(Pisa el agua. Te sostendrá como un suelo.)
Como su dedo había penetrado tan fácilmente en el costado del bloque, Nafai tenía sus dudas, pero hizo lo que le decían. Pisó la superficie del hielo. Era lisa, pero no resbaló; como la superficie de la barrera, parecía moverse en todas las direcciones al mismo tiempo.
(Acuéstate de espaldas.)
Nafai se acostó. La superficie que lo sostenía onduló, y él comenzó a hundirse en el agua. Comprendió que pronto le cubriría la cara. No podría respirar. El recuerdo de su reciente sofocación aún estaba fresco. Trató de resistirse.
(Paz. Sueño. No te faltará aire, ni nada más. Sueño. Paz.)
Y Nafai se durmió mientras se hundía en el agua.
Elemak se sorprendió de ver a Shedemei a su puerta. Todo era posible, por cierto, y tal vez ella hubiera ido para unírsele. Pero lo dudaba. Era mucho más probable que estuviera allí para tratar de negociar algún acuerdo en nombre de Rasa. En cuyo caso no era mala elección como emisaria. Elemak no tenía nada contra ella, y Shedemei no tenía incómodos lazos familiares. Además, ella y Zdorab se habían puesto de pie al final de la reunión, acatando la autoridad de Elemak. Valía la pena escucharla.
La hizo entrar y la invitó a sentarse a la mesa, junto con Meb, Obring y Vas.
Elemak se sentó frente a ella y esperó. Que ella hable primero, así sabré a qué atenerme.
—Todos me aconsejaron que no viniera a verte —dijo Shedemei—. Pero creo que te subestiman, Elemak.
—No es la primera vez —dijo Elemak.
Meb rió entre dientes. Eso molestó a Elemak. No sabía si Meb se reía de ellos, por haber subestimado a Elemak, o de Elemak, por lo que acababa de decir. Con Meb nunca se sabía cuándo estaba bromeando. Sólo que estaba bromeando a costa de alguien.
—Hay cosas importantes que aparentemente no entiendes —dijo Shedemei—. Y creo que necesitas saberlo todo para tomar decisiones prudentes.
Ah. Conque Shedemei había venido para mostrarle la «realidad». Bien, valía la pena escuchar. Cuando menos aprendería a dejarla mal parada en la próxima reunión. Le indicó que continuara.
—Esto no es una conspiración para arrebatarte tu autoridad.
Seguro, pensó Elemak. Comienzas por negarlo, y así me confirmas que eso es precisamente lo que pretendes.
—La mayoría de nosotros sabemos que eres el líder natural de este grupo y, con ciertas excepciones, estamos satisfechos con ello.
Oh, sí. «Ciertas» excepciones.
—Y hay más excepciones entre tus seguidores de las que te imaginas. Alrededor de esta mesa hay más odio y envidia por ti de las que jamás hubo entre quienes se reúnen en la Casa del índice.
—Ya basta —dijo Elemak—. Si has venido a sembrar la desconfianza entre los que procuramos proteger a nuestras familias de esos entrometidos, puedes marcharte.
Shedemei se encogió de hombros.
—He hablado, has oído, me importa poco lo que hagas con la información. Pero he aquí los hechos. La única persona con quien peleas ahora es el Alma Suprema.
Meb soltó una risotada. Shedemei no le prestó atención.
—El Alma Suprema ha obtenido acceso a las naves estelares. Se necesitará el esfuerzo de todos nosotros para rescatar componentes de cinco naves y dejar la otra en condiciones de volar. Pero se hará, con o sin tu aprobación. El Alma Suprema no permitirá que frustres sus planes, cuando ha llegado tan lejos.
A Elemak le divertía que Shedemei insistiera en referirse a ese ordenador inanimado como si fuera una persona, una mujer.
—Cuando regrese Nafai, vendrá vestido con el manto de capitán estelar. Es un ingenio que lo conecta casi a la perfección con la memoria del Alma Suprema. Sabrá mucho más sobre ti que tú mismo, ¿me comprendes? Y el manto también le dará otros poderes… un foco de energía, por ejemplo, en comparación con el cual el pulsador es un juguete.
