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Pero aquí sólo estoy yo. Y quizá nadie regrese aquí, si yo no tengo éxito. Si fracaso, bien, buscaremos otra entrada. Y si logro cruzar la barrera y algo me mata, los otros sabrán, al no verme regresar, que deben ser más cautelosos.

Al no verme regresar.

Pensó en sus hijos. La callada y brillante Chveya, Zhatva, sabio y compasivo; el travieso Motiga; el animoso Izuchaya; y los mellizos, Serp y Spel. ¿Puedo dejarlos huérfanos?

Puedo si debo. Puedo porque tendrán por madre a Luet, y contarán con la ayuda de Shuya, Issya, Padre y Madre. Puedo abandonarlos, si debo, porque eso sería mejor que regresar sin haber cumplido el propósito de nuestra vida por temor a morir.

Se apoyó en la barrera. No cedía bajo su mano. Cuanto más la apretaba, más parecía deslizarse. Pero a pesar de esa ilusión de deslizamiento, su mano no resbalaba a la derecha ni a la izquierda, ni arriba ni abajo. La fricción parecía casi perfecta. Cuando apretaba hacia dentro él no podía deslizar la mano sobre la superficie, aunque parecía que la superficie se deslizaba hacia todas partes.

Retrocedió, cogió una piedra y la arrojó hacia la barrera. Chocó contra la pared invisible, se adhirió un instante, se deslizó lentamente hacia abajo.

Esto no es una pared, comprendió Nafai, pues puede coger la piedra y permitir que se deslice hacia abajo. ¿Sabrá detectar qué la golpeó, y reaccionar de distinta manera ante una piedra o un ave?

Nafai cogió un terrón. Vio con satisfacción que contenía varias larvas y lombrices. Lo arrojó contra la barrera.

De nuevo se adhirió un instante y comenzó a deslizarse hacia abajo. Pero no a la misma velocidad. La tierra bajó primero, limpiamente separada de las raíces de hierba. Luego se deslizó la materia vegetal, dejando las larvas y la lombriz, que bajaron en último lugar.

Esta barrera es selectiva, pensó Nafai. Sabe distinguir entre lo vivo y lo muerto, entre lo animal y lo vegetal. ¿Por qué no entre lo humano y lo no humano?

Nafai se miró la ropa. ¿Cómo la interpretaría la barrera? Ignoraba cómo la barrera detectaba la naturaleza de las cosas que la golpeaban. Tal vez pudiera detectar que era humano antes que él la tocara. Pero también era posible que la vestimenta lo ocultara un poco. Por supuesto, no sabía si eso era bueno o malo.

Cogió otra piedra, pero esta vez no se limitó a tirarla, sino que la arrojó con todas sus fuerzas. De nuevo se adhirió a la barrera.

No, esta vez se clavó en la barrera. Apretando las manos contra los costados de la piedra, mientras ésta se deslizaba, Nafai notó que la piedra se había insertado en la pared.

Nafai descolgó su honda del cinturón, calzó una piedra, la agitó vigorosamente y la arrojó contra la barrera.

Se quedó adherida un instante. Nafai pensó que se comportaría como los otros objetos.

En cambio, la piedra se adhirió un instante y cayó del otro lado de la barrera.

¡Había cruzado! Había tenido el ímpetu necesario para atravesarla. La barrera le había quitado impulso, pero igual había penetrado. El único problema era que Nafai ignoraba cómo arrojarse contra la barrera con ese mismo ímpetu. Aunque pudiera, la fuerza, del impacto podía matarlo.

Tal vez la barrera tenga otras reglas para los humanos. Tal vez, si golpeo con fuerza, me permita pasar.

Seguro, tonto. Instalaron el sistema para excluir a los humanos, ¿recuerdas?

Nafai se apoyó en la barrera para pensar. Para su asombro, al cabo de un instante la barrera comenzó a descender. Mejor dicho, deslizó su vestimenta hacia el suelo, arrastrándolo consigo. No había hecho lo mismo con sus manos. Al tocar la barrera con la piel desnuda, no se había movido.

Se apartó con dificultad de la pared invisible. Se adhería a la ropa tal como se había adherido a las piedras, la tierra, la hierba, las larvas y la lombriz. Tiene otras reglas para los humanos, comprendió. Esta pared conoce la diferencia entre mi ropa y yo.

Impulsivamente se quitó la túnica, desnudando los brazos. Luego metió el brazo con fuerza, hundiendo el puño en la barrera. Le dolió como si golpeara una pared de ladrillo, pero la atravesó.

¡La atravesó! Su puño estaba del otro lado de la barrera, al igual que la piedra que había arrojado antes. Y del otro lado no sentía nada raro. Podía flexionar el puño y mover los dedos, y aunque el aire de dentro estaba más fresco, no había dolor, ni distorsión, ningún problema obvio.

