—¿Qué soñaste? —preguntó Madre, confortándola—. Cuéntame, Veya, ¿por qué lloras?
Chveya se lo contó.
Madre la llevó a su habitación, despertó a Padre y pidió a Chveya que le contara el sueño también a él. El ni siquiera parecía interesado en el detalle más horrible, que era Proya entrando en su casa para reemplazarlo. Sólo le preguntaba sobre las ratas gigantes. Le pidió una y otra vez que las describiera, aunque ella sólo podía decir que eran ratas y que eran muy grandes y que reían entre dientes felicitándose por su astucia mientras se lo llevaban.
—Es la primera vez en la nueva generación —dijo Padre—. Y no es del Alma Suprema, sino del Guardián.
—Tal vez no signifique nada —dijo Madre—. Tal vez ella oyó mencionar los otros sueños.
Pero cuando le preguntaron si había oído mencionar ratas gigantes antes de este sueño, Chveya no entendió de qué le hablaban. Las únicas ratas que había oído mencionar eran las que procuraban robar comida de los graneros. ¿Otras personas también soñaban con ratas gigantes? Los adultos eran tan raros. No les importaba que una familia se dividiera y que los niños tuvieran medios hermanos y medias hermanas y otras monstruosidades semejantes, pero se interesaban muchísimo en una rata gigante. Padre incluso dijo:
—Si alguna vez vuelves a soñar con ratas gigantes u otros animales extraños, debes contárnoslo de inmediato. Puede ser muy importante.
Sólo cuando Luet la arropaba en la cama, Chveya pudo hacerle la pregunta que la inquietaba:
—Madre, si alguna vez no renuevas el contrato de Padre, ¿quién será nuestro nuevo padre?
La comprensión y la compasión iluminaron el rostro de Madre.
—Oh, Veya, mi pequeña costurera, ¿eso te preocupa? Abandonamos esas leyes cuando abandonamos Basílica. Aquí los matrimonios son permanentes. Hasta la muerte. Padre, pues, siempre será el padre de nuestra familia, y yo siempre seré la madre. Puedes contar con ello.
Más tranquila, Chveya se puso a dormir. Pensó en varias cosas mientras se dormía: qué espantoso debía haber sido vivir en Basílica y no saber con quién se casarían los padres año a año; era como vivir en una casa donde el suelo podía ser el techo al día siguiente. Y también: Soy la primera de la nueva generación que sueña con ratas gigantes, y parece que es maravilloso y debo enorgullecerme de ello y si lo hubiera sabido habría soñado antes con las ratas. Y luego: Rokya es el chico que no tiene parentescos con nadie, así que es el mejor candidato, así que me casaré con él y le mostraré a Dalia quién es la mejor.
Nafai y Luet durmieron poco esa noche. Cada cual se había concentrado en un aspecto diferente del sueño de Chveya. Para Luet, lo importante era que uno de los niños al fin demostrara la aptitud por la cual el Alma Suprema los había seleccionado. Sabía que era vanidoso pensarlo, pero le parecía apropiado que la primogénita de la vidente de las aguas fuera la primera en tener un sueño significativo. No veía el momento de llevar a su hija a las aguas del río para ver si podía sumirse en el sueño que traía los sueños verdaderos, tal como Luet había aprendido a hacer.
Para Nafai, en cambio, lo importante era que después de un silencio tan largo alguien hubiera recibido un mensaje. Y el mensaje, por vago que fuera, y por muy entreverado que estuviera con las inquietudes de una niña, venía del Guardián de la Tierra, con lo cual era más importante que si hubiera venido del Alma Suprema.
A fin de cuentas, conversaban continuamente con el Alma Suprema, por intermedio del índice. El índice sólo les daba acceso, sin embargo, a la memoria del ordenador. No les permitía vislumbrar los planes del Alma Suprema, averiguar qué se proponía hacer ese año o el siguiente. Pues eso esperaban, como siempre: que el Alma Suprema iniciara cosas por medio de sueños o una voz en sus mentes. Después de tantos años en Dostatok, el Alma Suprema no les había enviado ningún sueño, ninguna voz, y el único mensaje del índice, aparte de los datos que había en su memoria, era: Esperad aquí.
