Выбрать главу

Se gritaban y hablaban unos a otros en su extraña lengua. Comprobé con alivio que todavía no habían tocado la Máquina del Tiempo, pero sabía que sólo era cuestión de segundos que esos dedos grotescos —de monos, pero inteligentes como los de un hombre— se abalanzasen sobre el bronce y el níquel.

Pero no habría tiempo para eso, porque me lancé sobre los Morlocks como un ángel vengador.

Blandí puño y atizador a mi alrededor. Los Morlocks gimieron y gritaron al intentar huir. Agarré a una de las criaturas que pasó a mi lado, y sentí una vez más el frío tacto de la carne de Morlock. Su pelo, como tela de araña, me rozaba la mano y el animal me mordió los dedos con sus pequeños dientes, pero no lo solté. Blandí el atizador y sentí el colapso suave y húmedo de carne y huesos.

Los ojos rojo grisáceo se abrieron y se cerraron.

Me daba la impresión de verlo todo desde una parte pequeña y remota del cerebro. Había olvidado mi propósito de volver con pruebas de la existencia del viaje en el tiempo, o incluso de encontrar a Weena: sospeché en ese momento que aquélla era realmente la razón por la que había vuelto a viajar en el tiempo, por aquel momento de venganza: por Weena, y por el asesinato de la Tierra, y por mi propia indignidad. Dejé caer al Morlock-inconsciente o muerto, no era más que un montón de pelos y huesos— y fui a por sus compañeros, empuñando el atizador.

Entonces oí una voz —claramente de Morlock, pero distinta a las otras en su tono y profundidad— que emitió una sola sílaba imperativa. Me volví con los brazos llenos de sangre, y me preparé para seguir luchando.

Ante mí estaba un Morlock que no huía. A pesar de estar desnudo como el resto, su cubierta de pelo parecía peinada y cuidada, lo que le daba el aspecto de un perro acicalado que se hubiese puesto en pie como un hombre. Me adelanté con fuerza, con el atizador firmemente agarrado entre las manos.

Con calma, el Morlock levantó la mano derecha —algo centelleó en ella—, hubo un brillo verde y sentí que el mundo se movía bajo mis pies, arrojándome al lado de mi resplandeciente máquina; ¡y ya no fui consciente de nada más!

7. LA PRISIÓN DE LUZ

Desperté despacio, como si saliese de un sueño profundo y tranquilo. Estaba de espaldas con los ojos cerrados. Me sentía tan a gusto que por un momento creí estar en la cama, en mi casa de Richmond, y que el resplandor rosa que veía a través de los párpados era el sol de la mañana atravesando las cortinas…

Luego me di cuenta de que la superficie sobre la que yacía —aunque blanda y cálida— no tenía la suavidad de un colchón. No había sábanas debajo, o manta por encima.

Luego, de repente, lo recordé todo: todo mi segundo viaje en el tiempo, el oscurecimiento del Sol y mi encuentro con los Morlocks.

El terror me sobrecogió, me endureció los músculos y me atenazó el estómago. ¡Había sido capturado por los Morlocks! Abrí los ojos de golpe.

Y al instante me deslumbró una intensa luz. Venía de un disco remoto de poderosa blancura que estaba justo encima de mí. Grité y me protegí los ojos con los brazos; me di la vuelta para ponerme cara al suelo.

Me puse a cuatro patas. El suelo era cálido y agradable, como el cuero. Al principio mi visión estaba llena de imágenes danzantes del disco de luz, pero al final pude distinguir la sombra bajo mi cuerpo. Entonces, todavía a cuatro patas, noté algo aún más extraño: la superficie que estaba debajo de mí era transparente, como si estuviese hecha de un vidrio flexible, y donde se proyectaba mi sombra podía ver las estrellas con claridad a través del suelo. Me habían colocado en una plataforma transparente con un diorama de estrellas debajo: como si me hubiesen traído a un planetario invertido.

