La vida fue tan grata en esos años que no hubo uno solo de ellos que en algún instante no deseara que el Alma Suprema los olvidara, y los dejara en la paz y la dicha de Dostatok.
9. PERÍMETRO
A los siete años Chveya comprendía perfectamente cómo funcionaba el mundo. Ahora, a los ocho, ya tenía sus dudas.
Como todos los niños de Dostatok, se había criado entre relaciones familiares puras y sencillas. Por ejemplo, Dalia y sus hermanos menores pertenecían a Hushidh e Issib. Krassya y Nokya y sus hermanos menores pertenecían a Kokor y Obring. Vasaya y sus hermanos pertenecían a Sevet y Vas. Y así sucesivamente. Cada conjunto de niños pertenecía a un padre y una madre.
La única rareza en esta clara imagen del universo, al menos hasta que Chveya cumplió ocho años, eran los abuelos Volemak y Rasa, que no sólo tenían dos hijos propios —los hermanos Okya y Yaya, que bien podían ser mellizos porque, como Vasnya dijo una vez, entre ambos tenían un solo cerebro— sino que eran los padres de los demás padres. Lo sabía porque los adultos no sólo llamaban a la abuela «dama Rasa» o «abuela» sino «Madre», y además su padre, y Elemak, padre de Proya, y Mebbekew, padre de Skiya, llamaban «Padre» al abuelo.
A juicio de Chveya, esto significaba que Volemak y Rasa eran los Padres Primigenios, los que habían dado origen a toda la humanidad. En cierto modo sabía que esto era inexacto, pues Shedemei había explicado en la escuela que había millones de seres humanos viviendo enjugares remotos, y era evidente que los abuelos no habían dado vida a todos ellos. Pero esos lugares eran legendarios. Nunca se veían. El mundo era la bella y segura tierra de Dostatok, y en ese lugar no parecía haber nadie que no viniera del matrimonio de Volemak y Rasa.
Para Chveya, el mundo de los adultos era tan remoto como para satisfacer toda su necesidad de extrañeza; no necesitaba soñar con tierras míticas como Basílica, Potokgavan, Gorayni, la Tierra y Armonía, que eran planetas, ciudades y naciones, aunque Chveya nunca había comprendido las reglas para diferenciar una cosa de otra. No, el mundo de Chveya estaba dominado por la continua lucha de poder que Dalia y Proya libraban para gozar de ascendiente entre los niños.
Dalia era la Niña Mayor, lo cual le confería una enorme autoridad de la cual ella abusaba alegremente, explotando a los menores cuando era posible, exigiendo servicios personales y «favores» que recibía sin gratitud. Si los menores no obedecían, los excluía de todos los juegos con sólo insinuar que ella no intervendría en ninguna actividad donde participara «ese chiquillo». La actitud de Dalia hacia las niñas de su edad era parecida, aunque más sutil. No exigía humillantes servicios personales, pero esperaba que todas las niñas acataran ciertas decisiones, y las que se resistían eran cortésmente exiladas. Como Chveya era la Segunda Niña, y sólo tres días menor, no veía motivos para aceptar un papel de obediencia. El resultado era que tenía mucho tiempo libre, pues Dazya no toleraba iguales, y ninguna de las otras niñas tenía agallas para enfrentarse a ella.
Al tiempo que Dalia forjaba su pequeño reino con los niños menores y las niñas mayores, Proya —hijo mayor de Elemak, y Segundo Niño— se había hecho príncipe entre príncipes. Era la única persona que podía ridiculizar a Dalia y reírse de sus reglas, y los demás niños lo apoyaban. Dalia exilaba de inmediato a los niños mayores, pero esto no los afectaba porque sólo les interesaban la aprobación de Proya y los juegos que él presidía. La peor humillación para Dalia era que su propio hermano Xodhya se asociaba con Proya y usaba el poder de Proya como escudo para independizarse del dominio de su hermana mayor. Zhyat, el hermano menor de Chveya, e incluso Motya, que era un año menor que Zhyat y aún no se contaba entre los niños mayores, se juntaba con Proya, pero a ella no le molestaba, pues eso significaba aún más humillación para Dalia.
En tiempos de conflicto Chveya se sumaba a las niñas mayores para lanzar burlas y reproches contra los niños rebeldes, pero en el fondo ansiaba formar parte del reino de Proya, donde se practicaban juegos rudos y maravillosos relacionados con la cacería y la muerte. Chveya se habría prestado a hacer de venado si la hubieran invitado a jugar, dejándose cazar y disparar con esas flechas de punta roma, con tal de no quedar atrapada en el cortejo de Dalia. Pero cuando insinuó este deseo a su hermano Zhyat, él fingió que vomitaba y ella abandonó la idea.
Su mayor envidia era por Okya y Yaya, los dos hijos de los abuelos. Okya era Primer Niño y Yaya era Cuarto Niño. Podrían haber arrebatado a Proya su posición de predominio entre los varones, sobre todo porque los dos hermanos siempre actuaban juntos y podían haber aporreado a los demás hasta someterlos. Pero no se molestaban, y sólo participaban en los juegos de Proya cuando tenían ganas, sin preocuparse por quién estaba a cargo. Pues se consideraban adultos, no niños.
—Pertenecemos a la misma generación que nuestros padres —declaró Yaya una vez, con altanería. Chveya señaló que Yaya era mucho más bajo que ella y tenía un hooy pequeño como el de una ardilla, lo cual hizo reír a los demás niños a pesar de su respeto por Yaya. Yaya, por su parte, la miró con altivo desdén y se marchó, pero pronto Chveya notó que había dejado de orinar frente a los otros varones.
En sus momentos de mayor franqueza, Chveya admitía que a menudo se aislaba de los demás niños porque no podía mantener la boca cerrada. Si veía que alguien era prepotente, injusto o egoísta, lo decía. No importaba que también hablara cuando alguien era noble, bueno o amable, pues los elogios se olvidaban pronto, mientras que las ofensas se recordaban para siempre. Así, Chveya no tenía verdaderos amigos entre los demás niños. Todos estaban demasiado ocupados congraciándose con Dalia o Proya para entregarle a Chveya una verdadera amistad, excepto Okya y Yaya, que eran aún más engreídos en su presunta adultez.
Entonces Chveya cumplió ocho años y vio que nadie prestaba mayor atención a su cumpleaños, salvo sus padres, después de la gran alharaca que se había hecho por el cumpleaños de Dalia, y desesperó de llegar a ser una persona de peso en el mundo. ¿No era suficiente que Dalia diera órdenes a todo el mundo? ¿Por qué los adultos tenían que hacer de su cumpleaños un festival? Padre le explicó que el festival no era por Dza, sino porque su cumpleaños marcaba el inicio de esa generación de niños, ¿pero qué le importaba si los adultos pensaban de ese modo? Lo cierto era que con ese festival habían afianzada el férreo dominio de Dalia, y le habían otorgado un ascendiente provisional sobre Proya mismo, y Okya y Yaya se habían enfurruñado en la fiesta cuando los reprendieron y los juntaron con los demás niños, cosa que les parecía mal porque no se consideraban parte de esa generación. ¿Por qué los adultos habían intervenido tan desconsiderada y destructivamente en la jerarquía de los niños? Como si la vida de los niños no tuviera realidad propia.