—¿Me amenazas? —preguntó Elemak.
—Sólo te digo la verdad. El Alma Suprema escogió a Nafai porque él posee la inteligencia para pilotar la nave, la lealtad para servir su causa y la fuerza de voluntad que anuló una barrera supuestamente impenetrable y permitió que continuara la expedición. Si alguna vez hubieras mostrado una pizca de lealtad hacia la causa del Alma Suprema, tal vez te hubiera escogido a ti.
—¿Crees que estas patéticas adulaciones me conmoverán?
—No te estoy adulando. Ya lo he dicho… sé que eres el líder nato de este grupo. Pero has elegido no ser el líder de la expedición del Alma Suprema. Fue tu propia elección, tomada con toda libertad. En definitiva, cuando comprendas que has perdido el liderazgo de este grupo para siempre, sólo podrás culparte a ti mismo.
Elemak sintió un hervor de furia en su interior.
—Ni siquiera habrías sido la segunda opción —continuó Shedemei—. Existía la duda de que Nafai aceptara el manto, precisamente porque sabía que tú rechazarías su liderazgo. En ese punto el Alma Suprema escogió su segunda opción. Me preguntó si yo aceptaría el peso del liderazgo. Me dio más explicaciones que a Nafai acerca del funcionamiento y el poder del manto, aunque a estas alturas Nafai sin duda lo conoce todo. Acepté el ofrecimiento. Si no hubiera sido Nafai, habría sido yo. No tú, Elemak. No has perdido este noble puesto por poco. Ni siquiera competías, porque rechazaste al Alma Suprema desde el principio.
—Será mejor que te marches —murmuró Elemak.
—Pero eso no significa que no puedas desempeñar un papel valioso e importante en la comunidad —continuó Shedemei, como si no hubiera oído, como si no notara que Elemak hervía de rabia—. No fuerces la situación, no obligues a Nafai a humillarte frente a los demás. Colabora con él, y con gusto él te cederá todo el liderazgo que el Alma Suprema le permita compartir contigo. Creo que nunca has entendido que Nafai te adora, que siempre ha deseado emularte, que siempre ha anhelado tu amor y respeto más que el de ninguna otra persona.
—Lárgate de mi casa —dijo Elemak.
—Muy bien —dijo Shedemei—. Veo que eres una persona que se niega a modificar su visión del mundo. Sólo soportas vivir en un mundo donde las cosas malas que te acontecen son culpa de los demás, donde todos han conspirado contra ti para despojarte de lo que te corresponde. —Shedemei se levantó y caminó hacia la puerta—. Lamentablemente, ese mundo no es el mundo real. Vosotros cuatro podéis conspirar para tomar el poder en Dostatok, pero no lograréis nada, y seréis humillados, y no habrá sido culpa de nadie salvo de vosotros mismos. Pero aun así, Elemak, cuentas con nuestro profundo respeto y honra por tus notables aptitudes. Buenas noches.
Shedemei se marchó.
Elemak apenas podía dominarse. Ansiaba saltar sobre ella, zurrarla, arrancarle a golpes esa insoportable arrogancia. Pero eso habría sido una muestra de debilidad: para mantener su control sobre los demás, tenía que demostrar que esas tonterías no lo afectaban. Les sonrió a todos.
—Como veis, quieren enfurecernos para estupidizarnos —dijo Elemak.
—No me digas que no estás furioso —dijo Meb.
—Claro que sí. Pero me niego a dejarme estupidizar por mi furia. Y además Shedemei nos dio información valiosa. Al parecer Nafai regresará con una especie de capa mágica o algo por el estilo. Tal vez no sea nada más que una ilusión, como esas máscaras que Gaballufix hacía usar a sus soldados en Basílica, para que todos lucieran iguales. O tal vez tenga algún poder verdadero. Pero lejos de hacernos retroceder, eso nos obligará a actuar en forma más drástica y contundente.
—¿Es decir? —preguntó Vas.
—Es decir que no permitiremos que nadie salga de aquí para reunirse con Nafai, dondequiera que esté. Haremos que él venga a nosotros. Y entonces, a menos que se someta de inmediato a nuestras decisiones, eliminaremos su capacidad para causarnos más problemas.