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—Seguí viajando —le dije a Nebogipfel—, en saltos de mil años. La multitud de crustáceos todavía se arrastraba por entre los líquenes y las rocas. El Sol se hacía mayor y más apagado.

»Mi última parada fue a treinta millones de años en el futuro, cuando el Sol se había convertido en una bóveda que oscurecía una gran parte del cielo. Nevaba, una nieve dura y sin piedad. Temblé de frío y tuve que poner las manos bajo los brazos. Las cumbres de las colinas estaban nevadas, pálidas a la luz de las estrellas, y grandes icebergs navegaban por el mar eterno.

»Ya no había cangrejos, pero permanecía el verde vivo de los líquenes. En un banco de arena creí ver un objeto negro, que palpitaba como si estuviese vivo.

»Un eclipse, producido por el paso de uno de los planetas interiores, hizo que una sombra cayese sobre la Tierra. Nebogipfel, ¡allí se hubiese sentido a gusto! Pero yo sentí terror, salí de la máquina para recuperarme. Luego, cuando el primer arco del Sol carmesí volvió a salir, vi que la cosa en el banco se movía. Era una bola de carne, como una cabeza sin cuerpo, de una yarda o más de diámetro, con dos juegos de tentáculos que colgaban como dedos. Por boca tenía un pico, y carecía de nariz. Sus ojos, dos, enormes y oscuros, parecían humanos…

Y mientras describía la criatura a Nebogipfel, veía con claridad las similitudes entre aquella cosa del futuro y mi extraño acompañante durante mi reciente viaje a través del tiempo, la criatura flotante iluminada por una luz verdusca que había denominado el Observador. Me callé. ¿Podría ser, me pregunté, que el Observador no fuese más que una visita del final de los tiempos?

—Por tanto —dije finalmente—, subí a la máquina una vez más, tenía miedo de permanecer indefenso en el frío, y volví a mi propio siglo.

Suspiré, los enormes ojos de Nebogipfel estaban fijos en mí, y vi, en lo que tenían de humano, rastros de la curiosidad y la maravilla que caracterizan a la humanidad.

Poca relación parecen tener aquellos días en el espacio con el resto de mi vida; en ocasiones el tiempo que permanecí flotando en aquel compartimiento es como una pausa momentánea, más breve que un latido en el gran río de mi vida, y otras veces me parece que pasé una eternidad en aquella cápsula, deslizándome por entre los mundos. Era como si se hubiese desenredado de mi vida, y pudiese verla desde fuera, como si se tratase de una novela incompleta. Yo era joven, trasteaba con mis experimentos, aparatos y montones de plattnerita, despreciaba las oportunidades de relacionarme, aprender de la vida, del amor, de la política y del arte, ¡despreciaba incluso el sueño!, en mi búsqueda de una imposible perfección del entendimiento. Incluso supongo que me vi a mí mismo después de terminar aquel viaje interplanetario, con mi plan para engañar a los Morlocks y huir a mi siglo. Todavía tenía la idea de completar el plan —deben tenerlo claro pero era como si contemplase los actos de otra pequeña figura que era yo.

Finalmente tuve la idea de que me convertía en algo fuera no sólo de mi mundo de nacimiento, sino de todos los mundos y del Espacio y el Tiempo también. ¿Qué sería de mí en el futuro, sino, una vez más, convertirme en una mota de conciencia zarandeada por los Vientos del Tiempo?

Sólo a medida que la Tierra se acercaba —una sombra aún más oscura en contraste con el espacio, y la luz de las estrellas reflejadas en los océanos— me sentí de nuevo partícipe de las preocupaciones normales de la humanidad; los detalles de mi plan —y mis esperanzas y miedos sobre el futuro— cobraron forma nuevamente en mi cerebro.

Nunca he olvidado aquel breve interludio interplanetario, y en ocasiones —cuando estoy entre la vigilia y el sueño— imagino que de nuevo vago por entre la Esfera y la Tierra, con la sola compañía de un paciente Morlock.

