancos distantes. Durante la primera semana todos sufrieron dolores en los brazos, la espalda y los hombros; Kokor, Dol y Rasa pronto desistieron y no volvieron a intentarlo. Sevet y Hushidh, en cambio, se convirtieron en notables arqueras, siempre que usaran arcos más pequeños que los hombres.

Issib tuvo la idea de teñir las astas de un color brillante y llamativo, para que las flechas fueran más fáciles de recobrar.

Luego reanudaron la marcha, de la fuente al fuego, practicando arquería mientras avanzaban. Comenzaron a enorgullecerse de la fuerza de sus brazos. La competencia en arquería entre los hombres se volvió encarnizada; las mujeres notaron que los hombres sólo se interesaban en blancos que estuvieran fuera del alcance de los pequeños arcos de Sevet y Hushidh, pero sólo lo comentaron entre ellas.

—Que se diviertan —dijo Hushidh—. Les resultaría muy humillante ser derrotados por una mujer.

Sin proponérselo, pronto avanzaron en forma paralela a la ruta de las caravanas, y bastante cerca, así que por un tiempo volvieron a la carne cruda. Una mañana Volemak salió de la tienda, sosteniendo el índice, y dijo:

—El Alma Suprema dice que ahora debemos dirigirnos al oeste, hacia las montañas, hasta llegar al mar.

—Déjame adivinar —dijo Obring—. Allí no podremos ver ninguna ciudad.

Nadie le respondió. Y nadie mencionó lo sucedido cerca del Mar del Barranco.

—¿Por qué al oeste? —preguntó Elemak—. Apenas hemos recorrido la mitad del Valle de los Fuegos. La ruta de las caravanas no regresa al mar hasta llegar al Mar de Fuego, al sur de aquí. Yendo hacia el oeste nos desviamos del camino.

—Hay ríos al oeste —dijo Volemak.

—No los hay —dijo Elemak—. Si los hubiera, los caravaneros los habrían encontrado y los aprovecharían. Habría ciudades en la región.

—-No obstante —dijo Volemak—, iremos al oeste. El Alma Suprema dice que necesitaremos acampar largo tiempo una vez más, para sembrar y cosechar.

—¿Por qué? —preguntó Mebbekew—. Estamos avanzando a buen paso. Los niños se encuentran bien. ¿Por qué otro campamento?

—Porque Shedemei está encinta, desde luego —dijo Volemak—, y se pone más delicada con cada día que pasa.

Todos miraron sorprendidos a Shedemei. Ella se sonrojó, y parecía tan sorprendida como los demás.

—Sólo lo sospeché esta mañana —‹lijo—. ¿Cómo sabe el Alma Suprema algo que yo apenas he sospechado ?

Volemak se encogió de hombros.

—Sabe lo que sabe.

—Muy oportuna, Shedya —dijo Elemak—. Las demás mujeres procuran no quedar embarazadas porque están amamantando, pero ahora tenemos que esperar por ti.

Por una vez Zdorab habló enérgicamente.

—Algunas cosas no se pueden planear con precisión, Elya, así que no eches culpa donde no hubo voluntad.

Elemak lo miró con firmeza.

—Nunca lo hago —dijo, pero abandonó la discusión y se dirigió hacia el oeste, trazando un sendero para la caravana.

Este camino se internaba en auténticas montañas volcánicas, con flujos de lava relativamente recientes que todavía no se habían disuelto en el suelo. Issib utilizó el índice para obtener información sobre la zona. Había por los menos cincuenta volcanes activos y latentes en esa cordillera que estaba frente al Mar del Barranco.

—Las últimas erupciones fueron el año pasado —dijo Issib—, pero mucho más al sur.

—Tal vez por eso el Alma Suprema nos conduce hacia el mar por el norte —dijo Volemak.

El ascenso fue difícil, pero mucho más difícil fue el descenso del otro lado de la cordillera. El declive era más empinado y había más vegetación. La ladera de la montaña era casi una jungla.

—Los vientos invernales vienen del mar —dijo Issib—, y hay tormentas casi todos los días en verano. Las montañas detienen las nubes, las obligan a ascender a la atmósfera más fría, y le arrancan la humedad que contienen. De modo que nos encontramos con un bosque pluvial. A orillas del mar no habrá tanta humedad.

Se estaban habituando a que Issib fuera el encargado de explorar el índice; durante los días de viaje, era el único que no tenía otros deberes, y llevaba el índice consigo. Zdorab le había mostrado tantos trucos y atajos que ya era casi tan diestro como el bibliotecario. Y nadie desdeñaba el valor de la información que aportaba Issib, porque era lo único que él podía aportar.

Atravesaban un pasaje difícil en un exuberante desfiladero cuando un violento temblor de tierra tumbó a dos camellos y provocó confusión entre los demás.

—¡Fuera del desfiladero! —exclamó Issib.

—¿Fuera? ¿Cómo? —respondió Volemak.

—¡Por dónde podamos! —gritó Issib—. El índice dice que este terremoto abrió una rajadura en un lago de lo alto de las montañas. Las aguas barrerán el desfiladero.

Era un pésimo momento para una emergencia. Elemak y Vas iban muy adelante, marcando un sendero, y Nafai y Obring estaban cazando en lo alto de la montaña. Pero Volemak había viajado mucho más que Elemak, y tenía sus propios recursos. Inspeccionó rápidamente las paredes del desfiladero y escogió un pedregal que conducía a una angostura lateral que tal vez condujera a la cima.