No sabía con seguridad lo que iba a decirle, pero ahora que el momento había llegado las palabras se me escaparon por completo. Una vez más sufrí el extraño e incómodo impacto del reconocimiento. No creo que un hombre de mi siglo se hubiese podido acostumbrar jamás a encontrarse consigo mismo, no importa cuántas veces lo hiciese, y ahora todo un conjunto de sentimientos venían a hacerlo aún más conmovedor. Porque aquél ya no era sólo una versión más joven de mí mismo: era también un antecesor directo de Moses. Era como enfrentarse cara a cara con un hermano más joven que había creído perdido.
Estudió de nuevo mi cara, ahora suspicaz.
—¿Qué demonios quiere? No hago tratos con vendedores ambulantes, incluso si ésta fuese una hora apropiada para ello.
—No —dije con amabilidad—. No, sé que no lo hace.
—Oh, lo sabe, ¿no? —Comenzó a cerrar la puerta, pero vio algo en mi cara, lo noté en su mirada, un lejano reconocimiento—. Creo que es mejor que me diga qué quiere.
Con torpeza, le mostré el frasco de medicina con la plattnerita.
—Esto es para usted.
Sus cejas se elevaron al ver el frasco de brillo verde.
—¿Qué es?
—Es… —¿Cómo podía explicárselo?—. Es una muestra. Para usted.
—¿Una muestra de qué?
—No lo sé —mentí—. Me gustaría que usted lo descubriese.
Parecía sentir curiosidad, pero todavía vacilaba; y entonces cierta tozudez le llenó el rostro.
—¿Descubrir qué?
Comencé a irritarme con esas preguntas tontas.
—Maldita sea, hombre… ¿no tiene usted iniciativa? Haga algunas pruebas…
—No estoy seguro de que me guste su tono —dijo envarado—. ¿Qué tipo de pruebas?
—¡Oh! —Me pasé la mano por el pelo mojado; semejante pomposidad no encajaba bien en un hombre tan joven—. Es un nuevo mineral, ¡eso ya lo puede ver!
Frunció el ceño, todavía más suspicaz.
Me incliné y dejé el frasco en los escalones.
—Lo dejaré aquí. Puede examinarlo cuando quiera, y sé que querrá hacerlo. No quiero malgastar su tiempo. —Me volví y comencé a recorrer el camino, mis pasos sonaban fuertes aun a pesar de la lluvia.
Cuando miré atrás vi que había recogido el frasco y su resplandor verde suavizó las sombras que producía la vela en su rostro. Gritó:
—Pero su nombre…
Sentí un impulso.
—Es Plattner-dije.
¿Plattner? ¿Le conozco?
—Plattner —repetí desesperado, y busqué una mentira más detallada en los oscuros recovecos de mi cerebro—. Gottfried Plattner…*
Fue como si lo dijese otra persona, pero tan pronto como las palabras salieron de mi boca supe que tenían algo de inevitables.
Ya estaba; ¡el círculo se había cerrado!
Siguió llamándome, pero caminé resuelto colina abajo.
Nebogipfel me esperaba en la parte de atrás de la casa, cerca de la Máquina del Tiempo.
—Ya está hecho —le dije.
Una primera muestra de la mañana se filtraba por el cielo cubierto y podía ver al Morlock como una silueta granulosa: tenía las manos unidas a la espalda y el pelo pegado contra el cuerpo. Los ojos eran enormes estanques rojos.
—No vas muy adecuadamente vestido —le dije amable—. En esta lluvia…
—Apenas importa.
—¿Qué harás ahora?
—¿Qué harás tú?
Como respuesta me incliné y levanté la Máquina del Tiempo. Giró chirriando como una vieja cama y se posó en el césped con un ruido seco.
Recorrí la estructura de la máquina con la mano; había musgo y trozos de hierba pegados a las barras de cuarzo y al asiento, y un carril estaba muy doblado.
—Puedes volver a casa, ¿sabes? —dijo—. A 1891. Está claro que los Observadores nos han traído de vuelta a tu historia original, la versión primera de las cosas. Sólo tienes que viajar hacia delante unos pocos años.
