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Mi mente se volvió en contraste hacia la gente de Nebogipfel y su sociedad racional. No quiero decir que ya no me asaltara cierta repulsión al pensar en los Morlocks y sus prácticas antinaturales, pero ahora comprendía que la náusea provenía de mis propios prejuicios primitivos y mis desafortunadas experiencias en el mundo de Weena, que no tenían sentido al juzgar a Nebogipfel.

Pude, con tiempo para pensar, inventar una forma en que podría haber aparecido la indiferenciación sexual de los Morlocks. Entre los humanos se extiende un círculo de lealtad alrededor de cada individuo. Primero, uno debe luchar para preservarse a sí mismo y a los hijos directos. Después, uno lucha por sus hermanos, pero quizá con una intensidad reducida, ya que la herencia común es sólo la mitad. Su siguiente prioridad será luchar por los hijos de los hermanos y otros parientes más remotos, en bandas de intensidad decreciente.

De esa forma, con deprimente precisión, los actos de los hombres y sus lealtades pueden predecirse; ya que sólo con esa jerarquía de alianzas —en un mundo de limitaciones e inestabilidades— puede uno preservar su herencia para generaciones futuras.

Pero la herencia de los Morlocks estaba asegurada, y no a través de un hijo o familia, sino a través del gran recurso común de la Esfera. Por lo que la diferenciación y especialización sexual se hacían irrelevantes, incluso dañinas, para el progreso.

Era ciertamente irónico que ese mismo análisis —la desaparición de los sexos en un mundo estable, abundante y en paz— lo hubiese aplicado a los exquisitos y decadentes Elois; ¡y ahora veía que eran sus repugnantes primos, los Morlocks, los que habían conseguido en esta versión ese logro remoto!

Todo esto se fue formando en mi mente. Lentamente, me llevó varios días, tomé una decisión sobre mi futuro.

No podía permanecer en el Interior; después de la perspectiva casi divina que Nebogipfel me había proporcionado, no podía soportar la idea de dedicar mi vida y mis energías a uno de aquellos conflictos sin sentido que se extendían como el fuego por aquellas inmensas praderas. Tampoco podía permanecer con Nebogipfel y sus Morlocks; no soy un Morlock, y mis esenciales necesidades humanas me harían insoportable vivir como Nebogipfel.

Más aún, como ya he dicho, no podía vivir con la idea de que la Máquina del Tiempo todavía existía, ¡un artefacto capaz de causar tanto daño a la humanidad!

Comencé a preparar un plan para arreglarlo todo, y llamé a Nebogipfel.

—Cuando se construyó la Esfera —me dijo Nebogipfel—, hubo un cisma. Aquellos que querían vivir como los hombres lo habían hecho siempre vinieron al Interior. Y aquellos que quisieron hacer a un lado el antiguo dominio de los genes…

—… se convirtieron en Morlocks. Por lo que las guerras, inútiles y eternas, se extienden como olas a lo largo de la superficie del Interior.

—Sí.

—Nebogipfel, ¿el propósito de la Esfera es mantener a esos cuasi humanos, esos nuevos Elois, para darles un lugar en donde luchar sus guerras sin que destruyan a la Humanidad?

—No. —Sostenía el parasol en una pose digna que ya no me parecía cómica—. Por supuesto que no. La Esfera es para los Morlocks, como nos llama: para permitir el uso de la energía de la estrella en la búsqueda del conocimiento. —Sus enormes ojos parpadearon—. ¿Qué otra meta hay para las criaturas inteligentes sino la acumulación y almacenamiento de toda la información disponible?

La Memoria mecánica de la Esfera, me dijo, era como una inmensa Biblioteca que almacenaba la sabiduría de la raza, acumulada a lo largo de medio millón de años; y gran parte de las pacientes actividades de los Morlocks estaban dedicadas, como había visto, a la clasificación y reinterpretación de los datos ya recogidos.