Nebogipfel meditó sobre mi visión del lejano futuro.

—Dice que viajó treinta millones de años.

—Eso o más —contesté—. Quizá pudiese recordar la cronología con mayor precisión si…

Hizo un gesto con la mano.

—Algo falla. Su descripción de la evolución solar es plausible, pero su destrucción, eso nos dice la ciencia, tendrá lugar en miles de millones de años, no en un puñado de millones.

Me puse a la defensiva.

—Le he contado lo que vi, con honestidad y precisión.

—No lo dudo —dijo Nebogipfel—. Pero la única conclusión es que en esa otra historia, como en la mía, alguien intervino en la evolución del Sol.

—Quiere decir…

—Quiero decir que alguien hizo un torpe intento de alterar la intensidad del Sol o su longevidad, o incluso, como nosotros, extraer materiales de la estrella.

La hipótesis de Nebogipfel era que los Elois y los Morlocks no eran toda la historia de la humanidad en aquella desgraciada historia perdida. Quizás —así elucubraba Nebogipfel— alguna raza de ingenieros había abandonado la Tierra y había intentado modificar el Sol, como los antepasados de Nebogipfel.

—Pero el intento fracasó —dije horrorizado.

—Sí. Los ingenieros nunca volvieron a la Tierra, que fue abandonada a la lenta tragedia de Elois y Morlocks. Y el Sol quedó desequilibrado, con su vida acortada.

Estaba horrorizado, y no podía hablar más. Me así a una barra, pensativo.

Pensé una vez más en la playa desolada, y en las espantosas y primitivas criaturas con sus ecos de humanidad y su carencia por completo de mente. La visión ya había sido lo bastante horrible cuando la había visto como la victoria final de las presiones evolutivas y de regresión sobre los sueños humanos de la mente. ¡Pero ahora veía que podía haber sido la humanidad misma,. con sus vanidosas ambiciones, la que había desequilibrado aquellas fuerzas opuestas, y acelerado su propia destrucción!

Nuestro acercamiento a la Tierra fue complicado. Debíamos reducir nuestra velocidad en algunos millones de millas por hora, para acomodarnos a la de la Tierra en su rotación alrededor del Sol.

Giramos varias veces, en órbitas decrecientes, alrededor del planeta; Nebogipfel me dijo que la cápsula se estaba acoplando a los campos magnético y gravitatorio. Ese acoplamiento era acelerado por ciertos materiales en el casco, y por la manipulación de satélites: lunas artificiales, que orbitaban la Tierra y ajustaban sus efectos naturales.

En resumen, como lo entendí, nuestra velocidad era intercambiada con la de la Tierra, que a partir de ese momento viajaría alrededor del Sol un poco más lejos y un poco más rápido.

Flotaba cerca de la pared de la cápsula, viendo aparecer el paisaje oscuro de la Tierra. Podía ver, aquí y allá, el resplandor de los pozos calefactores de los Morlocks. Aprecié varias torres inmensas y esbeltas que parecían sobrepasar incluso la atmósfera. Nebogipfel me dijo que las torres eran empleadas por las cápsulas que viajaban de la Tierra a la Esfera.

Vi motas de luz que subían por aquellas torres: eran cápsulas interplanetarias que transportaban Morlocks a su Esfera. Fue por medio de una de aquellas torres como había viajado —inconsciente— al espacio hasta la Esfera. Las torres funcionaban como ascensores más allá de la atmósfera, y maniobras de acoplamientos similares a las nuestras —realizadas al revés, para que me entiendan, lanzaban cada cápsula al espacio.

La velocidad adquirida por la cápsula en el lanzamiento no era igual a la producida por la rotación de la Esfera, por lo que el viaje en ese sentido llevaba más tiempo que el de vuelta. Pero al llegar a la Esfera, los campos magnéticos atrapaban con facilidad la cápsula, acelerándola hasta un encuentro sin problemas.