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—No —dijo Meb.

—Por favor —dijo Zdorab—. Cada paso que avance a pie será un modo de honrar a mi valeroso amigo.

—Cógelas —susurró Volemak. Meb cogió las riendas.

—Gracias —le dijo a Zdorab—. Pero hoy no hubo cobardes.

Zdorab lo abrazó, y fue a ayudar a Shedemei para subir a las mujeres con niños a los camellos.

En verdad, ni Zdorab ni Meb ni Volemak cabalgaron mucho ese día. Se pasaron casi todo el tiempo a pie, patrullando la caravana, cerciorándose de que los camellos no se desviaran hacia el espeso y traicionero lodo del centro del desfiladero. Temían que un camello se hundiera de cabeza. Era un camino resbaloso, viscoso e inseguro, pero a paso lento pronto llegaron al extremo del desfiladero, donde desembocaba en un ancho río.

Aquí también se habían producido muchos daños, pues el otro lado del valle del río era un fárrago de lodo y piedras, con árboles derribados, suelo desnudo y rocas expuestas. Y mientras seguían río abajo, vieron que ambas orillas estaban deshechas. Irónicamente, como la fuerza de la inundación había sido menor aquí, les resultó más fácil sortear los destrozos que había dejado.

—¡Por aquí!

Era Elemak, con Vas a la zaga. Los dos iban a pie, pero los camellos los seguían a poca distancia. Estaban en terreno más alto. Habría que subir una cuesta empinada para llegar a ellos, pero era practicable.

—¡Hay un sendero aquí, en el terreno alto! —dijo Elemak.

Poco después se habían reunido en el comienzo del sendero, que atravesaba un bosque. Mientras maridos y mujeres se abrazaban, Issib notó que el bosque era mucho menos tupido que montaña arriba.

—Debemos estar cerca del nivel del mar —dijo.

—El río tuerce bruscamente al oeste por allá —dijo Vas, abrazando a Sevet, sosteniendo a su hija—. Y desde allá se ve el Mar del Barranco. Entre este río y el del sur hay una pradera con pocos árboles. Un terreno más alto, gracias al Alma Suprema. Sentimos los temblores, pero cuando pasaron no les dimos importancia. Sólo nos preocupó que fuera más serio donde estabais vosotros. De pronto Elya insistió en que buscáramos un terreno más alto para echar un vistazo a la zona, y justo cuando llegamos allí oímos un inmenso rugido y el río enloqueció. Temíamos ver pasar los camellos flotando, con vosotros encima.

—Issib recibió una advertencia del índice —dijo Volemak.

—Fue una suerte que no estuviéramos todos juntos —dijo Issib—. Cuatro camellos más, y los habríamos perdido. Meb perdió su montura… pues se dedicó a salvar a los animales de carga.

—Contaremos nuestras historias cuando acampemos esta noche —dijo Elemak—. Podemos llegar a la pradera antes del anochecer. Hay poca luna, así que conviene instalar las tiendas antes de que oscurezca.

Esa noche permanecieron hasta tarde en torno del fuego, en parte porque esperaban a que se cocinara la cena, en parte porque estaban demasiado alborotados para dormir, y en parte porque conservaban la esperanza de que Nafai y Obring encontraran el campamento esa noche. Fue entonces cuando contaron las historias. Y cuando Hushidh se despidió de Luet en la tienda donde ella dormiría sola con la niña, dijo:

—Ojalá pudieras ver lo que yo veo, Luet. Esa inundación logró algo casi imposible. Los vínculos que nos unen son mucho más fuertes. Y Meb… ahora es hombre de honor…

—Un agradable cambio.

—Sólo espero que no se pavonee demasiado —dijo Hushidh—, o lo echará a perder.

—Tal vez esté madurando —dijo Luet.

—O tal vez necesitaba las circunstancias apropiadas para descubrir lo mejor de sí mismo. No vaciló, dice Issya. Sólo desmontó y arriesgó la vida para llevar a Issib a un lugar seguro.

—Y Zdorab cogió el índice, y luego nos condujo hacia abajo…

—Lo sé, no digo que Meb haya sido el único. Pero ya sabes cómo es Zdorab. Ese gesto de darle su montura a Meb fue muy generoso, y contribuyó a unirnos, pero también tuvo el efecto de borrar el recuerdo de su propia valentía. Todos pensábamos en Mebbekew.

