Chveya llegó a la profunda conclusión de que el mundo adulto y el mundo de los niños eran idénticos en su funcionamiento, sólo que los niños estaban condenados a ser sometidos por los adultos. Todo comenzó en una conversación con su madre, mientras ella le peinaba el cabello después del baño.
—Cuanto más pequeños son los varones, más repulsivos son —dio Chveya, pensando en Motya, su segundo hermano, que acababa de descubrir cuánto revuelto podía causar metiéndose el dedo en la nariz y limpiándolo en la ropa de sus hermanas, una práctica que Chveya no pensaba tolerar, aunque se lo hiciera a la pequeña Zuya, que no podía defenderse.
—No es necesariamente así —dijo Madre—. Simplemente encuentran otras maneras de ser repulsivos cuando crecen.
Madre lo había dicho simplemente como una broma, pero para Chveya fue un momento de gran iluminación. Trató de imaginarse al padre de Krassya, Obring, escarbándose la nariz y limpiándose los mocos en Madre, y supo que nunca sucedería. Pero tal vez hubiera otras cosas repulsivas, cosas adultas, que Obring podía hacer. Debo vigilarlo y averiguar, pensó Chveya.
No tenía dudas de que Obring era la persona a quien debía vigilar, pues a menudo notaba que Madre se impacientaba cuando Obring hablaba en las reuniones del consejo. No le tenía respeto, y Padre tampoco, aunque él disimulaba mejor. En consecuencia, si algún varón adulto ejemplificaba una conducta repulsiva, sin duda era Obring.
A partir de entonces, Chveya concentraría su atención en los adultos, hasta ver quién era la Dalia de las madres y el Proya de los padres. Entretanto, comenzó a comprender cosas que antes no comprendía. El mundo no era un lugar tan sencillo y claro como había creído hasta ahora.
La revelación más alarmante llegó el día en que habló del matrimonio con sus padres. Recientemente había caído en la cuenta de que con el tiempo todos los niños crecerían y formarían parejas y tendrían hijos y reiniciarían todo el ciclo. Lo comprendió cuando Toya hizo algún comentario indecente sobre lo que Proya quería hacerle a Dalia. Toya lo había mencionado como una calamidad, pero Chveya comprendió que, lejos de ser una calamidad, tal vez fuera una profecía. ¿Acaso Proya y Dalia no serían la pareja perfecta? Proya sería como Elemak, y Dalia le sonreiría con total devoción, tal como Eiadh hacía con Elemak. ¿O Dalia sería como su madre Hushidh, que era más fuerte que su esposo Issib y lo cargaba en brazos y lo bañaba como un bebé? ¿O Proya y Dalia continuarían luchando por la supremacía toda la vida, tratando de poner a sus hijos uno en contra del otro?
Ese pensamiento le indujo a preguntarse con cual de los niños se casaría ella. ¿Sería uno de los niños del primer año, de su propia edad? Eso significaba Proya u Okya, y la sola idea le repugnaba. ¿Y los niños del segundo año? Xodhya, hermano menor de Dalia, Nadya, hermano menor de Proya, o el «adulto» Yaya. ¡Vaya opciones! Y los niños del tercer año tenían la misma edad que su repulsivo hermano Motya. ¿Cómo podía casarse con alguien tan pequeño?
Abordó el tema con sus padres mientras desayunaban una mañana en que Padre no salió a cazar y pudieron comer todos juntos.
—¿Crees que tendré que casarme con Xodhya? —preguntó, pues había decidido que Xodhya era la posibilidad menos repelente.
—Claro que no —dijo Madre, tras titubear un instante.
—De hecho —dijo Padre—, lo prohibiríamos.
—¿Entonces con quién? ¿Okya? ¿Yaya?
—Casi igualmente malo —dijo Padre—. ¿Qué? ¿Estás pensando en formar una familia?
—Claro que está pensando, Nyef —dijo Madre—. Las niñas piensan en esas cosas a su edad.
—Pues bien, que tenga en cuenta que no se casará con un tío y mucho menos aún con un primo cercano por partida doble.
Estas palabras no significaban nada para Chveya, pero insinuaban oscuros misterios. ¿Qué infamia había cometido Xodhya para convertirse en un «primo cercano por partida doble»? Decidió preguntar.
