Cuando Nebogipfel me lo resumió, su lógica simple me sorprendió casi físicamente. ¡Por supuesto! —me dije—. ¡Para qué queremos escuelas! ¡Qué contraste con los campos de batalla de la ignorancia y la incompetencia que fueron mis días escolares!
Quise preguntarle a Nebogipfel por su profesión.
Me explicó que una vez que se había establecido mi fecha de origen, se había convertido, a partir de los registros de su pueblo, en un experto en mi periodo y sus costumbres; y había comprendido varias diferencias entre nuestras razas.
—Nuestras ocupaciones no nos absorben tanto como las de ustedes —dijo—. Tengo dos amores… dos vocaciones. —Sus ojos eran invisibles, lo que hacía más difícil leer sus emociones.
Dijo:
—La física y la educación de los jóvenes.
La educación, y el aprendizaje de todo tipo, continuaba a lo largo de la vida de un Morlock, y no era extraño que un individuo siguiese tres o cuatro «carreras», como las llamaríamos nosotros, una tras otra, o incluso en paralelo. El nivel general de inteligencia de los Morlocks era, tuve la impresión, bastante mayor que el de las gentes de mi propio siglo.
Aun así, las vocaciones de Nebogipfel me sorprendieron. Había creído que Nebogipfel sólo se especializaba en la ciencia física, tal era su habilidad pare seguir mi relato inconexo dé la teoría de la Máquina del Tiempo y la evolución de la historia.
—Dígame —dije con ligereza—, ¿por cuál de sus talentos se le asignó pare supervisarme? ¿Por su experiencia en física o su habilidad pare la educación?
Me pareció que la boca negra de dientes pequeños se extendió en una sonrisa.
Y la verdad me golpeó, y algo de humillación me quemó al pensarlo. Soy un hombre eminente de mi época, ¡y sin embargo me habían puesto a cargo de alguien con experiencia en cuidar niños!
…Y sin embargo, reflexioné, ¿qué fueron mis actos, al llegar al año 657.208 sino las acciones de un niño?
Nebogipfel me llevó a una esquina de la guardería. Aquel lugar especial estaba cubierto por una estructura del tamaño y forma de un pequeño invernadero, fabricado con el material pálido y translúcido del Suelo. De hecho, era una de las pocas zonas de la ciudad-cámara que estaba cubierta. Nebogipfel me llevó al interior de la estructura. El refugio carecía de muebles o aparatos, exceptuando una o dos de las divisiones con pantallas brillantes que ya había visto en otras partes. Y en el centro del Suelo se encontraba lo que parecía ser un pequeño bulto —de ropas, quizá— que surgía del vidrio.
Vi que los Morlocks que atendían aquel lugar tenían una actitud más seria que los que cuidaban de los niños. Sobre el pelaje llevaban batas sueltas —prendas como chalecos con muchos bolsillos— llenas de herramientas de propósito desconocido pare mí. Algunas de las herramientas brillaban débilmente. Aquel tipo de Morlock parecía tener un aire de ingeniero, pensé: un extraño atributo en un mar de bebés; y aunque se distraían con mi torpe presencia, los ingenieros vigilaban el pequeño bulto del Suelo, y periódicamente pasaban instrumentos por encima de él.
Habiendo captado mi curiosidad, me acerqué al bulto. Nebogipfel se echó atrás, dejándome continuar solo. La cosa apenas tenía unas pocas pulgadas de largo, y todavía estaba medio metida en el vidrio, como una escultura a medio tallar de un trozo de roca. Es más, se parecía un poco a una estatua: tenía los brotes de los brazos, y lo que podría convertirse en la cara, un disco cubierto de pelo y dividido por una fina boca. La extrusión del bulto parecía lenta, y me pregunté qué dificultad presentaba pare la maquinaria oculta el fabricar aquel artefacto en particular. ¿Era quizás especialmente complejo?
Y entonces —fue un momento que me atormentará mientras viva— la diminuta boca se abrió. Los labios se separaron con un ruido suave, y un llanto, más débil que el del más pequeño de los pollitos, se elevó en el aire; y la cara en miniatura se arrugó como si sufriese una incomodidad.
