Выбрать главу

Oí la circulación de la sangre en los oídos, saqué las palancas de los bolsillos y con un grito me eché sobre la máquina. Metí las pequeñas barras en las ranuras y con un solo movimiento las eché hacia atrás. La máquina tembló —¡en aquel momento final hubo un resplandor verde y pensé que todo había terminado para mí!— y luego las estrellas desaparecieron. Sentí una sensación extraordinaria de giro, y luego la terrible impresión de caer, pero le di la bienvenida a la incomodidad, ¡porque era la sensación familiar del viaje en el tiempo!

Grité. Había triunfado. Viajaba atrás en el tiempo. ¡Era libre!

… Y a continuación fui consciente de una presencia fría alrededor de mi cuello. Una suavidad, como si un insecto se hubiese posado allí, un crujido.

Me llevé la mano al cuello, ¡y toqué pelos de Morlock!

LIBRO DOS

Paradoja

1. LA ARGO DEL TIEMPO

Agarré el delgado antebrazo con la mano y lo aparté del cuello. ¡Un cuerpo peludo estaba tirado sobre el níquel y el cobre a mi lado, una cara delgada y con gafas estaba cerca de la mía, el olor dulzón y fétido de un Morlock era intenso.

—Nebogipfel.

Su voz era baja, y su pecho subía y bajaba. ¿Tenía miedo?

—Así que ha escapado. Y con tanta facilidad…

Parecía un muñeco de trapo. y pelo de caballo colgado de la máquina. Era un recuerdo del mundo de pesadilla del que había escapado. Estoy seguro de que en aquel momento podría haberlo arrojado de la máquina, pero contuve la mano.

—Quizá los Morlocks no han valorado mi capacidad para la acción —le respondí—. Pero usted… Sospechó, ¿no?

—Sí. En el último segundo… He aprendido, creo, a interpretar el lenguaje inconsciente de su cuerpo. Supe que planeaba activar la máquina. Sólo tuve tiempo de alcanzarle antes…

»¿Cree que podríamos ponernos derechos? —Susurró—. Estoy incómodo, y temo caerme.

Me miró mientras pensaba en su propuesta. Creí que había una decisión que debía tomar: ¿lo aceptaba como compañero de viaje en la máquina o no?

Pero no podía arrojarlo; ¡me conocía lo suficiente para saberlo!

—Oh, muy bien.

Y así los dos argonautas del tiempo ejecutamos un ballet extraordinario, en medio de la maraña de la máquina. Sostuve a Nebogipfel por el brazo —para evitar que cayese y para asegurarme de que no intentaba alcanzar los controles— y me di la vuelta hasta sentarme derecho. Ni de joven era ágil, por lo que cuando conseguí sentarme estaba jadeante e irritado. Nebogipfel, mientras tanto, se acomodó en una sección conveniente de la máquina.

—¿Por qué me ha seguido, Nebogipfel?

Nebogipfel miró el paisaje oscuro y difuminado del viaje en el tiempo, y no respondió.

Aun así, creí entender. Recordé su curiosidad y emoción ante mi relato del futuro, al compartir el viaje en la cápsula interplanetaria. El Morlock había saltado tras de mí en un impulso —para descubrir si el viaje en el tiempo era una realidad—, ¡y era un impulso guiado por una curiosidad que descendía, al igual que la mía, del mono! Me sentí sorprendentemente emocionado por ello, y me alegré un poco por Nebogipfel. La humanidad había cambiado mucho en los años que nos separaban, ¡pero allí había una prueba de que la curiosidad, ese impulso incansable por descubrir, y la temeridad asociada a ella, no habían muerto por completo!

Y surgimos a la luz. Sobre mi cabeza vi el desmantelamiento de la Esfera. Luz solar pura inundó la máquina y Nebogipfel gritó de dolor.

Me quité las gafas. El Sol descubierto, al fin, se mantenía fijo en el cielo, pero pronto comenzó a desplazarse de su posición; corrió por el cielo más y más rápido, y el paso de días y noches volvió a la Tierra. Finalmente, el Sol se disparó por el cielo demasiado rápido para seguirlo, se convirtió en una banda de luz, y la alternancia de días y noches fue remplazada por un brillo perlífero, bastante frío, uniforme.