—No es lo que hizo él —dijo Madre—. Es que su madre, Hushidh, es mi hermana plena. Ambas tenemos el mismo padre y la misma madre. E Issib, el padre de Zaxodh, es pleno hermano de tu padre, pues ambos tuvieron el mismo padre y la misma madre, es decir los abuelos. Eso significa que tenéis todos vuestros antepasados en común. Es la relación de sangre más próxima entre todos los niños, y el matrimonio entre vosotros es impensable.
—Si podemos evitarlo —añadió Padre.
—Podemos evitar ése, al menos —dijo Madre—. Y pienso lo mismo de Oykib y Yasai, porque también son hijos de Rasa y Volemak.
Chveya reaccionó con gran calma externa, pero por dentro era un torbellino. Hushidh y Madre eran hermanas, pero no hijas de los abuelos. Y Padre e Issib eran hermanos, como Oykib y Yasai, y eran hermanos plenos porque todos eran hijos de los abuelos. Pero el uso de la palabra «plenos» significaba que había otros que no eran hermanos plenos, y en consecuencia no eran hijos de Volemak y Rasa. ¿Cómo era posible?
—¿Qué ocurre? —preguntó Padre.
—Yo sólo… ¿con quién puedo casarme?
—¿No es un poco prematuro…? —empezó Padre.
Madre intervino.
—Los niños que hoy te repugnan te resultarán mucho más interesantes cuando crezcas. Confía en mi palabra, querida Veya, porque no creerás en esa profecía hasta que se cumpla. Pero cuando llegue ese día maravilloso…
—Ese día espantoso, querrás decir —murmuró Padre.
—… sin duda pondrás tus ojos en Padarok, por ejemplo, porque él no está emparentado con nadie, salvo con su hermanita Dabota y sus padres, Zdorab y Shedemei.
Sólo entonces Chveya notó que Zdorab y Shedemei no eran parientes de los demás, pero recordó que Padarok le había resultado antipático porque llamaba a los abuelos Rasa y Volemak, lo cual era irrespetuoso. Claro, no era irrespetuoso, porque ellos no eran sus abuelos. ¿Todos los demás ya lo habrían comprendido ?
—Además —añadió Padre—, como hay un solo Rokya para hacerse cargo de las nubiles jóvenes de Dostatok…
—¡Nyef! —exclamó Madre.
—… No tendrás más opción que (¿cómo dijiste, mi querida vidente?)… ah sí, poner tus ojos en Protchnu o Nadezhny, porque su madre, Eiadh, no es pariente de nadie más aquí, y su padre, Elemak, es sólo mi medio hermano. Lo mismo ocurre con Umene, cuyo padre, Vas, no es pariente nuestro, y cuya madre, Sevet, es sólo mi media hermana.
Ni pensó en Proya, Nadya y Umya.
—¿Cómo puede Sevet ser sólo tu media hermana? —preguntó Chveya—. ¿Es porque tienes tantos hermanos que no puede ser tu hermana plena?
—Oh, qué pesadilla —dijo Madre—. ¿Tenía que ser esta mañana?
Padre, sin embargo, pasó a explicar que Volemak había estado casado con otras dos mujeres de Basílica, que dieron a luz a Elemak y Mebbekew, y luego se había casado con Rasa, que tuvo a Issib, pero después Rasa «no renovó» el matrimonio y se casó con un hombre llamado Gaballufix, quien también era medio hermano de Elemak porque su madre había sido una de las primeras esposas de Volemak, y con Gaballufix la dama Rasa había tenido a Sevet y Kokor, pero luego no renovó el contrato de Gaballufix y volvió a casarse con Volemak y tuvieron a Nafai, y, más recientemente, a Okya y Yaya.
—¿Entendiste?
Chveya asintió desconcertada. Todo su mundo estaba cabeza abajo. No sólo por la confusión de los parentescos, sino por la idea de que algunas personas no permanecían casadas toda la vida, de que los padres terminaran por casarse con otros y tuvieran hijos para quienes una persona era la madre y la otra un desconocido. Era aterrador, y esa noche tuvo un sueño espantoso donde ratas gigantes entraban en su casa, se llevaban a Padre dormido, y cuando Madre despertaba ni siquiera notaba que se había ido y traía al pequeño Proya —aunque ahora crecido, pues era un sueño— y decía: «He aquí a tu nuevo padre, hasta que las ratas se lo lleven a él.» Despertó sollozando.