—Pero construían bien —dijo Nafai.
(Bien, pero no a la perfección. He sufrido cuarenta millones de años de radiación cósmica y nuclear que ha erosionado mi memoria. Tengo una vasta redundancia, gracias a lo cual no hubo pérdidas significativas en mi almacenamiento de datos. Aun en mi programación, he controlado todos los cambios y los he corregido. Lo que no pude vigilar fue la zona que me estaba oculta. Así, cuando los programas de esa zona se corrompieron, no pude saberlo ni compensarlo. No podía copiar esas zonas perdidas y restaurarlas cuando mi única copia se corrompió.)
—Entonces no lo planearon tan bien —dijo Nafai—, pues esos programas estaban en tu núcleo.
(No debes juzgarlos con dureza. Nunca pensaron que los hijos de sus hijos tardarían millones de años en aprender la paz y ser dignos de entrar en este lugar y adquirir estas tecnologías avanzadas. ¿Cómo podían adivinar que siglo tras siglo, milenio tras milenio, los humanos de Armonía despreciarían la paz, que nunca desistirían del intento de someter a los demás mediante la fuerza o el engaño? Mi propósito no era mantener este lugar cerrado un millón de años, mucho menos cuarenta millones. Así que construyeron bastante bien. A fin de cuentas, los fallos de mi núcleo secreto no fueron fatales. A fin de cuentas, estás aquí.)
Nafai recordó el terror que había sufrido cuando no tenía aire para respirar, y pensó que le había faltado muy poco para fracasar.
—¿Dónde estás? —preguntó.
(Alrededor de ti.)
Nafai miró, pero no vio nada en particular.
(Los sensores están en el techo. Gracias a ellos te veo y te oigo ahora, aparte de mis modos de ver a través de tus ojos, y de oír tus palabras antes que las digas. Detrás de estas paredes hay bancos de memoria estática, y todos ellos forman parte de mí. La maquinaria que bombea aire en estos pasajes subterráneos también forma parte de mí.)
—¿Entonces para qué me necesitabas? —preguntó Nafai.
(Tú eres el que me liberó de mi funcionamiento circular y abrió mi visión para incluir mi propio corazón, ¿y me preguntas eso?)
—¿Para qué me necesitas ahora?
(Te necesito a ti… os necesito a todos vosotros, porque el Guardián os ha enviado sueños. El Guardián os requiere, y os llevaré a él.)
—¿Para qué me necesitas a mí? —preguntó Nafai, aclarando aún más la pregunta.
(Porque mis robots estaban controlados por una zona de mi memoria que se ha vuelto totalmente indigna de confianza. Los desactivé porque me presentaban informes falsos. Ninguna de estas seis naves posee una memoria totalmente incorrupta. Te necesito para juntar y verificar la memoria de cada parte de las naves, y reunir buenos componentes hasta tener una nave perfecta. Yo no puedo hacerlo, pues no tengo manos.)
—Conque estoy aquí para reemplazar máquinas rotas.
(Y te necesito para pilotar la nave estelar.)
—No me digas que tú no puedes hacerlo.
(Tus ancestros no permitían que sus naves estelares quedaran totalmente bajo el control de ordenadores como yo, Nafai. Tiene que haber un capitán en cada nave, para dar órdenes. Yo cumpliré esas órdenes, pero la nave te pertenece. Yo te pertenezco.)
—No yo —dijo Nafai—. Creo que Padre debería ocupar ese puesto.
(Volemak no vino aquí. Volemak no abrió este lugar.)
—Lo habría hecho, si hubiera sabido.
(Él sabía lo que tú sabías. Pero tú actuaste. Estas cosas no son accidentales, Nafai. No es coincidencia que tú estés aquí, y nadie más. Si Volemak hubiera encontrado este lugar y hubiera logrado entrar, arriesgando su vida, entonces él usaría el manto. O Elemak, o Zdorab… quien hubiera venido habría tenido esa responsabilidad. Viniste tú, y es tuya.)
Nafai estuvo por decir que no la quería, pero sería una mentira. La quería de todo corazón. Ser escogido por el Alma Suprema para pilotar una nave estelar, aunque no supiera nada sobre pilotaje, sería maravilloso. Más gloria y honor de los que había soñado en su infancia.
