Nebogipfel se acercó; la luz de sodio brilló en sus gafas.
—El desplazamiento de unas pocas manchas de luz en una pantalla podría parecerle sin importancia a un profano —dijo Moses—, pero el efecto es muy importante, si se analiza de cerca. Porque, y puedo mostrarles el desarrollo matemático para demostrarlo —dijo señalando un montón de papeles en el suelo—,los rayos de luz que atraviesan la plattnerita sufren una distorsión temporal. Es un efecto minúsculo, pero mensurable. Se manifiesta como una distorsión del patrón de interferencia, como ven.
—¿Una «distorsión temporal»? —dijo Nebogipfel levantando la cabeza—. Quiere decir…
—Sí. —La piel de Moses estaba fríamente iluminada por la luz de sodio—. Creo que los rayos de luz al atravesar la plattnerita sufren una transferencia en el tiempo.
Miré embelesado aquella cruda demostración: una bombilla, unos trozos de cartón y unas agarraderas. Aquél era el principio. ¡Fue ése el ingenuo comienzo que conduciría, a través de Un largo y difícil proceso experimental y teórico, a la construcción de la propia Máquina del Tiempo!
5. HONESTIDAD Y DUDA
No podía dejar que supiese lo mucho que yo ya conocía, e intenté simular sorpresa ante aquella afirmación.
—Bien —dije vagamente—, bien. ¡Gran Scott…!
Me miró insatisfecho. Supongo que comenzaba a pensar que era un idiota sin imaginación. Se volvió y trasteó con los aparatos.
Aproveché la oportunidad para llevar al Morlock a un lado.
—¿Qué opina? Una demostración ingeniosa.
—Sí, pero me sorprende que no haya notado la radiactividad de su misteriosa sustancia, la plattnerita. Las gafas muestran claramente…
—¿Radiactividad?
Me miró.
—¿No está familiarizado con el concepto?
Me dio un rápido repaso del fenómeno, que incluye, parece, elementos que se rompen y vuelan en pedazos. Todos los elementos lo hacen —según Nebogipfel— a un ritmo más o menos perceptible; algunos, como el radio, lo hacen de forma tan espectacular que se puede medir, ¡si sabes lo que buscas!
Todo esto me hizo recordar algo.
—Recuerdo un juguete llamado espintariscopio —le dije a Nebogipfel—. En él, el radio se acerca a una pantalla cubierta de sulfuro de zinc…
—Y aparece fluorescencia en la pantalla. Sí. Es la desintegración de los núcleos de radio lo que provoca ese fenómeno —dijo.
—Pero el átomo es indivisible, o al menos eso es lo que se cree…
—Thompson, en Cambridge, demostrará la existencia de una estructura subatómica, si no recuerdo mal, unos años después de su viaje al futuro.
—Estructura subatómica. ¡Thompson! Me he encontrado con Joseph Thompson un par de veces, siempre lo he considerado un poco estúpido, y es varios años más joven que yo…
¡No era la primera vez que me arrepentía de mi súbito viaje en el tiempo! Si me hubiese quedado para ser parte de ese alboroto intelectual —podía haber estado en su centro, incluso sin mis experimentos en el viaje en el tiempo— aquello habría sido una aventura más que suficiente para toda una vida.
Moses parecía que había acabado, y fue a apagar la lámpara de sodio, pero retiró la mano con un grito.
Nebogipfel había tocado los dedos de Moses con su palma.
—Lo siento.
Moses se restregó la mano como si quisiese limpiarla.
—Su tacto —dijo—. Es tan… frío. —Miró a Nebogipfel como si lo viese, en toda su rareza, por primera vez.
Nebogipfel se disculpó de nuevo.
—No pretendía cogerle por sorpresa. Pero…
—¿Sí? —dije yo.
El Morlock señaló con un dedo la muestra de plattnerita.
—Miren.
Moses y yo nos inclinamos y entrecerramos los ojos para ver la muestra iluminada.