Sentí un mareo, pero pude levantarme. Tenía que cubrirme los ojos con la mano para protegerme del brillo que venía de arriba; ¡deseé no haber perdido el sombrero que traje de 1891! Todavía llevaba el traje ligero, pero ahora estaba manchado de arena y sangre, especialmente alrededor de las mangas, aunque noté con sorpresa que habían intentado limpiarme, ya que en manos y brazos no había sangre de Morlock, ni mucosidades, ni pus. El atizador había desaparecido, y no pude encontrar la mochila. Me habían dejado el reloj, pero las cerillas y las velas ya no estaban en los bolsillos. La pipa y el tabaco también habían desaparecido y sentí una punzada incongruente de pena por ello; ¡en medio de todos aquellos misterios y peligros!

Se me ocurrió una idea, y las manos me volaron a los bolsillos del chaleco, para encontrar las palancas de la Máquina del Tiempo. Seguían todavía allí. Suspiré aliviado.

Miré a mi alrededor. Estaba de pie sobre la sustancia plana y regular que ya he descrito. Me encontraba en el centro de un rayo de luz, de unas treinta yardas de ancho, emitido sobre el suelo por la enigmática fuente luminosa que se hallaba sobre mí. El aire estaba lleno de polvo, por lo que era fácil ver el rayo de luz que me bañaba. Deben imaginarme allí, de pie, bajo la luz como si me encontrase en el fondo de una mina y contemplase el sol de mediodía. Y de hecho, parecía luz solar, aunque no entendía cómo podían haber descubierto el Sol y situarlo estacionario sobre mí. Mi única hipótesis era que mientras estaba inconsciente me habían trasladado a algún punto del ecuador.

Luché contra el pánico creciente recorriendo el círculo de luz. Estaba solo y el suelo aparecía desnudo, exceptuando unas bandejas, dos, con contenedores de cartón que estaban situadas a unos diez pies de donde había dormido. Eché un vistazo a la oscuridad circundante, pero no puede distinguir nada, incluso protegiéndome los ojos. No podía ver las paredes de la cámara. Golpeé con las manos haciendo que las motas de polvo danzasen en el aire. El sonido se redujo, pero no volvió ningún eco. O las paredes estaban imposiblemente lejos o estaban recubiertas con alguna sustancia absorbente; en cualquier caso, no podía conocer la distancia.

No había ni rastro de la Máquina del Tiempo.

Sentí un terror profundo y peculiar: sobre la superficie de vidrio me sentía desnudo y expuesto, sin un sitio para protegerme ni una esquina para hacerme fuerte.

Me acerqué a las bandejas. Miré los contenedores y abrí las tapas:

había un gran cubo vacío y una taza con lo que parecía agua clara. En el último plato había tabletas del tamaño de puños que supuse sería comida, pero comida convertida en trozos amarillos, verdes o rojos, de forma que su origen era irreconocible. Palpé la comida con un dedo: estaba fría y era suave, parecida al queso. No había comido nada desde que Mrs. Watchets me sirvió el desayuno; hacía ya muchas horas frenéticas, y sentía ya una creciente presión en mi vejiga: presión que, suponía, debía aliviarse con el cubo. No veía razón por la que los Morlocks habiéndome mantenido vivo todo este tiempo fuesen a envenenarme, pero aun así no me sentía inclinado a aceptar su hospitalidad, ¡y menos aún a perder mi dignidad empleando el cubo!

Así que caminé alrededor de las bandejas, y alrededor del círculo de luz, husmeando como un animal que sospechase una trampa. Incluso cogí los recipientes y las bandejas, para ver si podían servirme de armas —quizá pudiese fabricarme un cuchillo—, pero las bandejas estaban hechas de un material plateado, parecido al aluminio, tan delgado y débil que podía arrugarlo con las manos. Atacar así a un Morlock sería como hacerlo con un hoja de papel.

Me sorprendió que aquellos Morlocks se comportasen con tanta amabilidad. No les hubiese costado nada acabar conmigo mientras estaba inconsciente, pero habían retenido sus brutas manos, e incluso, con sorprendente habilidad, parecía que habían intentado limpiarme.