Pareció meditarlo.
—Su época, por lo que se deduce de su estructura física y su forma de hablar, está muy alejada de la nuestra. Es capaz de grandes logros tecnológicos; su máquina, le lleve o no a través del tiempo como dice, las ropas que lleva, el estado de sus manos y el ritmo de desgaste de sus dientes demuestran un alto grado de civilización.
—Me halaga —dije un poco agitado—, pero si me cree capaz de tales cosas, si soy un hombre y no un mono, ¿por qué estoy encerrado?
—Porque —dijo con tranquilidad— me ha intentado atacar con la intención de hacerme daño. Y en la Tierra, causó grandes daños…
Sentí que mi furia se encendía de nuevo. Me acerqué a él.
—Sus monos manoseaban mi máquina —grité—. ¿Qué esperaba? Me defendía…
—Eran niños —dijo.
Esas palabras despedazaron mi furia. Intenté aferrarme a lo que quedaba de mi rabia justificadora, pero ya la estaba perdiendo.
—¿Qué ha dicho?
—Niños. Eran niños. Desde que se completó la Esfera, la Tierra se ha convertido en un… jardín de infancia, un lugar para que los niños vivan. Sentían curiosidad por la máquina. Eso es todo. Jamás hubiesen causado daño deliberado ni a usted ni a su máquina. Y sin embargo, les atacó salvajemente.
Me eché atrás. Recordé —ahora que meditaba sobre ello— que los Morlocks reunidos alrededor de la máquina me habían parecido más pequeños que aquellos que había encontrado antes. Y no habían intentado atacarme… exceptuando aquella pobre criatura que había capturado, la que me había mordido la mano, ¡antes de golpearle en la cara!
—El que golpeé. ¿Sobrevivió?
—La heridas físicas pudieron ser reparadas. Pero…
—¿Sí?
—Las cicatrices internas, las cicatrices de la mente. Ésas puede que nunca sanen.
Dejé caer la cabeza. ¿Podría ser cierto? ¿Me había cegado tanto el odio a los Morlocks que había sido incapaz de reconocer a las criaturas alrededor de la máquina como lo que eran: no los seres viciosos del mundo de Weena, sino niños indefensos?
—No creo que entienda lo que digo, pero me siento atrapado en otra de esas «imágenes cambiantes».
—Está expresando vergüenza —dijo Nebogipfel.
Vergüenza… ¡Nunca creí que oiría, y aceptaría, una amonestación así de un Morlock! Lo miré desafiante.
—Sí. ¡Muy bien! ¿Y eso a sus ojos me hace más una bestia o no?
No dijo nada.
Mientras me enfrentaba a esos horrores personales, una parte calculadora de mi cerebro repasaba algo que Nebogipfel había dicho. Desde que se completó la Esfera, la Tierra se ha convertido en un jardín de infancia…
—¿Qué Esfera?
—Tiene todavía mucho que aprender de nosotros.
—¡Explíqueme lo de la Esfera!
—Se trata de una Esfera alrededor del Sol.
Ocho palabras simples y aun así… ¡Por supuesto! La evolución solar que había presenciado en el cielo acelerado, la exclusión de la luz solar de la faz de la Tierra.
—Comprendo —le dije a Nebogipfel—. Presencié la construcción de la Esfera.
Los ojos del Morlock parecieron abrirse, en un gesto muy humano, al considerar aquella noticia inesperada.
Y ahora, para mí, otros aspectos de mi situación se me aclaraban.
—Dijo: «En la Tierra, causó grandes daños», algo así. —Frase extraña, pienso ahora, si todavía estuviese en la Tierra. Levanté la cara y dejé que la luz me golpease—. Nebogipfel. Bajo mis pies. ¿Qué se ve a través del suelo?
—Las estrellas.
—No es una representación. No es algún tipo de planetario…
—Estrellas.
Asentí.
—Y la luz…
—Es luz solar.
