Así pensando, Nafai se durmió unas horas, y al levantarse notó que Luet también había dormido poco. Revolvía el potaje en la cocina, medio dormida.
—Y hoy no hay escuela —dijo Luet—, así que tenemos a todos los niños y no podremos dormir siesta.
—Que jueguen fuera —dijo Nafai—, salvo los mellizos, y tal vez podamos dejarlos con Shuya y dormir.
—O podríamos turnarnos, en vez de fastidiarlos con nuestra presencia.
—¿Turnarnos? Qué aburrido.
—Quiero dormir —dijo Luet—. ¿Por qué los hombres, aunque estén cansados, nunca dejan de pensar en eso?
—Los hombres que dejan de pensar en eso, como tan dulcemente lo expresas, son eunucos o están muertos.
—Debemos hablar con tus padres sobre el sueño de Chveya —dijo Luet.
—Debemos hablar con todos.
—No lo creo. Provocaría mucha envidia.
—¿A quién le importará quién fue el primer niño que tuvo sueños verdaderos, salvo a ti? —Pero al decirlo supo que a todos los padres les importaría, y que Luet tenía razón en cuanto a la envidia.
Ella hizo una mueca.
—Estás tan por encima de la envidia, oh noble Nafai, que me das envidia.
—Lo lamento.
—Además, no sería bueno para Chveya que se hiciera mucha alharaca por esto. Mira lo que sucedió con Dza cuando transformamos su cumpleaños en un festival. Es prepotente con los demás niños, y Shuya teme que esa ceremonia pública la haya empeorado.
—Cuando veo cómo obliga a los demás niños a hacer tareas sin sentido, siento ganas de abofetearla —dijo Nafai.
—Pero Rasa dice…
—Que los niños deben ser libres de crear su propia sociedad, y manejar la tiranía a su manera. Lo sé —dijo Nafai—. Pero tengo mis dudas. A fin de cuentas, esa teoría educativa sólo funcionaba en Basílica. ¿No podríamos ver nuestros conflictos del principio del viaje como un resultado de esa actitud?
—No, de ninguna manera. Los que causaron más problemas eran los que pasaron menos tiempo educándose con Rasa. Me refiero a Elemak y Mebbekew, que dejaron la escuela en cuanto tuvieron edad suficiente para decidir por su cuenta, y Vas y Obring, que nunca estudiaron con ella.
—No es tan así, mi querida reduccionista, pues Zdorab es el mejor de nosotros y nunca estudió con ella, mientras que Kokor y Sevet, sus propias hijas, son tan malas como los demás.
—Sólo demuestras que tengo razón, pues ellas fueron a la escuela de Dhelembuvex y no a la de tu madre. Y Zdorab, en todo caso, es una excepción en todo sentido.
En ese momento los mellizos, Serp y Spel, entraron en la cocina, poniendo punto final a la conversación adulta.
Cuando ambos estuvieron libres para descansar, las actividades del día los habían despejado y no querían dormir. Fueron a la casa de Volemak y Rasa para hablar sobre el sueño.
En el camino pasaron junto a un grupo de niños mayores que competían con sus hondas. Se pararon a mirar un rato, para ver cómo se desempeñaban sus hijos mayores, Zhatva y Motiga. Los niños los vieron y trataron de impresionar a sus padres, pero lo que más interesaba a Luet y Nafai no era su destreza con la honda y las piedras, sino cómo se llevaban con los demás. Motiga estaba insufrible como de costumbre. Sabía que era más pequeño y se valía de travesuras y payasadas para ganar acceso al círculo de los escogidos. Zhatva, siendo mayor, estaba allí por derecho propio, y lo que preocupaba a sus padres era que fuera tan dócil. Parecía adorar a Proya, un jactancioso que no merecía tanto respeto.
Un momento típico: Xodhya recibió un golpe en el brazo porque Motya agitó descuidadamente su honda cargada. Se puso a lagrimear, y Proya se burló de él.
—¡Nunca serás un hombre, Xodhya! ¡Sólo estarás cerca de serlo! —Era un ingenioso retruécano con su nombre, pero también era cruel, y sólo acentuó la aflicción de Xodhya. Luego, sin que los demás lo notaran, Xodhya buscó apoyo en Zhyat, quien le puso la mano en el hombro mientras le ladraba a su hermanito Motya:
—¡Ten cuidado con esa honda, cabeza de chorlito!