Así, la regulación del eje y la rotación de la Tierra se deshizo.

El Morlock estaba encorvado sobre sí mismo, con la cara hundida en el pecho. Tenía las gafas sobre la cara, pero su protección no parecía ser suficiente; parecía intentar hundirse en el interior de la máquina y su espalda brillaba blanca bajo la luz solar diluida.

No pude evitar reírme. Recordé que no me había advertido cuando la cápsula con destino a la Tierra fue lanzada de la Esfera al espacio: bien, aquí estaba el pago.

—Nebogipfel, sólo es la luz del sol.

Nebogipfel levantó la cabeza. Ante el incremento de la luz, las gafas se habían oscurecido hasta hacerse impenetrables; el pelo de la cara parecía enmarañado y bañado en lágrimas. La piel de su cuerpo, visible a través del pelo, brillaba pálida.

—No son sólo mis ojos —dijo—. Incluso difuminada, la luz me hace daño. Cuando salimos al brillo intenso del sol…

—¡Quemaduras de sol! —exclamé.

Después de muchas generaciones de oscuridad, aquel Morlock sería más vulnerable al débil sol de Inglaterra que el más pálido de los británicos en el trópico. Me quité la chaqueta.

—Tome —dije—, esto le protegerá algo.

Nebogipfel se puso la prenda alrededor, acurrucándose en ella.

—Además —le dije—, cuando detenga la máquina, me aseguraré de que sea de noche, para que podamos buscarle un refugio.

Al pensarlo, me di cuenta de que llegar de noche sería una buena idea de cualquier forma: ¡sería un buen espectáculo aparecer en Richmond Hill con aquel monstruo del futuro, en medio de una multitud de sorprendidos paseantes!

La vegetación permanente se retiró de la colina y volvimos al ciclo de las estaciones. Comenzamos a recorrer la era de las grandes edificaciones de la que ya he hablado. Nebogipfel, con la chaqueta sobre la cabeza, miraba con evidente fascinación cómo los puentes y los pilares pasaban por el paisaje como niebla. En lo que a mí respecta, me sentí aliviado al acercarme a mi época.

De pronto, Nebogipfel aulló —era un sonido curioso, como de gato— y se apretó aún más contra la estructura de la máquina. Miraba al frente con ojos completamente abiertos y perfectamente fijos.

Me volví, y comprendí que los extraordinarios efectos ópticos que había presenciado durante mi viaje al año 657.208 d.C. aparecían de nuevo. Creí ver increíbles campos de estrellas que intentaban atravesar la superficie de las cosas a mi alrededor… Y allí, flotando a unas pocas yardas de la máquina, estaba el Observador: mi imposible acompañante. Tenía los ojos fijos en mí, y me agarré al carril. Miré atentamente aquella distorsionada parodia de un rostro humano, y aquellos tentáculos colgantes. Nuevamente me sorprendió el parecido con la criatura blanda que había visto en la remota playa de treinta millones de años en el futuro.

Era extraño, pero mis gafas —que me habían sido tan útiles para penetrar la oscuridad de los Morlocks— no me ayudaban a estudiar aquella criatura; no la veía con mayor claridad que con la vista desnuda.

Percibí un murmullo sordo, como un lloriqueo. Era Nebogipfel, aferrado a la máquina aparentemente fuera de sí.

—No debe tener miedo —dije con algo de torpeza—. Ya le he contado mi encuentro con esta criatura en mi viaje a su siglo. Es una aparición extraña, pero parece inofensiva.

Entre sollozos estremecidos Nebogipfel dijo:

—No lo entiende. Lo que vemos es imposible. Su Observador posee aparentemente la capacidad de atravesar los corredores, la habilidad de pasar por entre versiones potenciales de la historia… incluso de penetrar en el ambiente amortiguado de una Máquina del Tiempo en pleno viaje. ¡Es imposible!