Creo que de alguna forma ya lo sabía. Estaba de pie bajo la luz del Sol, que permanecía arriba veinticuatro horas al día; sobre un suelo por encima de las estrellas…
Sentí que el mundo cambiaba a mi alrededor; sentí que se me iba la cabeza, y un silbido me llenaba los oídos. Mis aventuras me habían llevado a través de los desiertos del tiempo, pero ahora —al haber sido capturado por aquellos asombrosos Morlocks— me habían llevado a través del espacio. Ya no estaba en la Tierra. Me habían transportado a la Esfera solar de los Morlocks.
10. DIÁLOGO CON UN MORLOCK
—Dice que ha viajado hasta aquí en una Máquina del Tiempo.
Yo iba y venía por el pequeño disco de luz, atrapado, inquieto.
—El nombre es exacto. Es una máquina que puede viajar indistintamente en cualquier dirección del tiempo a una velocidad relativa que el conductor puede seleccionar.
—Así que afirma haber llegado aquí, del pasado remoto, en esa máquina, la que encontramos con usted en la Tierra.
—Exactamente —respondí.
El Morlock parecía estar a gusto de pie, casi inmóvil, durante largas horas, mientras realizaba su interrogatorio. Pero yo soy un hombre moderno, y nuestros caracteres no coincidían.
—Vamos, amigo —dije—, ya ha visto por sí mismo que tengo un diseño arcaico. ¿De qué otra forma, aparte del viaje en el tiempo, puede explicar mi presencia aquí, en el año 657.208 d. C.?
Las inmensas pestañas como cortinas parpadearon muy lentamente.
—Hay muchas alternativas: la mayoría de ellas más plausibles que el viaje en el tiempo.
—¿Como cuáles? —lo desafié.
—La resecuenciación genética.
—¿Genética?
Nebogipfel me lo explicó un poco más y entendí el concepto.
—¿Habla del mecanismo por el que opera la herencia, por el cual se transmiten las características de generación en generación?
—No es imposible generar simulacros de formas arcaicas deshaciendo las mutaciones posteriores.
—Así que cree que no soy más que un simulacro, reconstruido como el esqueleto de un megaterio en un museo, ¿no?
—Ha sucedido antes, aunque no en una forma humana de su antigüedad. Sí. Es posible.
Me sentí insultado.
—¿Y por qué razón habría sido construido?
Volví a caminar alrededor de la prisión. El aspecto más desconcertante de aquel desolado lugar era la falta de paredes, y el miedo constante y primario a que mi espalda estuviese desprotegida. Hubiese preferido verme arrojado a una prisión de mi propia era: primitiva y sórdida, sin duda, pero cerrada.
—No voy a morder ese anzuelo. Son sólo tonterías. Proyecté y construí una Máquina del Tiempo, y viajé hasta aquí en ella; ¡y que éste sea el final!
—Usaremos su explicación como hipótesis de trabajo —dijo Nebogipfel—. Ahora, por favor, descríbame el principio según el cual funciona la máquina.
Seguí andando, atrapado en un dilema. Tan pronto como descubrí que Nebogipfel era inteligente y racional, al contrario que los Morlocks que había encontrado antes, había esperado un interrogatorio así; después de todo, si un viajero del tiempo proveniente del antiguo Egipto llegase al Londres del siglo diecinueve habría peleado por estar en el comité que lo examinase. ¿Pero debía compartir el secreto de mi máquina —mi única ventaja en aquel mundo— con los nuevos Morlocks?
Después de meditarlo un poco, comprendí que no tenía otra elección. No dudaba que podrían extraer esa información de mí si quisiesen. Además, la construcción de mi máquina era intrínsecamente más simple que la de, digamos, un buen reloj. ¡Una civilización capaz de cubrir el Sol con una concha no tendría demasiados problemas en reproducir la obra de mis pobres tornos y prensas! Y si le hablaba a Nebogipfel quizá pudiese distraerle mientras buscaba una ventaja en aquella difícil situación. Todavía no sabía dónde tenían mi máquina, y aún menos cómo podría alcanzarla para tener una oportunidad de volver a casa.