¿Podré seguir mi mano por la pared?

Empujó, y pudo meter el brazo. Pero cuando quiso meter el pecho, se atascó. Cuando se volteó buscando un ángulo más favorable, su cabeza también chocó contra la barrera y se detuvo.

¿Y si me quedo aquí para siempre, mitad dentro y mitad fuera?

Se retiró alarmado, y el brazo salió fácilmente. Sintió cierta resistencia, pero ningún dolor, y nada quiso retenerlo. En pocos instantes quedó libre.

Se tocó el brazo y la mano que habían estado del otro lado y no encontró ningún problema. Aquello que impedía que la vida medrara del otro lado no lo había matado aún. Si era un veneno, no era inmediato, y por cierto no era la barrera misma.

Reseñó las reglas que había aprendido. Tenía que ser piel desnuda. Tenía que golpear con cierta fuerza. Y si quería que pasara todo su cuerpo, tendría que golpear con todo el cuerpo al mismo tiempo.

Se quitó la ropa, la plegó y la puso sobre el arco y las flechas. Luego apiló algunas piedras encima para que no se volara. Esperaba necesitar de nuevo esa ropa.

Pensó en brincar de cabeza contra la barrera, pero no le gustaba la idea. Al golpearla con el puño había sido como pegarle a una pared, y no le gustaba hacer lo mismo con la cara o la entrepierna. Tampoco sería maravilloso hacerlo de espaldas, pero era el menor de dos males.

Caminó unos pasos a lo largo de la barrera hasta llegar a un sitio donde había un declive. Subió, respiró profundamente, susurró un adiós a su familia, corrió cuesta abajo. Pronto corría sin poder frenar, pero cuando se aproximó a la pared clavó un pie y giró para chocar de plano contra la barrera.

No fue lo que consiguió. Sus nalgas pasaron primero, y luego los muslos y el cuerpo, hasta los hombros. Los brazos y la cabeza quedaron fuera de la barrera, mientras sus pies caían y chocaban con el suelo pedregoso del otro lado. Le dolían los talones, pero no le importaba, porque ahí estaba, el cuerpo dentro, los brazos y la cabeza fuera.

Tengo que regresar fuera, pensó, e intentarlo de nuevo.

Demasiado tarde. En pocos momentos sus hombros quedaron dentro. Estaba atascado como antes, sin lograr que el cuerpo siguiera a los brazos. La principal diferencia era que esta vez tenía la cabeza fuera de la pared, y la barbilla y los oídos parecían reacios a seguirlo adentro, porque necesitaba todo el peso de su cuerpo para zafarse, y no podía lograrlo con la barbilla atascada en la pared.

Debe ser el modo más estúpido de morir que se ha descubierto, pensó Nafai.

Recuerda tus clases de geometría, se dijo. Y de anatomía. Mi barbilla puede estar en ángulo demasiado agudo respecto de mi cuello par salir, pero encima de mi cabeza hay una curva continua. Si puedo empujar la barbilla hacia delante y la cabeza hacia atrás… siempre que no me arranque las orejas… pero pueden flexionarse, ¿o no?

Lenta y laboriosamente, echó la cabeza hacia atrás y notó que se movía. Puedo lograrlo, pensó. Y luego será fácil con los brazos.

La cabeza salió de inmediato, y su cara quedó del lado de dentro. Sólo le faltaba sacar los brazos.

Pensaba hacerlo enseguida, después de un breve descanso, pero mientras descansaba, jadeando por el esfuerzo, advirtió que su necesidad de respirar aumentaba. Se estaba sofocando, incluso mientras aspiraba ese aire de olor extraño.

Sí, aire de olor extraño, seco fresco, y no obtenía oxígeno. Mientras sentía el pánico de la sofocación, su mente racional advirtió lo que tendría que haber comprendido desde un principio. El motivo por el cual no había ninguna criatura viviente dentro de la barrera era la ausencia de oxígeno. Era un lugar diseñado para evitar todo deterioro, y el deterioro más rápido siempre se asociaba con la presencia del oxígeno, o el oxígeno unido al hidrógeno para tomar agua. No podía haber vida, y en consecuencia ni siquiera microbios que carcomieran las superficies; ni agua que se condensara, se congelara o circulara, ni oxidación de los metales. Y si la atmósfera no soportaba formas de vida anaeróbica, habría pocos elementos dentro de la barrera que causaran deterioro, salvo la luz solar, la radiación cósmica y la desintegración atómica. La barrera estaba destinada a preservar todo lo que hubiera en su interior, para que durase cuarenta millones de años.