Era algo instintivo, pero Luet y Nafai se sonrieron al verlo. Zhatva no sólo ofrecía confortación a Xodhya, sin paternalismos, sino que impedía que los demás se burlaran del dolor y las lágrimas de Xodhya y echaba la culpa donde correspondía, en el descuido de Motya. Lo hacía con gracia y soltura, sin poner en entredicho la autoridad de Proya.
—¿Cuándo verá Zhyat que los niños acuden a él y no a otro cuando se encuentran en problemas?
—Tal vez cumple bien ese papel porque no sabe que lo está cumpliendo.
—Lo envidio —dijo Nafai—. Ojalá yo pudiera haber sido así.
—¿Sí? ¿Y por qué no pudiste?
—Ya me conoces, Luet. Le habría gritado a Protchnu que no era justo burlarse de Xodhya porque fue culpa de Motya y si le hubiera pasado a Protchnu él también estaría llorando.
—Es cierto, desde luego.
—Es cierto, pero Protchnu se habría convertido en mi enemigo —dijo Nafai. No necesitaba señalar las consecuencias de eso. ¿Acaso Luet no había vivido tiempo suficiente con él?
—A mí sólo me importa que Zhatva cuenta con el amor de los demás niños, y lo merece —dijo Luet.
—Ojalá Motya aprendiera de él.
—Motya es todavía un bebé —dijo Luet—, y no sabes qué será, salvo que será revoltoso y entrometido. Ojalá Chveya aprendiera de Zhatva.
—Sí. Bien, cada niño es diferente —dijo Nafai. Echaron a andar hacia la casa de Padre. Nafai comprendía el deseo de Luet. La soledad y el aislamiento de Chveya los preocupaba. Era la única inadaptada entre los niños mayores, y no entendían por qué, pues no hacía nada para oponerse a los demás. Simplemente no tenía un lugar en la jerarquía de los niños. O tal vez lo tenía, pero se negaba a ocuparlo. Era irónico. Se preocupaban porque Zhatva era demasiado dócil, y se preocupaban porque Chveya era demasiado díscola. Tal vez sólo queremos que nuestros hijos sean los que dominan. Tal vez trato de ver cumplidas en ellos mis propias ambiciones, y eso estaría mal, así que debo conformarme con lo que son.
Luet debía estar pensando lo mismo, pues comentó:
—Ambos se están abriendo camino en la maleza de la sociedad humana, y lo hacen bien. Nosotros sólo podemos observar, consolar y de cuando en cuando ofrecer una sugerencia.
O coger a la prepotente reina Dza de las piernas y quitarle su arrogancia con una tunda. Pero eso sólo causaría una riña entre las familias, y ellos no querían tener el menor conflicto con la familia de Shuya e Issya.
Volemak y Rasa escucharon con interés la descripción del sueño de Chveya.
—Me he preguntado a menudo cuándo volvería a actuar el Alma Suprema —dijo Padre—, pero confesaré que no hice la pregunta en voz alta, porque aquí me encontraba tan bien que no quería que nada apresurase nuestra partida.
—De cualquier modo, no podríamos hacer nada para apresurarla —dijo Madre—. A fin de cuentas, el Alma Suprema sigue su propio plan, al margen de nosotros. Nunca le importó que pasáramos tantos años en ese mísero valle del desierto, luego en ese lugar más grato entre los ríos Norte y Sur, o aquí, que quizá sea el mejor sitio de Armonía. Sólo le importa que estemos juntos y preparados para cuando ella nos necesite. Por lo que sabemos, tal vez sólo piense llevar a los niños a la Tierra, sin nosotros. Y eso me sentaría muy bien, aunque preferiría que se llevara a nuestros bisnietos, cuando ya estemos muertos, para no tener que despedirlos y sufrir extrañando a los viajeros.
—Así nos sentimos todos a veces —dijo Luet. Nafai guardó silencio, pero su padre comprendió su actitud.
—Todos menos Nafai. Él está preparado para cambiar. En cierto modo eres un tullido, Nyef. No soportas la felicidad por mucho tiempo. Sólo medras en el conflicto y la incertidumbre.