La súbita comprensión del propósito de la barrera no fue un consuelo, pues su mente racional ya no estaba al mando. En cuanto notó que no podía respirar, sus manos, que todavía asomaban por la barrera, intentaron aferrar el aire en un desesperado esfuerzo por liberarlo de su atasco. Pero estaba en la misma situación que antes, fuera, cuando sólo un brazo había atravesado la pared. Podía hundir los brazos en la barrera, pero cuando su rostro y su pecho llegaban a la pared, no podía seguir avanzando. Sus manos podían tocar el aire respirable del otro lado, pero nada más.
Impulsado por el miedo, golpeó la cabeza contra la barrera, pero no tenía suficiente apoyo —a pesar del pánico— para atravesarla y llegar al aire respirable. Estaba a punto de morir. Nuevamente golpeó la pared con la cabeza, con más fuerza.
Tal vez con el último golpe se aturdió, o tal vez se estaba debilitando por falta de oxígeno, o perdiendo el equilibrio. De un modo u otro, cayó hacia atrás, y la resistencia de la barrera amortiguó la caída mientras los brazos se deslizaban por la pared invisible.
Esto está bien, pensó Nafai. Si logro llegar adonde la cuesta va hacia el otro lado, puedo correr hacia la barrera y atravesarla otra vez, aunque esta vez con la cara hacia delante. Pero aun mientras elaboraba este plan optimista, sabía que no funcionaría. Había pasado demasiado tiempo tratando de atravesar la barrera, y había agotado demasiado oxígeno de su cuerpo, y no podría trepar otra colina y correr cuesta abajo antes de desmayarse.
Sus manos se liberaron y cayó hacia delante en el suelo pedregoso. Debió de ser un golpe muy fuerte, pues le sonó como un trueno. Y luego el viento le abofeteó el cuerpo, levantándolo, haciéndolo rodar, retorciéndolo.
Mientras jadeaba en el viento, notó que milagrosamente volvía a respirar. Estaba aspirando oxígeno. También se estaba magullando mientras el viento lo arrastraba de aquí para allá. Sobre las piedras. Sobre la hierba.
La hierba.
El viento se había reducido a una brisa. Nafai abrió los ojos. Se había desplazado sin ton ni son, unos cincuenta metros. Tardó un rato en orientarse. Pero, tendido en la hierba, supo que estaba fuera de la barrera. ¿El viento era otro mecanismo de defensa para expulsar a los intrusos? Sus rasguños y magulladuras respaldaban esa interpretación. Aún veía fantasmas de polvo girando a lo lejos, sobre la tierra muerta.
Se levantó y caminó hacia la barrera. Trató de tocarla, pero no estaba. Había desaparecido.
Esa era la causa del viento. Atmósferas que no se habían mezclado en cuarenta millones de años se habían combinado repentinamente, y la presión no había sido igual en ambos lados de la barrera. Fue como el reventón de un globo, y Nafai había volado de aquí para allá como un trozo de globo.
¿Por qué había desaparecido la barrera?
Porque un humano la había atravesado por completo. Porque si la barrera no hubiera bajado, él habría muerto.
Nafai creyó oír la voz del Alma Suprema.
(Sí, estoy aquí, tú me conoces.)
—¿Yo destruí la barrera?
(No, yo lo hice. En cuanto la atravesaste totalmente, el sistema perimétrico me informó que un ser humano lo había penetrado. De inmediato fui consciente de partes de mí que me habían estado ocultas durante cuarenta millones de años. Podía ver todas las barreras, supe de inmediato su historia y comprendí su propósito y cómo controlarlas. Si hubieras sido un intruso muy obcecado que no debía estar allí, yo habría ordenado a los sistemas perimétricos que te dejaran morir, e inmediatamente me habrían sido ocultados una vez más. Eso sucedió en dos ocasiones, en todos estos años. Pero tú eras el que yo deseaba traer aquí, y la barrera ya no tenía propósito. Ordené derribarla, para que este lugar tuviera oxígeno.)
—Agradezco esa decisión —dijo Nafai.
