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—¿Qué lugar? —preguntó el índice. Nafai se levantó, totalmente despejado. El ruido del banco llamó la atención de los demás.

—Iré a buscar el Alma Suprema —les dijo Nafai.

—Sí —dijo Issib—. El Alma Suprema nos mostró su conversación contigo.

—Muy hábil —dijo Zdorab—. Yo nunca habría pensado en comenzar por el mapa de las cacerías.

Nafai pensó en callar que no lo había hecho adrede. Era agradable que lo admirasen por su ingenio. Pero comprendió que eso equivalía a mentir.

—Me estaba durmiendo. La idea de la cacería fue una de esas ocurrencias descabelladas que tienes al borde del sueño. El Alma Suprema sabía que no podía saber lo que sabía, y reconoció que mediante el mapa podía comunicarse conmigo, eso es todo. Tuvo que engañarse para contármelo.

Issib se echó a reír.

—Muy bien, Nyef. Todos convenimos en que no eres muy brillante.

—Es verdad —dijo Nafai—. Sólo oí al Alma Suprema cuando encontró un modo oblicuo de hacerme franquear las barreras de su mente. Decid a los demás que me fui a cazar, si alguien pregunta. Pero decid la verdad a Luet y vuestras esposas, desde luego… iré en busca del Alma Suprema. Ambas cosas son ciertas.

Zdorab asintió aprobatoriamente.

—Hemos tenido paz en todos estos años —dijo— porque es una tierra fecunda y había espacio para todos y bienes en abundancia. Nadie querrá pensar en un nuevo desarraigo. Algunos se sentirán más descontentos que otros. Es aconsejable no decir nada hasta que sepamos algo con certeza.

Issib hizo una mueca.

—Me imagino que esto causará una auténtica batalla. Casi lamento que hayamos tenido tantos años de felicidad en este lugar. Esto dividirá la comunidad, y no sé cuánto daño causará.

Nafai negó con la cabeza.

—No tiene por qué ser así. El Alma Suprema nos guió a todos en este viaje. El Guardián de la Tierra también nos llama a todos.

—Todos son llamados —dijo Zdorab—, ¿pero quién irá?

—En este momento, iré yo —dijo Nafai.

—Acuérdate de llevar arco y flechas —dijo Issib—. Por si encuentras algo para la cena. —No dijo: Para que se crean la historia de que has ido a cazar.

En todo caso era buena idea, así que Nafai fue a su casa a buscar el arco y las flechas.

—Y si no las hubieras necesitado —dijo Luet con fastidio—, no habrías venido a despedirte y explicarme.

—Claro que sí —dijo Nafai.

—No. Probablemente pediste a los demás que me lo contaran cuando te hubieras ido. Nafai se encogió de hombros.

—De cualquier modo, me cercioré de que te enterases.

—Y sin embargo fue mi sueño, y el de Chveya.

—El hecho de haber tenido los sueños no te hace dueña de sus consecuencias —dijo Nafai, igualmente ofuscado.

—No, Nyef —dijo ella, suspirando con impaciencia—. Ya que yo tuve el sueño, debí ser tu compañera en esto. Tu compañera, en pie de igualdad. En cambio me tratas como a una niña.

—No les pedí que se lo dijeran a Chveya, ¿verdad? Entonces no te he tratado como una niña.

—¿No puedes admitir que has actuado como un mandril, Nafai? ¿No puedes decir que me has tratado como si en esta comunidad sólo importaran los hombres, como si las mujeres no fueran nada, y que lamentas haberme tratado así?

—No actué como un mandril. Actué como un hombre. Cuando actúo como un hombre, no soy menos humano, sino menos femenino. Nunca más me digas que, por no actuar como una mujer, soy un animal.

Nafai se sorprendió de su propia ira.

—Conque esto también sucede en nuestra casa —murmuró Luet.

—Sólo porque tú lo has mencionado. Nunca más me llames animal.

—Pues no actúes como tal. Ser civilizado significa trascender tu naturaleza animal. No regodearte en ella. Por eso me has recordado un mandril… porque no puedes ser civilizado mientras trates a las mujeres con ese desprecio. Sólo puedes ser civilizado si nos tratas como amigas.

Nafai se plantó en la puerta, ardiendo por dentro ante la injusticia de esas palabras. No porque ella no dijera la verdad, sino porque se equivocaba al aplicárselas de esa manera.

—Te he tratado como verdadera amiga, y como esposa —dijo—. Pensé que me amabas, que no estábamos compitiendo para ver quién era el dueño de los sueños.