—Entonces lo haré, mientras me muestres cómo se hace.
(No puedes hacerlo sin herramientas. Yo puedo darte algunas, y enseñarte a fabricar el resto. Y no puedes hacerlo sin ayuda.)
—¿Ayuda?
(Habrá que trasladar miles de placas de memoria de una nave a la otra. Envejecerás y morirás aquí si intentas hacerlo solo. Toda tu aldea tendrá que colaborar, si deseamos tener una nave segura que contenga toda la memoria que necesitaré para ir hacia el Guardián de la Tierra.)
Nafai trató de imaginarse a Elemak realizando una tarea bajo su supervisión, y se echó a reír.
—En tal caso, será mejor que pongas a otro al mando. No me seguirán a mí.
(Lo harán.)
—Entonces no entiendes la naturaleza humana. Si hemos tenido paz en estos últimos años, es porque he permanecido en mi lugar, en lo que a Elya concierne. Si repentinamente regresara para decirles que soy el capitán de la nave y deben ayudarme a armarla…
(Confía en mí.)
—Sí, claro. Siempre lo hice, ¿verdad?
(Abre la puerta.)
Nafai abrió la puerta y entró en una habitación tenuemente iluminada. La puerta se cerró, anulando gran parte de la luz. Pestañeando, Nafai pronto se acostumbró a la penumbra y vio que en medio de la habitación, colgando en el aire sin un soporte visible, había un bloque de… ¿qué era, hielo?
(En gran medida es agua.)
Nafai se acercó, lo tocó. Su dedo se hundió fácilmente.
(Como dije, agua.)
—¿Pero cómo conserva esta forma? —preguntó Nafai—. ¿Cómo flota en el aire?
(¿Para qué explicártelo, cuando dentro de pocos instantes esa memoria te pertenecerá con sólo pensar en ello?)
—¿A qué te refieres?
(Atraviesa el agua y saldrás vestido con el manto de capitán. Cuando esté en su lugar, ligado a ti, todos mis recuerdos serán tuyos, como si te hubieran pertenecido siempre.)
—Una mente humana no podría albergar tanta información. Tu memoria incluye cuarenta millones de años de historia.
(Ya verás.)
—Tener la memoria y la visión de Padre en la mente casi me enloqueció. ¿Ahora no sucederá lo mismo?
(Estaré contigo como nunca antes.)
—¿Pero todavía seré yo mismo? (Serás más tú mismo que nunca.)
—¿Tengo alternativa?
(Sí. Puedes optar por rehusarte. Entonces traeré a otra persona, y ella atravesará el agua, y ella será capitana.)
—¿Capitana? ¿Luet?
(¿Qué importancia tiene? Una vez que hayas escogido no ser capitán, ¿qué derecho tienes a inquirir quién será tu sustituto?)
Nafai, mirando el milagroso bloque de agua que descansaba en el aire, pensó: Esto es menos peligroso que atravesar la barrera, y logré hacer eso. También pensó: ¿Soportaré obedecer a otro capitán, sabiendo que yo pude haberlo sido, y me negué? Además, hasta ahora he confiado en el Alma Suprema. He matado por ella, casi he muerto por ella. ¿Ahora me negaré a aceptar el liderazgo en este viaje?
—¿Qué debo hacer? —preguntó.
(¿No lo sabes? ¿No recuerdas que Luet te describió su visión?)
Sólo ahora, ante las palabras del Alma Suprema, Nafai recordó lo que había dicho Luet, que le había visto hundirse en un bloque de hielo y salir reluciente y chispeante. Había pensado que tendría un sentido metafórico, pero aquí estaba el bloque de hielo.
—Debo hundirme desde arriba —dijo Nafai—. ¿Cómo me pongo encima?
Al instante una bandeja de un metro de anchura se deslizó hacia él por el suelo. Nafai comprendió que debía subirse, pero nada sucedió cuando lo hizo.
(Tu ropa se interpondrá.)
Nafai se desnudó por segunda vez ese día. Al hacerlo recordó todos los rasguños y magulladuras que había sufrido cuando lo azotó el viento. Desnudo, se plantó de nuevo sobre el disco, que de inmediato se elevó en el aire y lo llevó hacia el bloque de hielo.