¡Aquellos nuevos Morlocks eran una raza de estudiosos!, y toda la energía del Sol se empleaba en el crecimiento coralino de la gran Biblioteca.

Me palpé la barba.

—Lo entiendo, al menos el motivo. Creo que no está lejos del impulso que ha dominado mi vida. ¿Pero no temen que algún día acaben su tarea? ¿Qué harán cuando la matemática sea perfecta, por ejemplo, o se demuestre la teoría física definitiva del universo?

Negó con la cabeza, otro gesto que había tornado de mí.

—Eso no es posible. Un hombre de su época, Kurt Gödel, lo demostró por primera vez.

—¿Quién?

—Kurt Gödeclass="underline" un matemático que nació unos diez años después de su partida…

Ese Gödel —me sorprendí al aprender lo que Nebogipfel me decía, demostrando una vez más sus profundos estudios de mi época—, en 1930 demostró que la matemática no podría completarse nunca. En su lugar, sus sistemas lógicos deben ser enriquecidos eternamente incorporando la verdad o falsedad de nuevos axiomas.

—¡Me duele la cabeza de pensarlo! No puedo ni imaginar el recibimiento que el pobre Gödel debió de tener cuando anunció la noticia. Mi viejo profesor de álgebra lo hubiese echado de clase.

Nebogipfel dijo:

—Gödel demostró que nuestra tarea, adquirir conocimientos y comprensión, nunca podrá ser realizada por completo.

—Les dio una meta infinita.

Ahora lo entendía, los Morlocks eran como un mundo de monjes pacientes que trabajaban incansablemente para comprender el funcionamiento de nuestro gran universo.

Finalmente —al final del tiempo— la gran Esfera, con su Memoria mecánica y sus pacientes sirvientes Morlocks, se convertiría en algo similar a un dios, atrapando el Sol.

¡Estaba de acuerdo con Nebogipfel en que no podía haber una meta más alta para una especie inteligente!

Había ensayado mis próximas palabras, y las dije con cuidado:

—Nebogipfel, deseo regresar a la Tierra. Trabajaré con ustedes en la Máquina del Tiempo.

Discutimos la propuesta, ¡pero no necesité más persuasión que ésa! Nebogipfel no parecía albergar ninguna sospecha y no me interrogó más.

Por lo tanto, me preparé para dejar aquella pradera sin sentido. Mientras trabajaba, pensaba.

Sabía que Nebogipfel —deseoso de adquirir la tecnología del viaje en el tiempo— aceptaría mi propuesta. Y me dolía en cierta forma, a la luz de mi nueva comprensión de la dignidad esencial de los nuevos Morlocks, ¡que ahora me viese obligado a mentirle!

Volvería a la Tierra con Nebogipfel, pero no tenía intención de permanecer allí; ya que tan pronto como llegase a la máquina, pretendía escapar hacia el pasado.

19. DE CÓMO ATRAVESÉ EL ESPACIO INTERPLANETARIO

Me vi obligado a esperar tres días hasta que Nebogipfel dijo que estaba preparado para partir; era, me dijo, cuestión de esperar hasta que la Tierra y nuestra parte de la Esfera estuviesen en la configuración adecuada una con respecto a la otra.

Mis pensamientos se dirigieron al viaje que me esperaba con algo de expectación —no miedo, porque ya había sobrevivido a uno de esos viajes interplanetarios, aunque inconsciente— y algo de interés. Especulaba sobre la forma en que el yate espacial de Nebogipfel estaría propulsado. Pensé en Verne, que había hecho que los miembros del club de Baltimore disparasen un ridículo cañón, con una bala tripulada, entre el espacio de la Tierra a la Luna. Pero bastan unos pocos cálculos mentales para mostrar que la aceleración necesaria para disparar un proyectil más allá de la gravedad de la Tierra sería también suficiente para extender mi cuerpo y el de Nebogipfel por el interior de la bala como si fuesen mermelada de fresa.