La cápsula giró con lentitud, haciendo que las remotas estrellas y la inmensa pared de la Esfera girasen a nuestro alrededor; creo que sin esa rotación quizás hubiese sido capaz de imaginarme seguro en alguna noche de desierto; pero el giro me hacía imposible olvidar que estaba en una frágil caja que caía sin soporte ni medio de propulsión. ¡Pasé las primeras horas en la cápsula paralizado por el miedo! No podía acostumbrarme a la transparencia de las paredes ni a la idea de que, una vez lanzados, no pudiésemos variar la trayectoria. El viaje parecía una pesadilla: una caída infinita por la oscuridad y sin medios de ajustar la situación para salvarme. Y ahí tienen, en un detalle, la diferencia fundamental entre la mente de los Morlocks y la de los humanos. ¿Qué hombre confiaría su vida a un viaje balístico a través del espacio interplanetario sin medio para alterar su curso? Pero ésos eran los modos de los nuevos Morlocks: después de medio millón de años de continua perfección tecnológica, el Morlock se confiaba sin dudarlo a sus máquinas, porque sus máquinas nunca le fallaban.
¡Pero yo, pensé, no soy un Morlock!
Sin embargo, poco a poco mi ánimo se calmó. Dejando de lado el lento giro de la cápsula, que siguió durante todo el viaje hasta la Tierra, las horas pasaban en quietud y silencio, que sólo quedaban rotos por los silbidos de la respiración de mi compañero Morlock. El vehículo era tolerablemente cálido, por lo que me encontraba físicamente confortable. Las paredes estaban hechas con el material del Suelo, y, al toque de Nebogipfel, nos proveían de comida, bebidas y otras necesidades, aunque la selección era más limitada que en la Esfera, que poseía una Memoria mucho mayor que la cápsula.
Por tanto, navegamos a través de la gran catedral del espacio interplanetario con mucha facilidad. Comencé a sentirme como si no tuviese cuerpo, y se apoderó de mí una sensación de independencia y despreocupación. No era como un viaje, ni siquiera —después de las primeras horas— como una pesadilla; más bien, me sentí como si durmiese.
20. MI RELATO DEL FUTURO LEJANO
Durante nuestro segundo día de viaje, Nebogipfel me preguntó nuevamente por mi primer viaje al futuro.
—Pudo recuperar su máquina de manos de los Morlocks —empezó—, y se adentró más en el futuro de aquella historia.
—Durante un tiempo simplemente me aferré a la máquina —recordé—, de la misma forma que ahora me agarro a estas barras, sin preocuparme demasiado de adónde iba. Finalmente me obligué a mirar los indicadores cronométricos, y descubrí que las manecillas corrían, con gran rapidez, hacia el futuro.
»Debe tener en cuenta —le dije— que en aquella otra historia no se había corregido el eje de la Tierra ni su rotación. Los días y las noches todavía batían sus alas sobre la Tierra, y el arco del Sol todavía se movía entre los solsticios al paso de las estaciones. Pero poco a poco percibí un cambio: a pesar del aumento de velocidad, el paso de días a noches había retornado, y se hacía más evidente.
—La rotación de la Tierra se hacía más lenta —dijo Nebogipfel.
—Sí. Finalmente, el día se extendía durante siglos. El Sol se había convertido en una cúpula que brillaba, inmensa y furiosa, con menos calor. En ocasiones, se incrementaba su luminosidad; unos espasmos que recordaban su antiguo brillo. Pero siempre volvía a su hosco color carmesí.
»Reduje mi marcha en el tiempo.
»Cuando me detuve, me encontraba en un paisaje que podría haber sido marciano. El enorme Sol inmóvil colgaba del horizonte; y en la otra mitad del cielo todavía brillaban las estrellas. Las rocas esparcidas por la tierra eran de un color rojo virulento, pero estaban manchadas de verde intenso, como de líquenes, en todas sus caras que daban al oeste.
»La máquina descansaba en una playa muy cerca de un mar, tan quieto que podría estar cubierto de vidrio. El aire era frío, y ligero; me sentí como si flotase sobre una gran montaña. Ya poco quedaba de la topografía del valle del Támesis; supuse que la mano de las glaciaciones y el lento ritmo de los mares debían haber eliminado todo rastro del paisaje que conocía, todos los rastros de la humanidad…
Nebogipfel y yo flotábamos, suspendidos en el aire dentro de nuestra caja brillante, y le susurraba mi relato del futuro; en calma, redescubrí detalles que no había contado a mis amigos de Richmond.
