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Se aproximó despacio, sintiendo mayor renuencia a cada paso. Pero también veía que los más jóvenes miraban la liebre. Les ayudó a pensar más en la carne, eludiendo su mirada. Sabía que el contacto visual sería como un reto y los asustaría.

Los mandriles retrocedieron, pero no mucho. Como él había esperado, tendían a replegarse hacia los peñascos. Los siguió. Pensaba: Esta no es buena idea, no necesitan esta carne. Pero acalló sus pensamientos, tratando de concentrarse en una cosa: Estas madres necesitan proteínas, sus bebés deben recibirlas de la leche. Tengo que llevarles esta carne.

No puedes, esto es una estupidez, debes soltar la liebre y marcharte.

Pero si lo hago, la liebre quedará para los machos más fuertes y no para las hembras. Tengo que llevar la carne a las hembras, para que la aprovechen los pequeños. Es mi trabajo, como cazador de esta tribu, llevarles comida. Tengo que alimentarlas. No puedo permitir que nada me impida llegar a ellos.

¿Cuánto tiempo le llevó? Le costaba concentrarse en lo que hacía. En varias ocasiones tuvo la sensación de que acababa de despertarse, aunque sabía que no estaba durmiendo, y entonces sacudía la cabeza y continuaba, dirigiéndose hacia las hembras, que retrocedían hacia los peñascos.

Tengo que llegar detrás de ellas, más cerca de los peñascos donde duermen. Tengo que llegar al lugar donde están las hembras.

Comenzó a desviarse hacia el norte, pero no permitió que su atención se desviara de las hembras. Hacia el mediodía se encontró donde deseaba estar, entre los mandriles y los peñascos donde dormían. La liebre se había callado al fin, pero a los mandriles no les molestaría que hubiera muerto, pues estaba viva cuando llegó, y además no eran tan pretenciosos si la carne estaba tibia. Nafai les arrojó la liebre, apuntando al centro del grupo de hembras.

Estalló un pandemonio, pero las cosas salieron como Nafai había planeado. Algunos machos jóvenes trataron de apoderarse de la liebre, pero los más viejos se plantaron ante Nafai, pues por el momento parecía una amenaza. Así la liebre cayó entre las hembras, que echaron fácilmente a los mandriles jóvenes. La liebre no estaba muerta, a pesar de todo. Chilló cuando las hembras dominantes le hincaron los dientes. Cuando vivía cerca de los mandriles en el desierto, a Nafai le había disgustado que no se molestaran en matar la presa antes de comerla, pero ahora estaba acostumbrado, y le agradó que su plan hubiera funcionado y las hembras hubieran conseguido la carne.

Los machos se alborotaron al comprender que se estaban perdiendo el festín, y Nafai empezó a retroceder, dirigiéndose a los peñascos; cuando él se hubo alejado, los machos acometieron contra el grupo, dispersando a las hembras y asestándose golpes en su lucha por obtener trozos de liebre. Algunos consiguieron trozos grandes, pero Nafai supo que las hembras habían obtenido más carne que de costumbre. Eso le hizo sentir bien.

Ahora, sin embargo, era conveniente alejarse de los mandriles. Ir valle arriba. Más aún, sería bueno encontrar más presas para traerles.

Gradualmente, sin embargo, mientras se alejaba de los mandriles, notó que su renuencia era más fácil de combatir. Con gran esfuerzo, procuró recordar para qué había ido allí. Su renuencia regresó de inmediato —casi un pánico— pero no perdió el control de sí mismo. Como había esperado, la barrera era más fuerte en el límite. El podía vencer este nivel de interferencia. Se parecía más a lo que había sentido en Basílica, cuando él e Issib procuraban franquear las barreras del Alma Suprema para pensar cosas prohibidas.

O tal vez me siento mejor porque la barrera ya me ha desviado. Tal vez me ha derrotado sin que yo me enterase.

—¿Estoy dentro o fuera? —le susurró al Alma Suprema.

No recibió ninguna respuesta.

