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—No me gusta el conflicto, Padre —protestó Nafai.

—Tal vez no te guste, pero te sienta bien —dijo Volemak—. No es un insulto, hijo, sólo una realidad.

—La pregunta —dijo Rasa— es si debemos hacer algo después del sueño de Chveya.

—No —dijo Luet—. Nada. Sólo queríamos que vosotros lo supierais.

—Aun así —dijo Padre—, ¿qué sucederá si los demás niños tienen sueños del Guardián pero no se lo cuentan a nadie? Tal vez debamos avisar a los padres que escuchen los sueños de sus hijos.

—Si lo dices de ese modo —dijo Rasa—, Kokor y Dol instruirán a sus hijas sobre los sueños que deben tener, y se enfadarán con ellas si no sueñan con ratas gigantes.

Todos rieron, pero sabían que era verdad.

—Pues por el momento no haremos nada —dijo Padre—. Sólo esperar. El Alma Suprema actuará cuando llegue el momento oportuno, y hasta entonces trabajaremos duro cuando sea necesario, y trataremos de criar hijos perfectos que nunca riñan.

—¿Conque ésa es la medida del éxito? —se burló Luet—. ¿Los que nunca riñen son los buenos? Rasa se echó a reír.

—En tal caso, los únicos niños buenos son los que no poseen vitalidad.

—Es decir, ninguno de tus descendientes, mi amor —dijo Padre.

La visita terminó. Regresaron a casa y continuaron con las tareas del día. Pero Nafai no se contentaba con esperar. Le preocupaba que hubiera tan pocas visiones, y que la única en recibir un mensaje del Guardián fuera Chveya, la niña más solitaria, y demasiado pequeña para comprender su propio sueño.

¿Por qué el Alma Suprema se demoraba tanto? Nueve años atrás los había urgido a irse de Basílica. Habían renunciado a todas sus expectativas para internarse en el desierto. Sí, todo había resultado bien al final, pero no era el final, ¿o sí? Había más de cien años luz por delante, la parte del viaje que habían concluido no era nada, y no había indicios de que lo reanudarían.

¡Respóndeme!

Pero no hubo respuesta.

Se requirió otro sueño para que Nafai entrara en acción. Esta vez fue Luet; Nafai despertó de un sueño profundo y la encontró gimiendo y sollozando. La despertó, tratando de calmarla.

—Una pesadilla —dijo Nafai—. Tienes una pesadilla.

—El Alma Suprema —dijo Luet—. Está perdida.

—Luet, despierta. Tienes un sueño.

—Ahora ya estoy despierta. Sólo trataba de contarte el sueño.

—¿Soñaste con el Alma Suprema?

—Me vi a mí misma en el sueño. Pero pequeña, con la edad de Chveya. Tal como me veía antes en sueños.

Nafai cayó en la cuenta de que no había pasado tanto tiempo desde que Luet tenía la edad de Chveya. Era una niña cuando se conocieron y se casaron, una adolescente. Si se veía a sí misma como una niña, no se podía ver muy diferente de como era ahora.

—Conque te viste como una niña —dijo Nafai.

—No, vi a una persona que se parecía a mí, pero pensé: Es la vidente del agua. Y luego pensé: No, es el Alma Suprema, usando el rostro y el cuerpo de la vidente. Que es lo que muchas mujeres creían sobre mí.

—Sí, lo sé.

—Y entonces supe que estaba viendo al Alma Suprema, sólo que ella usaba mi rostro, y estaba buscando, desesperada. Buscando algo, y creía haberlo encontrado, pero se miraba las manos y no lo tenía. Entonces advertí que estaba persiguiendo una rata gigante, y cuando la apresó y la abrazó, la rata se transformó en un ángel y echó a volar. Pero el Alma Suprema no había visto la transformación y pensaba que la rata se había escabullido. Creo que esperamos aquí porque el Alma Suprema está confundida. Está buscando algo.

Pero Nafai se concentraba en las ratas y los ángeles del sueño.

—¿Es un sueño del Guardián? —preguntó—. ¿Pero cómo pudo el Guardián haber sabido hace cien años que el Alma Suprema tendría problemas ahora?

—Nosotros suponemos que los sueños del Guardián viajan a la velocidad de la luz —dijo Luet—. Tal vez ella sepa más de lo que creemos.