—Vi un animal parecido a un canguro —recordé—. Tenía unos tres pies de alto… rechoncho, con miembros fuertes y hombros caídos. Saltaba por la playa; recuerdo que parecía desesperado, con su abrigo de piel desordenado, tocaba las rocas ligeramente con la garras para coger algo de liquen y obtener así una miserable comida. Tuve una impresión de degeneración. Luego, sorprendido, pude ver que el animal tenía cinco pequeños dedos en cada una de sus patas delanteras y traseras… Tenía una gran frente y ojos que miraban adelante. ¡Los rastros de humanidad eran muy desagradables!
»Sentí un toque en el oído, como pelo que me acariciase, y me volví.
»Había una criatura justo detrás de la máquina. Era como un ciempiés, más o menos, ¡pero construido a una escala enorme!, tres o cuatro pies de ancho y quizá treinta de largo, su cuerpo segmentado y la quitina de sus placas carmesíes raspaban el suelo al moverse. Cilios, cada uno de un pie de largo, bailaban en el aire; uno de ellos era lo que me había rozado. La bestia levantó su cabeza y abrió una boca llena de dientes húmedos; poseía una estructura ocular en hexágonos que estaba fija en mí.
»Le di a la palanca, y me alejé del monstruo en el tiempo.
»Volví a aparecer en la misma playa triste, pero ahora vi una manada de las criaturas ciempiés, que se subían unas sobre las otras, rozando sus conchas. Tenían multitud de pies para arrastrarse, retorciendo los cuerpos al avanzar. En medio del grupo vi un montículo, bajo y sanguinolento, y creí ver la triste bestia canguro que había observado antes.
» ¡No pude soportar aquella carnicería! Le di a las palancas, y avancé un millón de años.
»Todavía permanecía en aquella horrenda playa. Pero ahora, cuando miré hacia la tierra, vi, lejos en la pendiente estéril a mis espaldas, algo parecido a una enorme mariposa blanca que brillaba, aleteando, en el cielo. Su torso podría ser del tamaño de una mujer pequeña, y las alas, pálidas y translúcidas, eran enormes. Su voz era lúgubre, extrañamente humana, y la desolación se apoderó de mi espíritu.
»Entonces noté un movimiento en el paisaje cercano: algo como un producto de la rocas rojas que se movía por la arena hacia mí. Parecía un cangrejo: del tamaño de un sofá, con múltiples piernas que avanzaban por la playa, y con ojos rojo verdoso, pero de forma humana; sobre pedúnculos, agitándose en mi dirección. Su boca, tan compleja como una máquina, se retorcía y lamía según el movimiento de la cosa, y su costra metálica tenía manchas de los pacientes líquenes.
»La mariposa, repugnante y frágil, aleteaba sobre mi cabeza y la criatura cangrejo intentó atraparla con sus grandes pinzas. Falló; pero me pareció ver trozos de carne pálida en la boca.
»Desde entonces he meditado sobre aquella visión —le dije a Nebogipfel—, y esa impresión se ha confirmado. Ahora creo que aquella combinación de depredador traicionero y presa frágil podría ser consecuencia de la relación entre Elois y Morlocks.
»Pero sus aspectos eran tan distintos: los ciempiés y los cangrejos…
»En espacios de tiempo tan grandes —insistí—, la presión evolutiva es tal que las formas de las especies son flexibles, eso nos dice Darwin, y la regresión zoológica es una fuerza dinámica. ¡Recuerde que usted y yo, y los Elois y Morlocks, somos, si lo mira desde un punto de vista amplio, primos descendientes de la misma familia de peces!
Quizás, especulé, los Elois habían ido al aire en el intento desesperado de escapar de los Morlocks; y los depredadores habían salido de sus cavernas, dejando atrás toda simulación de invención mecánica, para arrastrarse por las frías playas, esperando a que una mariposa-Eloi se cansase y cayese del cielo. El viejo conflicto, que hundía sus raíces en la decadencia social, había quedado reducido a la mínima expresión.