Pero el Guardián de la Tierra no estaba sometido a ningún plan del Alma Suprema; enviaba sus sueños a través de los años luz desde la Tierra misma. Era imposible adivinar cuál era su propósito. Los sueños que enviaba se entremezclaban con las preocupaciones del soñante, tal como sucedía con el sueño de Chveya acerca de las ratas. Pero había temas recurrentes. Hushidh también había soñado con ratas hostiles que atacaban a su familia. Esto parecía insinuar que esas grandes ratas constituirían un problema en la Tierra, aunque también estaban los sueños que mostraban a las ratas y los ángeles de la Tierra unidos a los humanos como amigos e iguales. Era difícil de interpretar, pero algo era seguro. Los sueños del Guardián de la Tierra no habían cesado, y era posible que pronto sucediera algo, y quizá comenzara la próxima etapa del viaje.
Pues Nafai se estaba impacientando. Como todos los demás, amaba la vida en Dostatok, pero no podía olvidar que éste no era su destino. Los aguardaba una tarea inconclusa, un viaje por el espacio hasta el planeta donde había nacido la humanidad, el retorno de los humanos al cabo de cuarenta millones de años, y Nafai ansiaba ir. La vida en Dostatok era agradable, pero demasiado cerrada y ordenada. Aquí las cosas parecían terminadas, y a Nafai no le gustaba la sensación de que el futuro se había disipado, de que no habría más cambios, salvo los previsibles cambios de la edad.
Alma Suprema, dijo Nafai en silencio, ahora que el Guardián de la Tierra ha despertado, ¿despertarás tú también? ¿Nos conducirás a la próxima etapa de nuestro viaje?
Nafai era muy consciente de la diferencia entre su reacción y la de Luet ante el sueño de Chveya. Sentía desdén y envidia por la actitud de Luet. Desdén, porque ella parecía considerar que Dostatok era todo su mundo. Lo que más le interesaba eran los niños, y el hecho de que también se convirtieran en visionarios, y sobre todo que era maravilloso que su Chveya fuera la primera en soñar sueños verdaderos. ¿Qué importancia tenía esto en comparación con la noticia de que el Guardián de la Tierra estaba despertando? Y sin embargo la envidiaba por esa conexión con su vida actual en Dostatok. Nafai sospechaba que ella era mucho más feliz, porque su mundo giraba en torno de los niños, la familia, la comunidad. Yo vivo en un mundo más amplio, pero tengo poco contacto con él; ella vive en un mundo más pequeño, pero puede cambiarlo y ser cambiada por él.
No puedo ser como es ella, ni ella como yo. Para ella los individuos siempre han sido más importantes que para mí. Es mi debilidad, no tengo la misma percepción de los sentimientos ajenos. Tal vez, si hubiera sido tan observador, tan empático como ella, no habría dicho ni hecho inadvertidamente las cosas por las que mis hermanos mayores me odian tanto, y nuestro camino por la vida habría sido diferente. Elya y yo podríamos haber sido amigos. En cambio, aunque ahora Elemak me respete como cazador y me escuche en el consejo, no hay cercanía entre nosotros, y Elemak me trata con cautela, temiendo que yo intente desplazarlo. Luet, en cambio, no despierta envidia entre las demás mujeres. Como vidente, bien podría temerse que rivalizara por el lugar de Madre, tal como Elemak rivaliza por el liderazgo de Padre, y rivalizo con Elemak, pero no existe tal competencia. Ellas son una. ¿Por qué Elemak y yo no pudimos haber sido uno, y Elemak y Padre?
Tal vez haya algo que falta en los hombres, y nunca podemos unirnos para forjar una sola alma a partir de muchas. Si es así, es una pérdida lamentable. Miro a Luet y la veo tan cerca de las demás mujeres, incluso las que no le agradan tanto. Veo cuan cerca están las mujeres de los niños, y luego veo cuan distante estoy de los otros hombres, y me siento muy solo.