A Nafai le exasperaba que las mujeres, aunque hablaran del Guardián, lo considerasen femenino, como el Alma Suprema. Parecía atinado con el Alma Suprema, pero un poco arrogante con el Guardián. Tal vez porque Nafai sabía que el Alma Suprema era un ordenador, pero ignoraba qué era el Guardián de la Tierra. Si en verdad era un dios, o algo parecido, le disgustaba que tuviera que ser femenino.

—Tal vez el Guardián nos esté observando y nos conozca muy bien, y trate de despertarnos… y despertar al Alma Suprema por nuestro intermedio.

—El Alma Suprema no está dormida —dijo Nafai—. Le hablamos continuamente por intermedio del índice.

—Sólo te cuento lo que vi en mi sueño —dijo Luet.

—Hablemos con Issib y Zdorab por la mañana, para ver qué dice el índice al respecto.

—Ahora —dijo Luet—. Vayamos ahora.

—¿Despertarlos en medio de la noche? Tienen hijos, sería irresponsable.

—En medio de la noche no habrá interrupciones —dijo Luet—. Y pronto amanecerá.

Era verdad. Las primeras luces iluminaban el cielo que se veía por la ventana.

Zdorab se despertó de inmediato, y fue a abrir la puerta antes que Nafai y Luet llegaran. Shedemei apareció poco después, y tras susurrar unas palabras fue a llamar a Issib y Hushidh. Se reunieron en la casa donde guardaban el índice. Luet les contó el sueño, y Zdorab e Issib consultaron el índice, buscando respuestas.

Luet se impacientó al principio, mientras todos esperaban en silencio.

—Aquí no sirvo de nada por ahora —dijo—. Y los niños me necesitarán.

—También a mí —dijo Hushidh, y Shedemei las acompañó de mala gana. Cada cual regresó a su casa. Nafai sabía que él tampoco era muy útil cuando se trataba de consultar el índice. Issib y Zdorab exploraban continuamente la memoria del Alma Suprema, y él no podía competir con ellos. Sabía que las mujeres se molestarían por el tácito supuesto de que él podía quedarse y Luet debía marcharse, pero también sabía que era cierto. Las rutinas de los niños giraban en torno de Luet, que siempre estaba allí, mientras que Nafai salía con frecuencia a cazar y su ausencia no pesaba tanto en sus vidas. Lo echaban de menos, por cierto, pero su presencia no alteraba la vida cotidiana.

Nafai se quedó en la Casa del índice mientras Zodya e Issya hacían las preguntas. Nafai oía los murmullos, y de cuando en cuando lo consultaban, pero él no ayudaba en mucho.

Extendió la mano y apoyó los dedos en el índice.

—Tienes un bucle, ¿verdad? —preguntó.

—Sí —dijo el índice—. Lo comprendí en cuanto Luet tuvo su sueño del Guardián. Issib y Zdorab ya están trabajando para encontrar el bucle.

—Debe estar en tus rutinas primitivas —dijo Nafai—, porque si fuera tu auto programación podrías encontrarlo y programarte para eliminarlo.

—Sí. Zdorab supuso eso de inmediato, y es lo que estamos explorando.

—Debe ser un bucle donde crees haber encontrado algo que no has encontrado —dijo Nafai, recordando el sueño.

—Sí —dijo el índice. ¿Había cierta impaciencia en su voz?—. Issib insistió en eso desde un principio, así que procuramos encontrar algo que yo no puedo detectar. Es muy difícil examinar mi memoria para encontrar algo que no he detectado.

Nafai comprendió que Zdorab e Issib ya se habían adelantado a sus sugerencias, así que suspiró, apartó la mano del índice, se inclinó en la silla y esperó. Odiaba ser un espectador en acontecimientos importantes. Es lo que siempre dice Elemak sobre mí, se dijo Nafai, enfadado consigo mismo. Tengo que ser el héroe de cada historia en que participo. ¿Qué me dijo un día? Que si no me detenía, yo me las apañaría para ser el protagonista de su autobiografía. Así creo que soy vital en el proceso de descubrir por qué el Alma Suprema está operando en círculos, perdiendo su tiempo, perdiendo nuestro tiempo…