Me eché atrás, tan sorprendido como si me hubiesen golpeado.
Parece que Nebogipfel había previsto mi sorpresa. Dijo:
—Debe recordar que se encuentra medio millón de años en el futuro: la distancia entre nosotros es diez veces la edad de su especie…
—Nebogipfel, ¿cómo puede ser cierto? ¿Sus jóvenes, usted mismo, surgen del Suelo, son fabricados como una taza de agua sin mayor ceremonial?
Los Morlocks realmente habían «dominado su herencia genética», pensé: habían abolido los sexos y eliminado el nacimiento.
—Nebogipfel —protesté—, esto es… inhumano.
Inclinó la cabeza. Evidentemente, aquella palabra no significaba nada pare él.
—Nuestra política está diseñada pare optimizar el potencial de la Forma humana… porque también somos humanos —dijo con severidad—. La forma viene dada por una secuencia de un millón de genes, v por lo tanto, aunque el número de individuos diferentes es grande, es finito. Y todos esos individuos pueden ser… —vaciló— imaginados por la inteligencia de la Esfera.
La sepultura, me dijo, también era asunto de la Esfera.
Los cuerpos abandonados de los muertos pasaban al Suelo sin ceremonia o reverencia, para ser desmantelados y sus materiales reutilizados.
—La Esfera reúne los materiales necesarios pare dar vida al individuo elegido, y…
—¿Elegido? —Me enfrenté al Morlock, y la rabia y la violencia que había suprimido de mi ánimo volvieron nuevamente a mi alma—. ¿Qué más han racionalizado, Morlock? ¿Qué pasa con la ternura? ¿Con el amor?
16. DECISIÓN Y PARTIDA
Salí de la horrenda habitación de nacimiento y miré fijamente la inmensa ciudad-cámara, con sus ejércitos de Morlocks dedicados a incomprensibles tareas. Quise gritarles, romper su repugnante perfección; pero supe, incluso en aquel triste momento, que no podía permitir que su imagen de mi comportamiento se deteriorase aún más.
Quise huir incluso de Nebogipfel. Se había mostrado amable y considerado conmigo. Quizá más de lo que merecía, y más de lo que los hombres de mi propia época hubiesen dispensado para un salvaje violento de medio millón de años antes de Cristo. Aun así, él había estado fascinado y divertido por mis reacciones al proceso de nacimiento. ¡Puede que hubiese preparado aquella revelación para provocar en mí emociones tan extremas! Bien, si ésa era su intención, Nebogipfel había triunfado. Pero ahora la humillación y la rabia irracional eran tales que apenas podía mirar su cuidada figura.
Aun así, ¡no tenía adónde ir! Me gustase o no, lo sabía, Nebogipfel era mi único punto de referencia en aquel extraño mundo de Morlocks: el único individuo vivo cuyo nombre conocía y —por lo que sabía de la política de los Morlocks— mi único protector.
Quizá Nebogipfel sintió esos conflictos en mí. De cualquier forma, no me impuso su compañía; en su lugar, se volvió a invocó nuevamente la pequeña choza para dormir. Me metí en ella y me senté en la esquina más oscura, con los brazos a mi alrededor: ¡acobardado como un animal de bosque llevado a Nueva York!
Permanecí allí durante varias horas. Puede que durmiese. Finalmente, sentí que volvía algo de mi seguridad espiritual, por lo que comí un poco y me lavé.
Creo —antes del incidente de la granja de nacimiento— que me habían intrigado mis atisbos del mundo de los Morlocks. Siempre me había considerado sobre todo un hombre racional, y me fascinaba la visión de una sociedad de seres racionales capaces de dirigir su existencia, de cómo la ciencia y la ingeniería podían ser empleadas para crear un mundo mejor. Por ejemplo, me había impresionado la tolerancia de los Morlocks con las distintas formas de gobierno. Pero la visión de aquel homúnculo a medio formar me había trastornado. Quizá mi reacción demostraba cuán profundamente inscritos están los valores a instintos de nuestra especie.