Sintió un aguijonazo de miedo. El Alma Suprema no podía ver esta zona. ¿Y si detrás del límite el Alma Suprema lo perdía de vista?

Entonces pensó que tal vez por eso la fuerza de la resistencia se había debilitado. Tal vez, sin que el Alma Suprema lo advirtiera, esta barrera había combinado su propio poder con el poder del Alma Suprema, en la frontera. Pero aquí, donde el Alma Suprema no podía penetrar, la barrera sólo contaba con su propio poder, y por eso era posible derrotarla.

Tenía sentido, así que Nafai continuó yendo hacia el este, hacia el centro de Vusadka.

¿O se dirigía hacia el norte? Pues de pronto, al cruzar una colina, vio una paisaje totalmente yermo.

A cincuenta metros, era como si alguien hubiera construido un muro invisible. De un lado estaba el verdor de la tierra de Dostatok, y del otro el desierto más seco y árido que Nafai había visto jamás. Ni un pájaro, ni un lagarto, ni un arbusto, no había nada vivo detrás de esa línea.

Era demasiado artificial. Tenía que ser otra barrera, otro límite, un límite que excluía a todos los seres vivientes. Quizá fuera una barrera que mataba todo aquello que la cruzaba. ¿Nafai no debía atravesarla?

—¿Hay algún portal en alguna parte? —preguntó al Alma Suprema.

No recibió ninguna respuesta.

Se aproximó cautelosamente a la barrera, estiró la mano.

Sería invisible, pero era tangible. Apoyó la mano y sintió que la pared se deslizaba, como si fuera un poco viscosa y estuviera constantemente en movimiento. En cierto modo, esa tangibilidad era tranquilizadora. Si cerraba el paso a las criaturas vivientes, tal vez no tuviera ningún mecanismo para matarlas.

¿Puedo cruzar? Si los humanos no pueden trasponer este límite, ¿para qué instalar una barrera mental a tanta distancia? Quizá para impedir que los humanos vean este límite evidente y elaboren una famosa leyenda, atrayendo la atención sobre este lugar. Pero también era posible que la barrera mental estuviera destinada a ahuyentar a los humanos porque un humano resuelto podía cruzar esta barrera física. Una barrera para los humanos, a lo lejos; y otra barrera para los animales. Tenía sentido.

Claro que eso no garantizaba que fuera así. Nafai pensó en regresar a Dostatok y anunciar su descubrimiento, para que pudieran explorar el Alma Suprema y averiguar si había un modo de burlar esa barrera.

Pero era posible que la sola idea de regresar a Dostatok fuera una influencia mental de la barrera, induciéndolo a encontrar excusas para marcharse. Y tal vez la barrera tuviera cierta capacidad de aprendizaje, en cuyo caso nunca más se dejaría engañar por el truco de concentrarse en la urgente necesidad de alimentar a los mandriles. No, solo como estaba, él debía tomar la decisión.

Te matará.

¿Qué era eso, la voz del Alma Suprema? ¿O la barrera? ¿O sólo su temor? De un modo u otro, sabía que el miedo no era irracional. Más allá de esa barrera no había nada vivo. Tenía que existir un motivo para ello. ¿Por qué él sería la excepción, la única criatura viva que podía cruzar? Cuando se construyó la barrera, debía de haber plantas en ambos lados de la barrera, y aunque fuera imposible de cruzar, la vida habría continuado en ambos lados. Cuarenta millones de años de evolución habrían diferenciado la flora y la fauna de ambos lados, pero la vida debería haber florecido. El mero aislamiento no podía exterminar todas las formas vivientes.

Te matará.

Tal vez, pensó Nafai en tono desafiante. Tal vez muera. Pero el Alma Suprema nos trajo aquí con un propósito, llevarnos a la Tierra. Aunque el Alma Suprema no pudiera pensar directamente en Vusadka, o no pudiera hablar de ello con los humanos, Vusadka tenía que ser el motivo por el cual los había llevado allí. De un modo u otro, debemos atravesar esta barrera.