—Yo no me enfadé porque te apropiaras del resultado de mí sueño —dijo Luet.

—¿No?

—Me ofendió que no compartieras conmigo los resultados de tu sueño. Yo no salté de la cama para ir a contar mi sueño a Hushidh y Shedemei, y luego pedirles que te lo contaran.

Sólo cuando ella lo expresó de ese modo Nafai comprendió por qué estaba tan contrariada.

—Oh —dijo—, lo lamento. Ella aún estaba enfadada, y la disculpa había llegado un poco tarde.

—Puedes irte —dijo Luet—. Puedes ir a buscar el Alma Suprema. Puedes ir a buscar las ruinas de las antiguas naves estelares en el antiguo lugar del aterrizaje. Puedes ir y ser el único héroe de nuestra expedición. Cuando me duerma esta noche, te veré protagonizando mis propios sueños. Espero que me dejes algún papel menor. Tal vez sostenerte el abrigo.

Nafai estuvo a punto de marcharse. Luet había repetido el insulto de Elemak sabiendo cuánto le habían dolido esas palabras, pues Nafai se lo había contado tiempo atrás. Era cruel e injusto repetirlas ahora. Ella, además, debía saber que no lo impulsaba el afán de ser un héroe, sino la pasión por saber qué sucedería, por lograr que sucediera algo. Si Luet lo amaba, tenía que entender.

Por eso estuvo a punto de marcharse sin más, dejando que esas palabras amargas lo acompañaran en su trayecto hasta las montañas.

En cambio, entró en la habitación de los niños. Todos estaban dormidos menos Chveya, que quizá se había despertado al oír los agresivos murmullos de sus padres. Nafai los besó a todos, Chveya la última.

—Voy en busca del sitio de donde vienen los mejores sueños —susurró, para no despertar a los otros niños.

—Guarda lugar para mí en todos los sueños ^susurró Chveya.

Nafai la besó de nuevo y regresó a la cocina donde Luet revolvía el potaje.

—Gracias por encontrar lugar para mí en tus sueños —le dijo—. Siempre eres bienvenida en los míos.

La besó, y para su alivio ella también lo besó. No habían resuelto nada, salvo confirmar que aún se amaban, aunque riñeran. Eso bastaba para marcharse contento, y no abatido.

Necesitaría estar en paz consigo mismo, pues era evidente que el Alma Suprema estaba protegiendo un lugar oculto sin siquiera saber que lo protegía. Eso sospechaba, pues algo debía haberlos desviado lejos cuando iban de cacería, impidiéndoles llegar a Vusadka, y sin duda era la capacidad del Alma Suprema para lograr que la gente olvidara ciertas ideas. Sin embargo, el Alma Suprema no había podido ver el lugar, ni siquiera ver que no lo veía. Eso significaba que las rutinas de deflexión del Alma Suprema se habían vuelto contra el Alma Suprema, así que era improbable que pudiera desactivarlas para dejar pasar a Nafai. Al contrario, Nafai tendría que luchar para abrirse camino, tal como él e Issib habían franqueado las barreras del Alma Suprema en Basílica, mucho tiempo atrás, esforzándose para concebir pensamientos que el Alma Suprema había prohibido. Pero ahora no eran sólo ideas. Tendría que luchar para llegar a un sitio que ni siquiera el Alma Suprema podía ver.

—Debo vencerte —le susurró al Alma Suprema mientras atravesaba los prados—. Debo franquear tus barreras.

(¿Qué barreras?)

Esto sería agotador. Nafai se cansaba de sólo pensar en ello. Y no bastaría con valerse de un truco ingenioso. Tendría que recurrir a toda su fuerza de voluntad. Y tal vez eso no fuera suficiente.

Atardecía y Nafai estaba desesperado. Al cabo de un día de viaje para llegar allí, se había pasado el día entero haciendo cosas inútiles, una y otra vez. Se detenía fuera de la zona prohibida, pedía al Alma Suprema que le mostrara el mapa del trayecto que habían seguido todos los cazadores, veía fácilmente qué rumbo debía coger para llegar a Vusadka. Incluso marcaba una flecha o escribía el rumbo en la tierra con un palo. Tras partir animosamente, se encontraba una vez más fuera de la zona «oculta», a cien metros de donde había escrito la dirección. Si había escrito «noreste» se encontraba al oeste del lugar; si la flecha apuntaba hacia el este, se encontraba al sur de ella. No podía franquear esa barrera.