(Ello significa que el deterioro ha vuelto a entrar en este lugar. Claro que no estaba del todo ausente. La barrera excluía la radiación más nociva, pero no toda. Hubo daños. Aquí nada estaba destinado a durar tanto tiempo. Pero ahora puedo investigarlo en vez de tropezar con los bloques de sistema del perímetro, y quizá pueda descubrir por qué funcionaba en círculos.
(O Issib y Zdorab pueden deducirlo. En este momento trabajan con el índice, y en cuanto atravesaste el perímetro, los bloqueos desaparecieron también para ellos. Les he mostrado todo lo que hiciste, y ahora están explorando las nuevas zonas de memoria abiertas para todos nosotros.)
—Entonces lo he conseguido —dijo Nafai—. Lo hice. He terminado.
(No seas tonto. Atravesaste la barrera, pero el trabajo apenas comienza. Ven a mí, Nafai.)
—¿A ti?
(Adonde yo estoy. Al fin me he encontrado, aunque hasta ahora nunca había pensado en buscarme. Ven a mí. Cruza esas colinas.)
Nafai buscó sus ropas y las encontró desparramadas. Ese viento que lo había echado a volar había arrancado fácilmente la ropa de abajo de las piedras. Lo que más necesitaba eran sus zapatos, para recorrer ese terreno pedregoso. Pero también quería el resto de la ropa, pues tarde o temprano regresaría a casa.
(Allá tengo ropas. Ven a mí.)
—De acuerdo, ya voy —dijo Nafai—. Pero déjame ponerme los zapatos, aunque creas que no los necesito.
Se puso los pantalones y se echó la túnica sobre la cabeza mientras caminaba. El arco. Buscó el arco y no desistió hasta que encontró un fragmento y comprendió que el viento lo había destrozado. Tenía suerte de que no hubiera hecho lo mismo con sus huesos. Al fin enfiló hacia la dirección que el Alma Suprema le indicaba en la mente. Caminó una media hora, despacio, pues tenía el cuerpo dolorido. Al final cruzó la última colina y vio una concavidad de dos kilómetros de diámetro. En el centro, seis torres inmensas asomaban sobre el suelo.
Reconoció de inmediato las naves estelares.
Supo que la información venía del Alma Suprema, junto con muchos datos sobre las naves. Lo que veía eran corazas protectoras sobre la punta de las naves, y aun así, sólo un cuarto de cada nave asomaba encima del suelo. El resto estaba bajo tierra, protegido y conectado con los sistemas de Vusadka. Supo, sin tener que pensar en ello, que el resto de Vusadka también era subterráneo, una vasta ciudad electrónica consagrada a mantener al Alma Suprema. Del Alma Suprema sólo se veían los platos cóncavos que apuntaban al cielo, comunicándose con los satélites que eran sus ojos y oídos, sus manos y dedos en el mundo.
(Durante todos estos años, he olvidado cómo verme, he olvidado qué aspecto tenía. Sólo recordaba lo suficiente para activar ciertas tareas, y para traerte a Dostatok. Cuando las tareas fallaban, comenzaba a operar en círculos. No podía ayudarme porque no sabía dónde buscar la causa. Ahora Zdorab, Issib y yo hemos visto el lugar. Mi memoria se ha deteriorado. Cuarenta millones de años de desintegración atómica y radiación cósmica han dejado sus cicatrices. La redundancia de mis sistemas ha compensado prácticamente todos los fallos, pero no el daño sufrido por sistemas primitivos que yo no podía examinar porque estaban ocultos. He perdido la capacidad de controlar mis robots. No estaban destinados a durar tanto tiempo, ni siquiera en un lugar sin oxígeno. Mis robots me estaban comunicando que habían concluido sus chequeos de seguridad en los sistemas del interior de la barrera pero, cuando intenté abrir el perímetro, el sistema se rehusó porque los chequeos de rutina no estaban terminados. Así que inicié nuevamente los chequeos de seguridad, y los robots de nuevo me informaron que estaban concluidos, y así sucesivamente, y yo no podía descubrir el bucle porque todo ello estaba para mí en un nivel reflejo, como los latidos del corazón para. ti. No, aún menos obvio. Se parece más a la producción de hormonas en las glándulas que hay dentro de tu cuerpo.)