—Bien, tal vez Zdorab lo prefiera así —dijo Luet.

—Pero nosotras no olvidaremos —dijo Hushidh.

—No lo creo —dijo Luet—. Ahora ve a acostarte. A las niñas no les importará si esta noche dormimos poco… tendrán hambre puntualmente por la mañana.

Nafai y Obring regresaron pocas horas después del alba. Habían estado lejos de la inundación, pero se encontraban del otro lado, así que habían tenido que encontrar un vado para cruzar el desfiladero o el río. Terminaron arrastrando los camellos corriente arriba en el desfiladero, efectuando un largo desvío para evitar la parte más devastada, y luego, con la marea baja, cruzaron el río por marismas y bancos de arena, cerca del mar.

—Los camellos se resisten cada vez más a cruzar el agua —dijo Nafai.

—Pero trajimos dos venados —dijo Obring con satisfacción.

Con todos reunidos, Volemak dio un discurso estableciendo ese sitio como campamento.

—Llamaremos Oykib al río del norte, por el primer varón nacido en esta expedición, y Protschnu al río del sur, por el primer varón de la siguiente generación.

Rasa se ofuscó.

—¿Por qué no llamarlos Dza y Chveya, por las dos primeras niñas nacidas en este viaje? Volemak la miró con mal ceño.

—Pues será mejor que abandonemos este lugar antes que los niños tengan edad suficiente para saber que los has honrado sólo porque tenían pene.

—Si sólo hubiéramos tenidos dos niñas, y dos ríos, Padre les había puesto sus nombres —dijo Issib conciliatoriamente.

Pero sabían que no era verdad. Durante varias semanas Rasa insistió en llamarlos Río Norte y Río Sur, pero Volemak se atuvo a su decisión de llamarlos Oykib y Protchnu. Pero como los hombres eran los que más viajaban, y en consecuencia cruzaban los ríos con más frecuencia, y pescaban en ellos, y debían comentar los episodios sucedidos a lo largo de los ríos, Oykib y Protchnu fueron los nombres que perduraron. Luet notó que Rasa jamás usaba los nombres que había puesto Volemak, y se ponía de mal humor cuando otros los usaban.

Nafai y Luet comentaron el asunto sólo una vez. Nafai no estaba de acuerdo con Rasa.

—A ella no le importaba cuando las mujeres tomaban todas las decisiones en Basílica, y los nombres ni siquiera podían mirar los lagos.

—Era el lugar sagrado de las mujeres. El único lugar así en todo el mundo.

—¿Qué importa? —dijo Nafai—. Es sólo un par de nombres para un par de ríos. Cuando nos marchemos de aquí, nadie recordará qué nombres les pusimos.

—¿Entonces por qué no Río Norte y Río Sur?

—Sólo es un problema porque Madre lo convirtió en tal —dijo Nafai—. Que no sea un problema entre nosotros.

—Sólo quiero saber por qué tú lo aceptas. Nafai suspiró.

—Piensa por un momento qué significaría si yo los llamara Río Norte y Río Sur. Qué significaría para Padre. Y los otros hombres. Entonces sería causa de división. No necesito más cosas que me separen de los demás.

Luet reflexionó.

—De acuerdo —dijo—. Lo entiendo. Y tras reflexionar un poco más, añadió:

—Pero no te pareció mal poner a los ríos el nombre de los niños varones hasta que Madre lo señaló, ¿verdad?

El no respondió.

—De hecho, ni siquiera ahora te parece mal.

—Te amo —dijo Nafai.

—Ésa no es una respuesta.

—Yo creo que sí.

—¿Y si nunca te doy un hijo varón?

—Entonces seguiré haciéndote el amor hasta que tengamos cien hijas mujeres —dijo Nafai.

—En tus sueños —dijo ella de mal modo.

—En los tuyos, querrás decir.

Luet decidió no enfadarse con él por esta causa, y mientras hacían el amor estuvo tan deseosa y apasionada como de costumbre. Pero después, mientras Nafai dormía, caviló. ¿Qué sucedería si los hombres decidían ser tan dominantes en este grupo como las mujeres lo habían sido en Basílica?