Al principio sólo pude distinguir el reflejo de la lámpara de sodio, el brillo del polvo fino en la superficie de la placas de vidrio… y entonces, percibí una luz creciente, un brillo que provenía del interior de la propia plattnerita: una iluminación verde que brillaba cómo si las placas de vidrio fuesen una ventana a otro mundo.
El brillo creció en intensidad, y produjo reflejos relucientes de los tubos de ensayo y del resto de la parafernalia del laboratorio.
Volvimos al comedor. Hacía horas que el fuego se había apagado y la habitación estaba fría, pero Moses no demostró haberse percatado de mi incomodidad. Me sirvió otro brandy, y acepté un cigarro; Nebogipfel pidió agua: Encendí el cigarro mientras Nebogipfel me miraba con lo que supuse era absoluto horror. ¡Había olvidado todos sus hábitos humanos!
—Bien, señor —dije—, ¿cuándo publicará esos extraordinarios descubrimientos?
Moses se rascó la cabeza y se aflojó la llamativa corbata.
—No estoy seguro —dijo con franqueza—. Lo que tengo hasta ahora no es más que un catálogo de observaciones anómalas, sabe, de una sustancia de origen desconocido. Aun así, quizás ahí fuera haya tipos más brillantes que yo que puedan aportar algo, incluso que puedan descubrir cómo sintetizar más plattnerita…
—No —dijo muy enigmático Nebogipfel—. Los medios para fabricar materiales radiactivos no existirán hasta que pasen varias décadas.
Moses miró al Morlock con curiosidad, pero no siguió el tema.
—Pero no tiene la intención de publicar —dije sin rodeos.
Me hizo un gesto de conspirador. ¡Otra costumbre irritante!
—A su debido tiempo. En cierta forma, no soy un científico de verdad, ya sabe lo que quiero decir, el tipo minúsculo y minucioso que acaba siendo conocido como un «científico distinguido». Les ves dando pequeñas conferencias, sobre algún aspecto recóndito de los alcaloides tóxicos, quizás, y flotando en la oscuridad de la linterna mágica puedes oír el fragmento que el tipo cree leer de forma audible; y puede que veas sus gafas doradas y botas para los callos…
—Pero usted… —le incité.
—Oh, no intento criticar a los investigadores laboriosos de este mundo. Creo que a mí me queda bastante de investigación laboriosa en los próximos años. Me gusta ver cómo acaban las investigaciones. —Tomó un sorbo de la bebida—. He publicado algunas cosas, incluso en Philosophical Transactions, y otras investigaciones que deberían acabar en artículos. Pero el asunto de la plattnerita…
—¿Sí?
—Tengo un presentimiento sobre el tema. Quiero ver hasta dónde puedo llegar por mí mismo…
Me incliné. Vi que las burbujas de su vaso reflejaban la luz de las velas, y que su cara estaba llena de vida. Era el momento más tranquilo de la noche, y me parecía que podía ver todos los detalles, oír el tictac de todos los relojes de la casa con claridad supernatural.
—Explíqueme qué quiere decir.
Se estiró la ridícula chaqueta.
—Ya les he contado mis especulaciones sobre cómo un rayo de luz que atraviesa la plattnerita sufre una transferencia temporal. Con eso quiero decir que el rayo se mueve entre dos puntos del espacio sin un intervalo temporal en medio. Pero me parece —dijo con lentitud— que si la luz puede moverse de esa forma entre esos intervalos temporales, también podrían hacerlo quizá los objetos materiales. Creo que si mezclásemos la plattnerita con alguna sustancia cristalina adecuada, quizá cuarzo o cristal de roca, entonces…
—¿Sí?
Pareció recuperarse. Puso la copa de brandy sobre la mesa al lado de la silla, y se inclinó hacia delante; sus ojos brillaban con la luz de las velas.
—¡No estoy seguro de querer decir más! Miren: he sido franco con ustedes. Y ahora espero que sean sinceros conmigo. ¿Lo harán?