Consideré esa idea. En cierta forma hubiese sido cómodo regresar a esa época acogedora, y a mi conjunto de posesiones, compañeros y logros.
Y hubiese disfrutado otra vez de la compañía de algunos de mis viejos compinches, Filby y el resto. Pero…
—Tengo un amigo en 1891 —le dije a Nebogipfel (pensaba en el Escritor)—. Es sólo un joven. Un tipo extraño en cierta forma, muy intenso, y sin embargo tenía una forma de mirar las cosas…
»Parecía ver más allá de la superficie de todo, más allá del Aquí y Ahora que nos obsesiona a todos, y percibir los cambios, las tendencias, las corrientes profundas que nos conectan con el pasado y el futuro. Creo que sabía lo pequeña que es la humanidad frente al tiempo evolutivo; y creo que eso le hacía sentirse impaciente con el mundo en el que estaba atrapado, con los interminables y lentos procesos de la sociedad, incluso con su propia y enfermiza naturaleza humana.
»Era como un extraño en su propio tiempo —concluí—. Y, si yo volviese, así es como me sentiría. Fuera del tiempo. Porque, no importa cuán sólido parezca el mundo, siempre sabré que miles de universos, diferentes en un grado pequeño o grande, se apilan a mi alrededor, fuera de mi alcance.
»Supongo que me he convertido en un monstruo… Mis amigos tendrán que considerarme perdido en el tiempo y tendrán que llorarme como deseen.
Al hablar había tomado mi decisión.
—Todavía tengo una vocación. Todavía no he terminado lo que empecé cuando viajé en el tiempo después de mi primera visita. Aquí se ha cerrado un círculo, pero otro sigue abierto, colgando como un hueso roto, en el lejano futuro…
—Lo entiendo —dijo el Morlock.
Subí al asiento de la máquina.
—Pero ¿qué hay de ti, Nebogipfel? ¿Vendrás conmigo? Puedo imaginar un papel para ti allí, y no quiero dejarte varado aquí.
—Gracias, pero no. No me quedaré aquí mucho tiempo.
—¿Adónde irás?
Levantó el rostro. La lluvia se detenía, pero una fina niebla de gotas todavía cubría el cielo y caía contra las grandes córneas de sus ojos.
—Yo también veo el cierre de círculos —dijo—. Pero siento curiosidad por lo que hay más allá de los círculos…
—¿Qué quieres decir?
—Si hubieses vuelto aquí y hubieses disparado contra tu yo más joven, bien, no habría habido contradicción causaclass="underline" en su lugar, habrías creado una nueva historia, una variante nueva en la multiplicidad, en la que mueres joven a manos de un extraño.
—Eso lo tengo claro ahora. No hay paradoja posible dentro de una única historia, debido a la existencia de la multiplicidad.
—Pero —continuó el Morlock con calma— los Observadores te han traído aquí para que te entregases la plattnerita a ti mismo, para que iniciases la secuencia de sucesos que llevó al desarrollo de la primera Máquina del Tiempo y a la creación de la multiplicidad. Por tanto hay un cierre mayor, el de la multiplicidad en sí misma.
Vi adónde iba.
—Hay un cierto bucle causal cerrado después de todo —dije—, una serpiente que se muerde su propia cola… ¡La multiplicidad no podría haberse producido sino fuese por la existencia de la multiplicidad en primer lugar!
Nebogipfel dijo que los Observadores creían que la resolución de esa Paradoja Final requería la existencia de más multiplicidades: ¡una multiplicidad de multiplicidades!
—El orden superior es lógicamente necesario para resolver el bucle causal —dijo Nebogipfel—, de la misma forma que nuestra multiplicidad era necesaria para resolver las paradojas de una única historia.
—Pero ¡maldita sea, Nebogipfel! Mi mente se tambalea ante esa idea. Colectividades paralelas de universos; ¿es posible?
—Más que posible —dijo—. Y los Observadores tienen la intención de viajar allí. —Agachó la cabeza. El amanecer ya era muy brillante y podía ver que la carne pálida alrededor de sus ojos se arrugaba incómoda—. Y me llevarán con ellos. No puedo concebir una aventura mayor… ¿Puedes tú?